Yo no soy responsable de que tú, pedazo de tiarrón, tengas madre, hermana, esposa, hija y amigas. Ni siquiera soy la causante de que todas las mujeres de tu vida nos transformemos en guerreras ninja, katana en ristre, dispuestas a plantarte cara una vez al mes cuando pretendas que traguemos con las de siempre.
Hubiera agradecido que a mis quince me hubieran enseñado algo más que los misiles y pañales en versión rosa. Ojalá en 1987 hubieran existido las copas y esponjas menstruales y las hubiera conocido en una clase del instituto. Me habría muerto del asco nada más escucharlo pero me habrían ahorrado infinidad de malentendidos conmigo misma y conociéndome, habría terminado metiéndome los dedos hasta el fondo hasta calibrar por mí misma qué método consideraba mejor para mí, importándome bastante poco la opinión del resto.
La mayoría crecemos ocultando que menstruamos, nuestros desfases hormonales provocan risas cuando no burlas incluso en nuestra propia casa. Para cualquiera de nosotras es una pesadilla, para unas pocas una gilipollez, para todas una obligación porque de ésta ni una mujer se libra.
Que enseñen si quieren hasta lo del sangrado libre. Consiste en dejar de montar melodramas cuando manchamos porque es evidente que no lo hacemos por marcar territorio con nuestra sangre (¡ojalá!), promueve ejercitar los músculos pélvicos para controlar el exudado que soltamos del útero exactamente igual que hacemos con los demás esfínteres. A mí, me pilla mayor y recurro a las bolas chinas pero cuéntenselo a las pequeñas y así, si son madres, estornudarán sin mojar sus bragas.
No todas podemos ser Vicky Leyton que ejercitó su vagina como para hacer salir de ella bombillas encendidas, pero cuánto bien haría saber que no solo la cara interna de los brazos se nos descuelga. Se lo ponemos fácil al ginecólogo en el parto pero nadie me lo facilita a mí para recuperar la tirantez de mi pared vaginal cercenada con un bisturí mientras daba a luz.
Que cuenten lo bueno y lo malo pero que enseñen a las niñas a explorar su sexo, lavándose las manos y tocando su vulva. Los hombres se la sujetan para mear desde niños, conocen su cuerpo al dedillo. Nadie puede engañarlos sobre la grandeza de lo que tienen entre las piernas. Quiero que las mujeres lleguemos a ese punto y estoy dispuesta a que sea por culpa de un sangrado al que pongamos remedio. Que conozcamos y elijamos; que sepamos y escojamos.
Las resacas no son mucho mejores y hace mucho que las aguanto en vez de padecerlas. Ni se te ocurra mirarme con esa cara porque esta mañana no te he aguantado ni tus bromas ni tu torpeza ni tus olvidos fruto de la que te pillaste anoche.
Tengo la regla, sí. ¿Y?