Pablo Iglesias se ha disculpado dos veces por ridiculizar a Álvaro Carvajal y a la prensa incómoda. La primera fue una retractación a rebufo del escándalo y con adversativas. La segunda ha sido este viernes, 24 horas después de comprobar que su altanería cotidiana seguía en las cimas del trending topic.
Estos detalles son indicativos de la calidad del arrepentimiento de Iglesias, como sus apelaciones al "contexto académico" mientras se producía la espantada de los periodistas lo fueron de su idea de la libertad de cátedra. "Esto no es una rueda de prensa, esto es la Universidad", sentenció Iglesias, y todos entendieron "aquí mando yo" sin necesidad de que el Ibex 35 dictara nada a nadie.
Habrá que pensar que Pablo ha recapacitado y que, entre los aplausos de su grey y los editoriales adversos, ha optado por mostrarse condescendiente y pedir perdón a deshora, pues no es práctico llevarse a malas con quienes tienen recado de escribir.
Lo fascinante de este episodio es que se ha producido cuando Iglesias aún no conoce el poder, de lo que se desprende un cuajo digno de que su madre empiece a verlo no ya como a su hijo amantísimo, sino como a El señor presidente de Miguel Ángel Asturias.
Es frecuente en las trayectorias principales que, bien en la cima de su soberbia, bien en caída hacia su ocaso civil o judicial, un día se enfaden porque la prensa que encumbró sus aciertos empieza a subrayar sus dislates. Entonces dicen que los periodistas son de la piel del diablo y el berrinche se enquista con un rencor más allá de lo ridículo.
Este cambio de tornas, insólito en las repúblicas bananeras pero habitual en las democracias saludables, no responde a conspicuas conspiraciones de los poderosos, como quisiera Podemos, sino como reacción a las actuaciones "sexis" o patéticas del sujeto bajo los focos porque en este oficio manda más google analytics que las oligarquías.
El asunto no debería "abrir un debate sobre el estado de la prensa", como quieren Bescansa y Echenique, pues con su espíritu de los espadones resabiados se empieza "invitando" a la reflexión y se acaba haciendo listas negras y consejos audiovisuales, en el mejor de los casos. En el peor, y ya estamos ahí, la Fiscalía pide cárcel por revelar una escucha a dos colegas de ABC -Cruz Morcillo y Pablo Muñoz-; un juez investiga a El Confidencial por un exclusiva de Ausbanc; o un abogado del PP denuncia a Vozpópuli por sus informaciones sobre la destrucción de los ordenadores de Bárcenas. Vamos, que Esteban Urreiztieta y Daniel Montero no ganan para sustos.
Lo sustancial es que, empezando por los universitarios y siguiendo por los políticos, unos y otros comprendan que las críticas, las filtraciones y los enfoques más o menos incómodos son buenos para la democracia. Esto no lo entenderá Pablo, a quienes los propios advirtieron de su arrogancia sin resultado, como no lo entienden la Fiscalía ni los abogados del PP. Pero sin ese respeto obligado, la política empieza siendo un circo, como el que ofreció Pablo en su Universidad, y acaba convertida en un cuartel.