Banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, banderita tú no salgas que en la calle no van a televisar a la Selección, a la pobre, en las calles de Barcelona. El fútbol sólo en cada casa, como cuando la Radio Pirenaica, y por privado. Y Colau en la TV de todos con sus redondeces progrenacionalistas, igualica que una Bescansa perfilada por Botero: virreina del podemismo catalán a puntito de marcarse un tanto y de hundirle al Coletas el invento, que Barcelona es bona, i sona, y no es Vallecas.
Colau no quiere que los españoles de Barcelona, gente de bien, vean la Eurocopa en la calle, al aire cálido del junio barcelonés, cuando el culé y el periquito se unen en el uy y en el infarto, y en el abrazo compartido si se pasa -lo dudo- de la maldición de cuartos. Colau se ha propuesto un desahucio de la Selección con su poder de referente de no sé sabe qué, de izquierda de no se sabe cuánto; de alcaldesa de todos que prohíbe las verbenas futboleras por desórdenes sociales que alteran su Arcadia feliz de modernetes.
Y lo mejor es que la aplaude Gerardo El Tucumano Pisarello, con su gambeteo mental que es más torrija ideológica que otra cosa; porque censurar el fútbol en las calles es la forma de desconnexió marca Colau por la que Barcelona se hace una ciudad más verde, menos patriarcal, más feminista y más libre. Que rezarle un padrenuestro a la vagina es la Libertad en grado supremo y el fútbol, una castración de las libertades ciudadanas.
Barcelona vive hoy, me cuenta un murciano que habita en latitudes polacas, "una guerra de los balcones" (y que le "perdone por el juego de palabras") donde cada fachada saca a balconear el problema de España, orteguiano, con gran estupor de los cruceristas que suben del puerto mareados de sangría.
Orínese en la calle, y será usted un artista, siente a un pobre en su mesa y será el mejor alcalde; prohíba usted que pongan er fúrbo en una pantalla gigante y será usted, querida Colau, un adalid en defensa de las virtudes cívicas.
Lee uno esta furia de Colau contra la furia española y se acuerda de Zubizarreta, Goico, Ferrer, Sergi y de un Luis Enrique con menos humos y con la napia sangrando: del Guardiola mercenario que ganó una medalla olímpica y de las lágrimas de la infanta fea cuando el niño Felipe abanderó a España en el sacrosanto templo de Montjuic. Lee uno que Colau no quiere una pantalla con España en la calle, que Puigdemont se vuelve social (esa mala conciencia que le llega, irremediablemente, a todo burguesito), y que en Cataluña la ciudad y el Estado es lo que les sale de ahí mismo.
Llegará junio con otros Pijoapartes en Barcelona, pasaremos de cuartos en la Eurocopa con la fe del carbonero y con la ayuda de la Virgen de Montserrat o de su Abad; llegará el buen tiempo y Ada Colau seguirá tumbada en la inopia, a la bartola, como Otegi en la playa en aquel otro verano sangriento -e histórico- a nuestro pesar.
Y Barcelona en la vanguardia, en su vanguardia, como siempre y gracias a todos.
Ciutat del canvi sin La Roja.