Cuando pienso lo que Europa supone para mí como ciudadano británico, hijo de escocés y castellana, recuerdo mi niñez y lo comparo con la experiencia existencialista que han supuesto las últimas semanas de campaña sobre el brexit.
Nací en Madrid en 1953 casi por accidente, ya que dos hermanos y una hermana, mayores que yo, llegaron al mundo en Londres, donde ya vivían mis padres desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Tal como lo definió Ortega y Gasset, el ser y las circunstancias hicieron que mi destino fuese multicultural, ya que mi madre me llevó a Londres, donde fui educado y seguí mi carrera de periodista y escritor entre visitas constantes a España.
De mi niñez en Londres durante los años cincuenta,recuerdo la conversación de un par de nannies -anglosajonas y de piel muy blanca- mirando con cara de desprecio a mi madre -morena- mientras veíamos la carroza que llevaba a un jefe de Estado africano de la Commonwealth al Palacio de Buckingham. "Ella es una de ellos", dijeron señalando a mi madre y después al visitante. Sentí en ese momento el racismo que había caracterizado la historia del colonialismo británico y lo duro de la experiencia del emigrante que llega buscando nueva vida al otro lado del Canal de la Mancha.
Churchill creía en una soberanía política compartida europea que respetase las distintas identidades culturales
Pero gracias a mi padre tuve otros ejemplos, como el de la gran contribución del carácter británico a la derrota del nazismo, su tradición parlamentaria y el resurgimiento de una Europa capaz de unirse en base a una visión democrática compartida. Y para mi padre no había un mejor modelo que Winston Churchill, cuya visión, tras resistir a Hitler cuando otros se rendían, era la de un Reino Unido que fuera parte de una Comunidad Europea de la posguerra que fuera el elemento esencial de contrapeso al resurgimiento del nacionalismo. Churchill confiaba en una soberanía política compartida europea bajo la cual se respetase la identidad cultural de cada nación democrática.
Esa conciencia me ha acompañado en estas últimas semanas que, para mí, han mostrado lo mejor y lo peor del pueblo británico. He sentido, al mismo tiempo, el riesgo que supone un referéndum como instrumento de una decisión que define no ya solo a un país, sino que impacta mucho más allá de nuestras islas.
Este referéndum no era algo deseado por una mayoría de británicos: fue la respuesta a una demanda del UKIP
Hay que recordar que este referéndum no era algo deseado por una mayoría de británicos: fue la respuesta a una demanda del UKIP, partido minoritario nacionalista y anti-emigrantes con seguidores racistas y de extrema derecha. Desde entonces, demasiados británicos han perdido su sentido democrático apoyando el brexit. Y entiendo a los que echan la culpa a David Cameron por dejar que una división interna de su propio partido diera pie a jugar con el destino político y económico de su país y de toda Europa.
Al mismo tiempo he visto cómo en esta campaña ha brotado un gran sentido de solidaridad humana entre quienes son conscientes de los desafíos a los que nos enfrentamos -terrorismo, guerra, desigualdad, desastres ecológicos...- que sólo podrán solucionarse a nivel interterritorial e intercontinental. Por eso, tanto Gran Bretaña como Europa en su conjunto serán los gran perdedores si el país de Churchill se convierte en el país de Nigel Farage.
Me siento orgulloso del gran luto colectivo que ha seguido al asesinato de mi colega del Partido Laborista
En los últimos días previos a la votación de hoy, ese sentido del bien común más allá del interés partidista o nacionalista, me ha llevado a participar en un barrio del sur de Londres en la campaña, hombro con hombro, con conservadores, laboristas, liberal demócratas, ecologistas, cristianos, musulmanes y agnósticos. Todos ello quieren defender su sociedad multicultural y reconocen la contribución positiva que surge de la participación y el intercambio con el resto de Europa.
Y me siento orgulloso de haber presenciado el gran luto colectivo provocado por el asesinato de mi colega del Partido Laborista Jo Cox, una persona que demostró lo esencial del sentido democrático como manera de ser, como respeto hacia el otro -sobre todo hacia el más desamparado- y como conciencia humanista de lo universal.
En el homenaje a Cox, la Cámara de los Comunes irradiaba un gran sentido de esperanza en el bien común
Al pensar en la gran samaritana que fue Jo, me vienen las palabras del Papa Francisco en su encíclica Laudato Si: "Tenemos que recuperar el sentido de que nos necesitamos mutuamente, que tenemos una responsabilidad compartida hacia otros y hacia el mundo". Fue un honor estar presente en la embajada del Reino Unido en Madrid, como en la embajada de España en Londres, donde se rindieron momentos de silencio en homenaje hacia la memoria de Cox.
Pero la imagen sobresaliente de esta campaña fue la del Parlamento británico unido en su respeto hacia Jo Cox y su manera de ser, cada diputado con una rosa blanca -símbolo de la circunscripción donde ella luchó a favor de los derechos humanos y contra le intolerancia-. La Cámara de los Comunes irradiaba un gran sentido de esperanza en el bien común que me lleva a creer que nos quedaremos en Europa y que el Reino Unido podrá contribuir a la gran reforma de la Unión Europea sin la cual está condenada a la desintegración.
*** Jimmy Burns Marañón es periodista y escritor. Su último libro es 'Franciscus. El Papa de la Promesa' (Stella Maris, 2016).