Una amiga que conoce a Félix de Azúa me dijo que estaba como un niño con zapatos nuevos cuando entró en la Academia. Yo creo que sé por qué. No por los honores, como esos personajes fatuos de las novelas francesas, sino porque le hacía gracia. A alguien tan autoconsciente e irónico debe de regocijarle ver su biografía acomodada en uno de los trazos establecidos: de vanguardista (novísimo en su caso) a académico. Ninguna de las dos cosas son ya para tanto, pero ahí estaba también la gracia.
Y en que la diversión seguía después. Le ha faltado tiempo a Azúa para hacer el gamberro (para seguir haciendo el gamberro) ya desde su frac. Le corresponde el sillón H, pero no va a quedarse mudo. En cuanto lo han entrevistado, en Tiempo, se ha puesto a lanzar petardos. El titular ha sido “Ada Colau debería estar sirviendo en un puesto de pescado”, y los populistas han ido a socorrer aprovechonamente a las pescaderas, cuando Azúa solo ha hablado de la menesterosa alcaldesa de Barcelona.
Tiene gracia que lo acusen de clasismo. En la misma entrevista, que es puro chisporroteo bernhardiano, dice: “La gente siente fascinación por el lenguaje. [...] Son las élites las que son analfabetas y hacen lo posible por destruirlo”. En eso no se han fijado nuestros populistas, sin duda por sentirse pescados. Ellos componen una élite particular: la que se aúpa masajeando al pueblo. El verdadero clasismo es el que postula pescaderas bobas, capaces de ofenderse por una metáfora.
En el centenario de dadá, nuestros estirados culturetas celebran nominalmente a Tristan Tzara y los suyos al tiempo que arrugan el morro ante Azúa, lo más parecido a un dadaísta que tenemos. André Breton dijo que el escándalo había muerto, pero hoy resucita en Twitter. Lo único que necesitaba era público escandalizable, y reenfocar el punto de mira Para que hoy salte la chispa no hay que epatar al burgués, sino al antiburgués.
Son enternecedores nuestros pseudoizquierdistas, que andan todo el día enseñando las tetas en las iglesias y mandando instancias al Vaticano para que los excomulguen (¡no saben hacer nada sin el Vaticano!). Ellos son nuestras beatas viejas, que visualizo en individuos como Sáenz de Ugarte: y por favor que no se me ofendan las beatas viejas, a las que les mando un beso, sino solo Sáenz de Ugarte.
Yo, señores, soy de clase baja (¡técnicamente un pescadero!), y los que me salvaron no fueron precisamente los populistas que solo piensan en ellos mismos (son pescadillas que se muerden la Colau), sino los príncipes como Azúa. Ellos me dieron justo lo que necesitaba: elevación.