Lo más entrañable es esa solemnidad con la que visten hasta lo más banal. Ese glosario prefabricado de términos que hace que cualquier debate o entrevista parezca un seminario de política en un colegio mayor. Ahora es ese concepto tan cursilón del sorpasso, que de aquí al 26J repetiremos hasta la náusea. Una idea que, además, se basa en una lógica discutible: la certeza de que la suma de dos partidos dará como resultado la suma de los votos de ambos.
Quedan unos días para que se cumpla el quinto aniversario del 15M, lo que nos permite anticipar que esta semana habrá una sobredosis de literatura. Todo se resume en lo siguiente: veremos fotos en blanco y negro de algo que ocurrió, como quien dice, antes de ayer. El blanco y negro es el filtro de la épica, permite teñir cualquier cosa de nostalgia, edulcorante de la memoria. Una trampa muy elemental.
El 15M ofreció muy poco de novedoso. Era la misma mercancia ideológica y estética que llevaba décadas en circulación en la universidad. Muchos tenemos una biografía parecida. Uno llega a Madrid de provincias, descubre a Toni Negri y a Eduardo Galeano y ya cree tener una solución para todo.
La diferencia es que esta vez se le prestó atención a la juventud enragé, pleonasmo. Es algo que ocurre cíclicamente, de repente un país empieza a tomarse en serio el eterno y casi inmutable recetario adolescente para arreglar el mundo a golpe de decreto ley.
En cuanto a las movilizaciones, lo que comenzó como una muy respetable manifestación derivó en happening grotesco de manos agitadas y propuestas esotéricas. Las teles se llenaron de imberbes que aleccionaban a periodistas y políticos. Yo supongo que alguno de ellos, visto en perspectiva, estará hoy maldiciendo a sus mayores. Como ese borrachín de Youtube que le dice a sus amigos “si ya sabes cómo me pongo para qué me invitas”.
Pablo Iglesias acudió a la Puerta del Sol en condición de reportero de La Tuerka y en las siguientes elecciones votó a quien siempre había votado. A Izquierda Unida. A quien volverá a votar muy probablemente en los comicios de junio, una vez haya conseguido la ansiada renovación del partido, que es para lo que ha servido finalmente la aventura de Podemos.
Gobernaba por entonces el PSOE y ocurrió lo que suele ocurrir cuando la izquierda institucional se deja arrastrar por el entusiasmo juvenil: que gana la derecha. A su pesar, incluso. O eso parece. Nunca fue un dechado de entusiasmo, eso es cierto, pero los lamentos de Rajoy empiezan a resultar demasiado lastimosos. Más que nada porque a las puertas de unas elecciones no conviene aparentar que uno no está dispuesto a aguantar las servidumbres del cargo.
Con Rajoy el síndrome de La Moncloa se ha convertido en astenia primaveral. El presidente se parece cada vez más, no ya a Bartleby, más quisiera, sino a Oblomov, aquel personaje que Goncharov tarda como unas 100 páginas en levantar del sillón. Imaginen qué coñazo de novela.