La primera vez que me crucé con un canadiense fue en el ascensor de un hotel japonés, recién aterrizada desde Madrid para cubrir los Juegos Paralímpicos de Nagano'98. Junto con los dos operadores de cámara con los que formaba equipo, inundábamos casi todo el habitáculo. Antes de que se cerraran las puertas un tipo consiguió burlar valija, esquís, cámaras y maletas de edición y montaje para plantarse dentro. Yo, que no suelo perder comba, simplemente lo vi guapísimo.
En los escasos segundos que tardó el ascensor en subir a la planta 13, al guapísimo y a mí nos dio tiempo a presentarnos, calcular el desfase horario que teníamos con nuestros respectivos países y quedar en vernos a la mañana siguiente en el buffet del desayuno. “First Olympic Games?”, preguntó mientras sacábamos nuestros bártulos. “Do you need help?”, mientras se cerraban las puertas. “Please!”, dije yo casi a voz en grito mientras el elevador proseguía su camino y él subía el pulgar en señal de aceptación.
Cada mañana en el desayuno decidíamos: uno al esquí de fondo, otro al alpino; uno al curling, otro a las carreras de trineos; uno al hockey sobre hielo, otro al biatlón. Nosotros grabábamos a los canadienses en cada prueba que hubiera españoles y ellos hacían lo propio cada vez que grababan a los suyos. Ambos repicábamos nuestras grabaciones para facilitárselas al otro de forma que a ninguno nos faltó ni uno de los nuestros.
Él no me necesitaba para nada: las diferencias de equipo, experiencia y sueldo eran apabullantes. Y aún así lo hizo.
Justin Trudeau prometió que si llegaba a primer ministro del país, acogerían 25.000 refugiados sirios, cosa que ha hecho efectiva en apenas tres meses. Acoger refugiados como promesa electoral y ganar, ¿se imaginan? Si echamos un vistazo a la historia de Canadá, puede que no nos resulte tan extraño: Junto con México, fueron los únicos americanos que no rompieron con Cuba después del triunfo de la revolución.
El padre del primer ministro actual, también desde ese mismo puesto, fue el primer mandatario de un país de la OTAN que visitó La Habana desde el embargo. Su anterior gobierno, conservador por cierto, aprobó excluir el IVA de todos los productos higiénicos femeninos. Tienen una tasa del paro del 7% y es uno de los países con mejores leyes protectoras de la comunidad LGTB, a pesar incluso de los años de gobiernos conservadores.
Trudeau me ha dado una alegría poniendo en evidencia a esta Europa incompetente. Puede hasta que lo de aquel canadiense en Nagano'98 no se debiera tan solo a lo mollar que yo estuviera. Lo mismo es que los canadienses se han ganado el país que tienen con cada uno de sus actos, incluidos los individuales.
Bastó con no votar a ineptos.