Donald Trump superó un debate en unas circunstancias extraordinariamente adversas. No lo ganó, pero el solo hecho de salir vivo de allí, cuando medio partido republicano le estaba retirando su apoyo, es una victoria. Hillary Clinton, en cambio, no perdió el debate, pero fue incapaz de ganarlo pese a que tenía abundante munición para demoler a su rival. Y una vez más quedó de manifiesto que su pasado, esos más de 30 años de carrera política de los que ella presume, son un verdadero lastre ante el pueblo norteamericano.
Antes de comenzar, se hablaba de que Trump estaba al borde de la dimisión debido a la pérdida de apoyos de destacados líderes republicanos que se declararon asqueados con el vídeo difundido por The Washington Post. Todo el mundo esperaba que el candidato republicano resultara avergonzado ante todos los estadounidenses por su machismo y su lascivia y decidiera irse a su casa. No fue así.
Trump y Clinton demostraron ayer de dónde viene cada uno y los peajes que tienen que asumir. Hillary volvió a acreditar que es una mujer que conoce las reglas del poder al dedillo y que ha sido una niña mimada del establishment. El millonario, en cambio, confirmó que sabe discutir con sus proveedores y contratistas, y que se las arreglaría perfectamente en el patio de una prisión.
La estrategia de Trump fue doble y extraordinariamente simple. Cada vez que se mencionó el asunto del vídeo, él habló de ISIS. No se molestó en argumentar contra la difusión de una conversación privada, o en mostrarse agraviado, todo eso quedó comprendido en la expresión "fue una conversación de vestuario". Así, le quitó trascendencia al asunto. Y aunque resultaba ingenuo su intento de echar balones fuera, tuvo éxito porque Hillary no pudo o no quiso atacarlo en ese punto.
El millonario dio una lección de por qué la política populista resulta tan peligrosa. Empleó una táctica de distracción que todo el mundo conoce, casi infantil, perfectamente previsible, y hasta ramplona. Cualquier asesor le hubiera dicho que no la empleara por obvia. Pese a ello, la supereducada Hillary, con toda su lucidez, experiencia y complejidad intelectual, fue incapaz de neutralizarla. La bula que parece favorecer a los populistas (ofrecer respuestas simples a problemas complejos y que la gente te crea pese a que sabe que no dices toda la verdad), favoreció a Trump.
Algo parecido ocurre con el lenguaje hiperbólico del republicano. Trump dijo que el asesinado embajador de EEUU en Libia había pedido ayuda "más de 600 veces" la noche del asalto a la legación. Los medios se apresuraron a realizar el fact-checking y afearle que eso no era cierto. Pero es muy probable que la gente considere esto inane, una licencia lingüística que no afecta realmente a los hechos. A Trump se le aceptan expresiones que en otro ámbito (un juicio, por ejemplo) no se tolerarían por imprecisas, pero esto es sencillamente así porque el marco de expresión de la política lleva aceptando la mentira desde tiempo inmemorial.
La otra cara de la estrategia de Trump fue poner de manera sistemática a Hillary contra su historia personal y definirla como una política inútil. Llegó a decirle que si él fuera presidente ella estaría en la cárcel por el borrado de sus correos electrónicos. El republicano creó así un nuevo exceso verbal que tapaba de alguna manera el asunto de su vídeo. Ella entró al trapo y contestó desgranando sus logros -seguro médico para los niños, leyes de adopción, reconstrucción de Nueva York…- que palidecían al lado de asuntos como el asalto de la embajada de EEUU en Libia o el tema de sus correos.
La añagaza de Trump con el tema del vídeo no hubiera resultado de no haberse producido, horas antes del debate, un hecho clave. El candidato republicano compareció con cuatro mujeres que acusan de abusos sexuales al expresidente Clinton o a Hillary de haberlas ninguneado para salvar su carrera o la de su esposo. Esto le permitía sostener su afirmación de que mientras lo suyo eran "sólo palabras" en un vestuario, lo del marido de la candidata eran hechos. Las afectadas estaban entre el público, invitadas por Trump. Fue un mensaje claro de que "aquí no nos vamos a hacer daño".
Sea esa o no la razón por la que Hillary no fue capaz de destruir a un rival que venía muy tocado, el asunto puso sobre la mesa la rémora que supone Bill Clinton y su propio historial para la candidata demócrata. Lo que precisamente la convierte en la mujer mejor preparada para ocupar la Casa Blanca es lo que la invalida para ello ante una gran parte de los norteamericanos.