La entrevista de niños a políticos con la que Telecinco ha iniciado una serie por la que ya han desfilado Pablo Iglesias y Albert Rivera supone rebasar una línea que no se había cruzado antes en España. Al margen de que poner a chavales a preguntar a los candidatos podría entenderse como una manera de frivolizar lo que deben ser el periodismo y la política, quizás lo más cuestionable es que este formato utiliza a menores al servicio del espectáculo televisivo.
Se podrá argumentar que estamos ante un programa blanco, que trata de ver el lado humano de los candidatos en un ambiente distendido. Y es cierto también que hay muchos otros espacios en los que los pequeños son los protagonistas. Pero es la primera vez que se recurre a niños para que hablen cara a cara con los políticos, algo que chirría a muchos ciudadanos.
Los primeros que deberían haberse planteado su participación en este show son los propios candidatos. Dice poco en su favor que resulte tan complicado ponerlos a debatir o convencerlos para que se sometan a entrevistas incómodas, y en cambio todos hayan aceptado de inmediato esta invitación. Pero claro, nadie quiere perder la oportunidad de aparecer en televisión y junto a Ana Rosa Quintana en horario de máxima audiencia y a tres semanas paras las elecciones. El voto es el voto, aunque haya niños de por medio.