Pedro Sánchez arranca su segunda cita electoral con la certeza de que si fracasa el 26-J no tendrá una tercera. O gana o a la puta calle, al anonimato del grupo parlamentario, al silencio invisible. Sabido es también que a derecha e izquierda sus enemigos políticos –PP más Podemos, que en lo que a Sánchez se refiere vienen a representar lo mismo– le han elegido como blanco de casi todas sus iras; y digo casi porque a Rajoy y sus borregos (*) de la dirección popular siempre les quedará Albert Rivera, una vez que Iglesias se ha desembarazado de Alberto Garzón por la vía de la compraventa. Pero todo esto carece de importancia comparado con lo que el pobre Sánchez tiene en casa.
En casa está lo peor. Los dos expresidentes. José Luis Rodríguez Zapatero y Felipe González. El primero anda tan cabreado con el candidato de su todavía partido que espera y desea, y en ello trabaja desde hace meses, que Mariano Rajoy siga habitando en la Moncloa tras las próximas elecciones en detrimento de su correligionario. Su rencor, que parece no tener fin, nace en el desprecio que, según el político leonés, sentiría Sánchez por el trabajo realizado por aquél en sus ocho años de presidente. “No reconoce mi legado”, dijo recientemente en una cena con algunos seguidores socialistas que también procesan un claro rechazo al actual líder; “no reconoce ni mi legado ni todo lo que he hecho por este país, especialmente en material social, y no le perdonaré su decisión de querer dar marcha atrás a la reforma del artículo 135 de la Constitución”.
Zapatero está detrás de Susana Díaz, de Carme Chacón, de Eduardo Madina y de no pocos barones socialistas que no paran de darle leña al mono esperando que cante o se vaya. “Él está detrás de todas y cada una de las putadas que le están lloviendo al candidato”, dice un estrecho colaborador de Sánchez. ZP quiere que la sultana, como llama a la presidenta andaluza, deje de amagar y diga ya de una vez, públicamente, que quiere ser candidata a la Secretaría General. Además, ha conseguido que la que iba a ser número 1 por Barcelona deje en la estacada al líder socialista, e intenta conseguir que quién fuera el rival de Sánchez en las primarias para hacerse con la jefatura del partido diga también que no quiere ser candidato en junio rechazando el séptimo puesto en la lista de Madrid. “Esto es lo que se sabe pero el machaque es continuo”. El expresidente no va a parar en su intento de debilitar al candidato.
Con el segundo ex el problema es el contrario: que se muestre excesivamente efusivo y quiera apoyarle en la batalla electoral. “Eso sería terrible”, dicen en el equipo de Sánchez. González, que también desprecia el legado de Zapatero, defiende “aunque sin alharacas” al ahora candidato. Pero el amor antes recíproco empieza a no ser mutuo, especialmente en los últimos días por la conexión panameña del sevillano y por aquello de que el otrora ético e intachable Felipe se dedique ahora a hacer videoclips promocionando al corrupto Farshad Massoud Zandi, que también aparece en los papeles de Panamá, y que ha regalado el dos por ciento de una petrolera al superperiodista Juan Luis Cebrián, el otro amigo indeseable del expresidente socialista.
¿Se imaginan a Pablo Iglesias tirándole a la cara a Sánchez los turbios amigos y no menos turbios negocios del viejo icono de la izquierda española, modelo de socialistas, hoy convertido en vulgar comisionista con amigo periodista? Con él en campaña, Podemos tendría el hígado del candidato socialista al alcance de sus insultos.
“Estoy rodeado, no podré escapar”, pensará el pobre Pedro cuando en la soledad de su cuarto de baño visualice día tras día cómo anda el patio de su casa. Son más y más importantes los enemigos de ésta que los externos, y aún así sigue adelante con la creencia de que si logra ganar o mejorar posición el 26-J, el milagro sería digno de estudio en las escuelas de ciencias políticas.
(*). Por favor, que ningún dirigente del PP se ofenda por lo de borrego antes de mirar el diccionario. La segunda acepción que nos ofrece la RAE es taxativa: “Persona que se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena”.