Aun dando por bueno que el Carles Puigdemont que se acercó hasta Moncloa es el auténtico, y no como aquel de pega que, a través de la radio, descubrió a toda España lo "muy libre" que Rajoy tenía la agenda para el presidente de la Generalitat, coincidiremos en que la reunión entrambos de este miércoles sirvió para poco.
Sí podemos estar seguros, en cambio, de que el anfitrión era el verdadero Rajoy, y no un sosias: su sonrisa y camaradería eran idénticos a los que empleó en aquella conversación con el falso Puigdemont. Incluso decoró la entrada de la residencia presidencial con las enseñas catalana, española y europea, pese a lo que Zapatero tuvo que soportar por recibir a los presidentes autonómicos con la bandera de su taifa.
La corrección política obliga a ponderar el valor que tiene la "normalidad institucional". Sin embargo, si no existe lealtad institucional, esa aparente cordialidad es de cartón piedra y sólo sirve para camuflar la guerra subterránea.
Mariano y Carles se dan la mano justo después de que jóvenes de Societat Civil Catalana fueran atacados y amenazados en la Universitat Autònoma de Barcelona sin que el personal de seguridad moviera un dedo y sin que, que se sepa a esta hora, el rectorado haya iniciado pesquisas para identificar a los alumnos matones.
Carles y Mariano se fotografían juntos después de que una editorial generosamente subvencionada en Cataluña acabe de publicar un libelo con una lista negra de catalanes, de catalanes traidores, entendiendo por tales a todos aquellos que no abogan por la independencia. Y ahí nos encontramos a Félix de Azúa, Albert Boadella, Josep Borrell, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Rosa Regàs...
Mariano y Carles dialogan cordialmente sólo unos días después de que una periodista de la televisión pública TV3 queme una Constitución española ante las cámaras y encuentre de inmediato el amparo y la justificación del Gobierno catalán.
Carles y Mariano se fuman un puro, también, horas después de que el Ayuntamiento de Barcelona se haya negado a celebrar un solo acto para celebrar el día de la Constitución, aun cuando acaba de organizar cuatro días de festejos institucionales para conmemorar la República.
Rajoy obsequió a Puigdemont con un facsímil de la segunda parte del Quijote. No hubiera estado mal tampoco la serie completa de Dallas o de Falcon Crest.