Joaquín Sabina tardó 500 noches -también 19 días- en olvidarla. Los ciudadanos llevamos nada menos que 100 días, con cada una de sus larguísimas y decepcionantes noches, intentando olvidarnos del fastidioso asunto de formar Gobierno; pero, tanto tiempo después, nos hallamos, exactamente, donde estábamos el 20-D, con la casa -o el país-, sin barrer y casi sucumbiendo a este oscuro hastío pregubernamental.
No es que nos haga una imperiosísima falta someternos a un Gobierno, que luego tampoco sirven para tanto, pero al menos sosiega un poco saber que hay alguien ahí, supuestamente rigiendo nuestro futuro colectivo. Alguien a quien, por lo menos, echarle la culpa.
Pero no, nuestros políticos no se centran. Se ponen de acuerdo para irse de vacaciones; también para acudir a los actos multitudinarios de los que obtienen algún rédito preelectoral, pero para lo importante, para convenir cómo gestionar mejor su país, para eso no se entienden. Y ahí siguen, como si fueran la Puerta de Alcalá de Ana Belén y Víctor Manuel, viendo -y dejando- pasar el tiempo. Con, desde luego, escasos beneficios para todos. Y, también, con pocas conclusiones favorables extraídas de este período de somnolencia política.
Tal vez una sea que, asombrosamente si se tienen en cuenta sus resultados electorales, Pedro Sánchez ha logrado erigirse en el eterno candidato a la Moncloa, a pesar de que en Sevilla alguien con profusa influencia se muera por sustituirlo.
Mariano Rajoy sigue missing, aunque tal vez haya llenado su agenda estos días con procesiones y otros asuntos privados, ya que lo de ir al Congreso a someterse al control parlamentario no le está pareciendo, por lo que vemos, un buen plan. Su estrategia, la de aislarse y esperar que el tiempo lo cambie todo, difícilmente saldrá bien.
Rivera se debate entre el miedo a que verdaderamente sus votos sean irrelevantes, como asegura el PP, y la esperanza de que sean decisivos en las elecciones de junio. Albert percibe, eso sí, el empujón que parece haber obtenido gracias a su capacidad de pactar; un logro que puede resultarle caro, ya que ha logrado satisfacer a algunos de sus seguidores pero también ha ahuyentado a otros, fundamentalmente a los desencantados de la derecha.
Iglesias, por su parte, consigue, después de numerosos esfuerzos y algunas crisis internas, verse con Sánchez, pero lo hace con unas limitadísimas posibilidades de alcanzar acuerdos. En parte, por el menor peso de los errejonistas en la formación morada, pero también por su evidente voracidad con respecto al PSOE. Posiblemente en pocos sitios se pueda estar peor que presidiendo un Gobierno del que Pablo es vicepresidente, debe de pensar, y con razón, el líder socialista.
El caso es que han pasado ya 100 larguísimos días desde que quisimos elegir al Gobierno y desde entonces sólo hemos logrado ver un acuerdo insuficiente entre dos partidos y un enfrentamiento sin ángulos de salida entre todos los demás.
Mientras España pierde posiciones políticas internacionales por su indefinición y crece la factura económica que en algún momento habrá que abonar, los ciudadanos atisbamos estos 34 días que quedan para que concluya este período y se convoquen nuevas elecciones con aún más alegría que resignación: cuanto antes, mejor.