La nueva relación de fuerzas en el Congreso de los Diputados no permite por sí sola solucionar el bloqueo heredado de los anteriores comicios; más bien lo contrario. La polarización de la campaña ha cribado de votos prestados la cosecha de sufragios obtenida por cada formación, de tal modo que los candidatos saben ahora mejor que hace seis meses qué es lo que esperan de ellos sus electores.
Instalado en la euforia de su segunda victoria, tras haber pasado de 123 a 137 escaños, el PP tiende la mano al PSOE en busca de una gran coalición. Pero esta fórmula es impensable mientras el candidato sea Mariano Rajoy. El presidente en funciones sólo tiene dos caminos para lograr permanecer en la Moncloa y ambos parecen vías muertas pese al entusiasmo en el que se arrellana desde el domingo.
La eventual investidura de Rajoy o pasa por el PSOE, que vuelve a tener la llave de la gobernabilidad, o por un complicadísimo acuerdo a cinco bandas entre PP, Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria y el diputado de Nueva Canaria integrado en la candidatura socialista. Por un lado, el equipo de campaña de Pedro Sánchez ha descartado este lunes que vaya siquiera a abstenerse para permitir gobernar a Rajoy. Por otro, tampoco parece aventurado dudar de que un exponente de la 'cultura del rodillo' como él tenga la habilidad de ofrecer un programa que merezca el beneplácito de formaciones tan dispares.
Pulso en el PSOE
La oposición frontal de Sánchez a investir al mismo candidato al que llamó "indecente" resulta, al fín y al cabo, congruente. Además, el resultado obtenido por el PSOE es lo suficientemente digno como para que el secretario general socialista le mantenga el pulso a los barones que -como Susana Díaz o Fernández Vara- creen llegado el momento de ceder.
Es verdad que con Sánchez de candidato el PSOE ha obtenido su segundo peor resultado en democracia y que los socialistas han pasado de 90 a 85 escaños. Pero también es cierto que el PSOE ha logrado mantener la hegemonía de la oposición, en contra de todos los sondeos, pese al embate de Unidos Podemos. Con Pablo Iglesias atrincherado a la izquierda, el final político del PSOE y el del propio Sánchez estarán escritos si el aspirante socialista claudica ante Rajoy. En definitiva, el presidente en funciones sólo podrá repetir si los barones logran doblarle el pulso al secretario general socialista.
Ciudadanos
Por lo que respecta a Ciudadanos, Albert Rivera es consciente de que su partido sólo tiene sentido como alternativa al PP y que si ha pasado de 40 a 32 diputados ha sido por las distorsiones de la Ley d'Hont en la traslación de votos a escaños. Ciudadanos ha perdido 280.000 votos prestados del PP, pero ha consolidado 3,2 millones de electores tras haber subrayado que no apoyaría a Rajoy. Además, Rivera sabe que la gran mayoría de sus votantes se ha mantenido fiel a las siglas tras una campaña de máxima polarización que, tras el pinchazo de Unidos Podemos, no volverá a producirse.
La situación es endemoniada para Rajoy. Ni Albert Rivera ni Pedro Sánchez quieren unas terceras elecciones, pero ninguno quiere asumir el coste político que supondría apoyar o abstenerse para que el mismo presidente que enviaba mensajes de apoyo a Luis Bárcenas encabece una legislatura reformista. Al mismo tiempo, la caída en diputados de Ciudadanos y PSOE complica cualitativamente cualquier negociación al depreciar el valor de sus apoyos.
En esta tesitura, lo mejor sería que el PP presentara otro candidato para sumar a la segunda y cuarta fuerza políticas en una gran coalición. La pelota está en el tejado del PP, pero Rajoy no puede intentar convertir sus nuevos e insuficientes 14 diputados en un cheque en blanco.