Sí. Unidos Podemos dice ahora que es socialdemócrata y parece que ha dado un giro ideológico para ingerir al PSOE, pero no es así. Esa declaración, poco creíble a tenor de los grupúsculos “alternativos” que la componen, está pensada para absorber no solo a los socialistas, sino a todo el espectro central del electorado. No es que haya cambiado de ideas, es que la coalición de Iglesias es populista. El populismo no es una ideología, sino un estilo muy determinado de hacer política, que exhibe un programa moldeable según las circunstancias, con un único objetivo: hacerse de una vez y para siempre con el poder cambiando sus estructuras.
El SPD pensaban que la democracia era sinónimo de Estado social dirigido por el proletariado
Iglesias no miente: ahora son socialdemócratas, pero como el izquierdismo previo a la Primera Guerra Mundial, que creía que la democracia era un tránsito hacia el socialismo, porque en una sociedad en lucha de clases acabaría imponiéndose el proletariado por el sufragio universal. Por eso, el SPD, la versión alemana, se presentaba a las elecciones con un “programa mínimo” –reivindicaciones sociales y políticas cotidianas- junto a un “programa máximo” –la dictadura del proletariado-.
Todos eran marxistas, y entendían que la democracia no era el respeto a las libertades individuales, la separación de poderes o la representación libre y plural. No. Pensaban que la democracia era sinónimo de Estado social, combate de las desigualdades sociales eliminando la vida económica, cultural y política burguesas.
Lenin y Luxemburgo denunciaron a los “renegados” comunistas y abogaban por la guerra para hacer la revolución
Las dos guerras mundiales del siglo XX supusieron una larga marcha del desierto para los socialistas. La Segunda Internacional quebró por la preferencia nacionalista de sus otrora internacionalistas. Lenin y Rosa Luxemburgo iniciaron entonces una campaña para denunciar a los “renegados” del paraíso comunista, y usar la guerra para hacer la revolución. Así, los socialdemócratas alemanes tuvieron que eliminar a sus bolcheviques, entre 1919 y 1923, para que su recién proclamada República no se convirtiera en un satélite soviético. De hecho, Lenin fue el líder del Partido Socialdemócrata de Rusia hasta la creación del Partido Comunista en marzo de 1918.
El estatismo salió robustecido en 1945, como indicó entonces Hayek, y se estableció el consenso socialdemócrata: los socialistas occidentales aceptaron la democracia a cambio de una economía mixta, en la que coexistieran la propiedad privada (con función social), y el control público de la actividad económica a través de la planificación, contando con los “agentes sociales”; en especial, las asociaciones obreras.
Se desarrollan políticas sociales para “corregir las desigualdades” y promover la “justicia social”.
Así se constituyó el Estado del Bienestar, fórmula socialdemócrata que hoy todos defienden, en el que se ejecutan políticas sociales tendentes a distribuir la riqueza para “mitigar” los efectos del mercado, “corregir las desigualdades”, y promover la “justicia social”. Todos fueron, y son, ingenieros de una Nueva Sociedad comprometida con los “derechos sociales”, donde el progreso individual está subsumido en el colectivo.
La democracia cristiana, aquella que Konrad Adenauer resucitó en la segunda mitad del siglo XX, se acabó convirtiendo en el ala derecha de la socialdemocracia una vez que los valores cristianos que envolvían su estatismo se fueron perdiendo. El lapsus del conservadurismo de Thatcher no acabó con el consenso socialdemócrata.
La Nueva Izquierda asumió el el tercermundismo, el misticismo, el pacifismo, el antiamericanismo, el feminismo y el ecologismo
Es más; la Nueva Izquierda surgida en las décadas de 1960 y 1970, añadió al programa socialista el tercermundismo –el sentimiento de culpa en Occidente, convertido luego en antiglobalización-, el misticismo como religión alternativa, el pacifismo, el antiamericanismo, el feminismo revanchista y discriminatorio, y el ecologismo. Para ganar unas elecciones, como señaló Przeworski, había que ser “pluriclasista atrapalotodo”; es decir, formar parte del consenso.
El consenso socialdemócrata, con un Estado muy intervencionista, se ha instalado en España en los últimos cuarenta años
Ese consenso socialdemócrata, con un Estado muy intervencionista que se retroalimentaba, que se justificaba con la política social redistributiva, se ha instalado en España en los últimos cuarenta años. “Las elecciones se ganan en el centro”, decían, y ese “centro” era la socialdemocracia, aquella que se definió en Europa tras 1945. Y a eso tendieron UCD, PSOE y PP, aunque en diferente gradación.
La sociedad se acostumbró a un Estado omnipresente, generador de derechos sociales, los llamados de segunda generación –salud, educación, trabajo, vivienda, seguridad social, medio ambiente…-, en el que el ciudadano era irresponsable y perdió libertad, pero se sentía confortable. La legitimidad de la democracia estaba, por tanto, en que el Estado proveyera de todos esos servicios. Era la democracia social por encima de la política, como señalaba el marxista Adler en 1926, porque en eso consistía el espíritu de la socialdemocracia, de la Nueva Sociedad con el Hombre Nuevo.
Podemos obtiene ventaja en el consenso sobre ese Estado omnipresente, justiciero y redistributivo
Es lógico, por tanto, que hoy, en 2016, una opción populista como Unidos Podemos, esconda las efigies de Hugo Chávez, tanto como las banderas rojas tras el pacto con los comunistas de Izquierda Unida, y se llame a sí misma “socialdemócrata”, porque es ahí, en esa mayoría social sumergida en dicho consenso, en la dependencia psicológica de ese Estado creador, omnipresente, justiciero y redistributivo, donde tiene su victoria.
Ahora, en campaña, todos prometerán más políticas sociales, más gasto público, más inversiones y más vigilancia del mercado, al viejo estilo, para ganarse al electorado. A ver quién es más socialdemócrata, pero Unidos Podemos será como los de 1914, esos que tomaban todo esto, la democracia, como un tránsito hacia su arcadia, la dictadura.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.