…con una papelera. A veces no valoramos lo suficiente el privilegio que nos inunda por vivir en un Estado de Derecho. Cierto es que no todo funciona como debería, pero aún así supone una suerte de las grandes someternos a una Justicia al menos teóricamente igual para todos y que defiende, como fundamento esencial, las libertades de los ciudadanos.
No en todas partes es así, ni mucho menos. Por cualquier circunstancia, incluso por pedir precisamente eso que nosotros ya tenemos –libertad, justicia-, en otros lugares te pueden arrancar la vida o, casi peor, arruinártela para siempre.
Eso mismo le ha sucedido a Miao Deshun. En la primavera de 1989, cuando China caminaba lentamente, titubeando y a oscuras, hacia una sociedad diferente, Miao tenía 25 años y todas las ganas de luchar por espacios de libertad. Por eso se unió a los miles de estudiantes que protestaban en la plaza de Tiananmen de Beijing.
Cuando Deng Xiaoping y Li Peng decidieron acabar con la protesta, que duraba ya dos meses, enviando al Ejército Rojo a teñir las calles de rojo, él lanzó una papelera a un tanque que ardía. O, al menos, eso cuenta la autoridad, cuya versión es la única conocida.
Nadie sabe cuánta gente murió ese fatídico 4 de junio. Al menos, nadie en Occidente lo sabe con certeza. Tampoco se conoce cuántos de los manifestantes fueron ejecutados en las fechas posteriores. Ni, tampoco, cuántos estudiantes, intelectuales o trabajadores que, como Miao, apoyaron las protestas, han sido obligados a cumplir férreas condenas en las cárceles chinas. En cualquier caso, las estimaciones más creíbles hablan de varios miles de muertos y de otros miles de manifestantes purgados.
La matanza de Tiananmen, o los incidentes del 4 de junio, como algunos en la China más oficialista llaman a los trágicos sucesos de ese oscuro día, continúa siendo un secreto de Estado para Beijing.
Miao, por su acción, recibió una condena a muerte, aunque años después se suspendió; lleva en prisión 27 años que son, ya, los mismos que pasó Nelson Mandela entre rejas. Nunca firmó cartas de arrepentimiento ni hizo trabajo penitenciario alguno. Este octubre, si los líderes chinos no cambian de idea, será liberado.
Cuando entró en la cárcel Miao era un veinteañero con ideales; ahora, algunos compañeros de prisión que ya han cumplido sus condenas aseguran que sufre problemas mentales, y alcanza los 52. Ha pasado el grueso de sus días, la mitad de su vida, en prisión. Y es el último preso conocido de aquella hermosa lucha del 89 que concluyó con los tanques en la calle y con un hombre, cuya identidad no se conoce –tampoco qué le sucedió-, deteniéndolos al ponerse delante de ellos.
Ese desconocido, uno de los personajes más influyentes del siglo XX según la revista Time y un icono de la lucha pacífica por la libertad, será para siempre la imagen del efímero pero valeroso atrevimiento de los chinos por democratizar su país. Pero ha habido otros héroes menos conocidos, como Miao, que merecen un reconocimiento semejante, pues su martirio no ha sido menor.