Creo que fue el periodista Juan Pablo Arenas el que dijo que cualquier duda que pueda albergarse sobre la viabilidad del socialismo se disipa en cuanto entras en un lavabo público. O, para el caso, cuando ves a un amigo que se acaba de beber tres bares arrancar con las uñas las flores de un parterre recién plantado por los jardineros del ayuntamiento de Barcelona al grito de “me las llevo porque también son mías” (de jardinería mi amigo no entiende mucho pero en socialismo redistributivo tiene un máster).
Pedía Pablo Echenique hace unos días un tipo del 95% para la renta de los “muy ricos”. Recuerden que para Echenique y compañía los “muy ricos” son todos aquellos que, a diferencia de los suyos, no viven del resto de los ciudadanos. Sorprenden esos remilgos neoliberales con el 5% restante. ¿Se habrá derechizado Echenique? Ya lo cantaban los Beatles en Taxman: “Si el 5% te parece demasiado poco / da gracias de que no me lo lleve todo / porque soy el recaudador / si conduces un coche / gravaré la calle / si te intentas sentar / gravaré tu silla / si tienes frío / gravaré el calor / si das un paseo / gravaré tus pies”.
Una elemental prudencia, en fin, aconsejaría desconfiar de una ideología que es utilizada por sus acólitos más como venganza de clase que como método racional de resolución de conflictos entre intereses opuestos. Más aún cuando se atiende a la larga lista de excusas con la que los líderes de la manada suelen justificar la no aplicación de sus propias tesis sociales a sus siempre particulares casos particulares.
“Mis padres trabajaron toda la vida: mi madre era enfermera en la sanidad pública y mi padre, abogado. Son gente que se mató a trabajar toda la vida y esto generó un patrimonio”, decía hace apenas unos días Benet Salellas, un parlamentario de la CUP que atesora dos viviendas, tres locales y seis fincas rústicas, tras defender la okupación de las propiedades de los otros. Esos otros cuyos padres, por lo visto, no se mataron a trabajar para pagar el patrimonio generado sino que se lo encontraron abandonado en el descampado más cercano, entre un colchón de yonqui y un neumático quemado.
No hay socialista, ya ven, al que no le entre el tembleque cuando se le insinúa la posibilidad de que le sea aplicada una leve redistribución social a su caso particular. Debe de ser el suyo un terror muy similar al que se apodera de nosotros cuando metemos la mano en el bolsillo y no encontramos el móvil. De entre todas las frases con las que los rentistas de izquierdas justifican su hipocresía mi preferida es aquella de “que yo sea de izquierdas no quiere decir que no X”, donde “X” es cualquier capricho convencionalmente burgués que a usted se les ocurra. Porque todavía hay rentistas y rentistas. ¿Cómo no ver la diferencia?