¿Se imaginan tener que ir a votar el 25 de diciembre? ¿Y a Felipe VI dirigiéndose a la nación en plena jornada de reflexión? ¿Y tener que interrumpir su Navidad por cumplir con la obligación de estar en una mesa electoral? Ésta es la maquiavélica tesitura en la que Mariano Rajoy ha colocado a todo el país -y a la Corona- con tal de presionar a Pedro Sánchez para forzar la abstención del PSOE y perpetuarse en la Moncloa.
La presidenta del Congreso, Ana Pastor, que es quien debía convocar el pleno del Congreso para que el candidato propuesto por el rey presente su programa de Gobierno y solicite la confianza de la Cámara, ha anunciado este jueves que la sesión de investidura se celebrará finalmente el próximo 30 de agosto.
La razón última por la que Rajoy ha mantenido durante 21 días la incógnita sobre si sometería su candidatura a votación en el Congreso queda ahora despejada. El presidente en funciones ha dilatado al máximo el anuncio de su investidura para, con la excusa de tener tiempo para negociar las seis condiciones regeneracionistas de Ciudadanos, trasladarla al penúltimo día de agosto.
Calendario
Rajoy utiliza de forma espuria el calendario de convocatoria de elecciones, en casos de investidura fallida, para repetir los comicios el día de Navidad. La Constitución, la Ley de Régimen Electoral y el Reglamento del Congreso son precisos al respecto. El martes 30 de agosto Rajoy presentará su programa de gobierno. El miércoles 31 se producirá la primera votación. En el caso previsible de no salir elegido, 48 horas después -viernes dos de septiembre-, tendría lugar la segunda votación. Si la investidura resulta fallida, como pretende el PSOE, después de dos meses en los que el rey podría sondear a los grupos para proponer a otro candidato, se convocarían nuevas elecciones el primer domingo, una vez transcurridos 54 días: el 25 de diciembre.
Es decir, si no logra los votos suficientes para ser reelegido, el país no sólo se vería en la tesitura histórica de tener que repetir las elecciones por tercera vez en un año, sino que afrontaríamos la circunstancia absolutamente extraordinaria de tener que ir a votar en Navidad.
La "certeza"
Después de haberse comprometido con Albert Rivera a aceptar su paquete de medidas contra la corrupción, Rajoy ha alegado que ahora sí tiene "la certeza" de que puede salir elegido. Lo que no ha dicho es que esta certeza se basa no en su capacidad de negociación política y persuasión parlamentaria, sino en su convicción de que Pedro Sánchez, a quien intentará culpabilizar de que los ciudadanos puedan verse abocados a las urnas el día de Navidad, no podrá soportar la presión.
Albert Rivera puede jactarse de haber impuesto al PP la misma agenda de reformas que se ha negado a sacar adelante desde 2011, pero también se arriesga a que los votantes puedan pensar que ha sido cómplice del impresentable tacticismo de Rajoy. El líder de Ciudadanos tiene que dejar muy claro que él no ha tenido nada que ver con un calendario que sólo puede aumentar el hartazgo generalizado hacia los políticos. También tiene que tener mucho cuidado con Rajoy y concretar con plazos los compromisos que, de boquilla, dice aceptar.
El presidente ha forzado los plazos políticos y legales pensando sólo en su interés personal, se ha avenido a aceptar en el último minuto las mismas condiciones que la víspera ignoró en el comité ejecutivo de su partido y no tiene escrúpulos en coaccionar a toda la sociedad con tal de chantajear al PSOE con el calendario. Demuestra que no es en absoluto de fiar.