En la España de Rajoy un día te desayunas con los policías sacando del Ayuntamiento al alcalde de Granada y al siguiente se te cae el ministro offshore, mientras al otro lado de la calle desmantelan un pseudosindicato por presunta extorsión de sus dirigentes, justo una semana después de que al exbanquero espiritual y zen lo vuelvan a poner entre rejas. Si Pedro Almodóvar no estuviera en las mismas, le daría para un buen guión.
Dentro de esta montaña rusa, el PP ha recogido la renuncia de Soria con lógico alivio, el que se siente al bajar de la vagoneta tras haber superado el vértigo. Pero sus dirigentes se han dejado llevar por la euforia y han experimentado un efecto rebote. "Ha sido honesto, ha decidido no perjudicar ni al partido ni al Gobierno, y eso le honra", ha dicho el vicesecretario de Organización, Martínez-Maíllo. Poco faltará para que lo conviertan en mártir.
Sin embargo, una cosa es que Soria haya tomado la decisión que debía tomar y otra que sea un dechado de virtudes. Nunca puede ser un ejemplo quien ha mentido a la opinión pública. Será un modelo para aquellos que buscaban un control de daños en el PP, que no podía aguantar más la presión mediática ni someter a Soraya Sáenz de Santamaría a la tesitura de tener que justificarle tras el Consejo de Ministros. Lo ha escrito el interfecto en su despedida: el momento político es "singularmente grave" -sobre todo para Rajoy, añadamos-, con nuevas elecciones a la vuelta de la esquina.
Una deposición masiva de caballos de hace 2.200 años acaba de llevar a los investigadores a determinar por dónde cruzó Aníbal los Alpes camino de Roma. Ciertamente, dentro de dos milenios nadie sabrá quién fue Rajoy, pero de la misma forma, siguiendo el rastro de los casos de corrupción, los cronistas políticos ya casi podemos reconstruir cómo se ha ido descomponiendo el PP, e incluso aventurar qué juicio merecerá su líder para la historia.