La decisión del Gobierno de proponer a José Manuel Soria como candidato a ocupar un puesto ejecutivo en el Banco Mundial es una desvergüenza, tanto por el fondo como por la forma.
Quien ha tenido que abandonar la cartera de ministro y todos sus cargos políticos por estar bajo sospecha no es digno de representar a España en los organismos internacionales. Soria tuvo que renunciar al Ministerio de Industria cuando fue incapaz de explicar sus intereses en sociedades radicadas en paraísos fiscales.
Pero si su nominación ya es en sí una obscenidad, tanto o más las formas y el momento elegidos. El anuncio de la propuesta de Soria se ha hecho público justo después de que concluyera el debate de investidura, con el propósito evidente de evitar que la oposición pudiera echarle en cara a Rajoy esa decisión.
Y llueve sobre mojado. Porque ya fue un escándalo que para hacerle un favor personal a Wert, se le hiciera embajador de España en la OCDE. Lo de Soria es mucho más grave, porque es un político marcado y porque su caso es la prueba de que el PP, pese a sus promesas de regeneración, sigue recurriendo a las puertas giratorias, con nocturnidad y alevosía.