Este jueves se cumple un lustro desde que ETA decretó el "cese definitivo de la violencia". Buena muestra del estado comatoso en que se encuentra la banda terrorista pero también de las dificultades que aún debe afrontar el Estado para normalizar la vida allá donde ETA fue más fuerte la dan las noticias de los últimos días.
Si el 12 de octubre la Policía francesa, en colaboración con la Guardia Civil, localizaba un arsenal de 250 pistolas y más de dos toneladas de explosivos en un zulo a 100 kilómetros de París, tres días después medio centenar de radicales apaleaban en la localidad navarra de Alsasua a dos agentes de paisano y a sus novias. Por otra parte, el juez de vigilancia penitenciaria de la Audiencia Nacional ha autorizado esta semana la concesión de permisos carcelarios a la pistolera acogida a la 'Vía Nanclares' Idoia López Riaño.
Este mosaico informativo es ilustrativo de cuanto concierne a ETA y al final del terrorismo. No hay muertos en la calle, pero el matonismo, la violencia y el miedo siguen dominando aún el espacio público en pueblos y ciudades del País Vasco y de Navarra.
La perspectiva que estos cinco años sin tiros en la nuca ni coches bomba dan para analizar lo ocurrido nos permite reafirmar que hubo una victoria policial sobre ETA. Hoy publicamos en EL ESPAÑOL las cartas que en 2009 se cruzaron los líderes 'abertzales' Arnaldo Otegi y Rafael Díaz Usabiaga en las que se percibe la situación agónica que vivía de la banda, acorralada por las acciones de las fuerzas de seguridad.
Ahora bien, la derrota de ETA no se ha visto acompañada de una derrota política. Lamentablemente los proetarras están presentes en las instituciones. La formación de Otegi es hoy la segunda fuerza política en el País Vasco y la tercera en Navarra, y gobierna en muchos municipios de ambas comunidades. Tal y como hoy expone en nuestra Tribuna Javier Marrodán, el alto el fuego de ETA atiende a razones pragmáticas y no a argumentos morales, por lo que sólo vivimos un "sucedáneo de la paz".
Esta situación obliga al Estado a mantener una batalla vital por el relato, de manera que no se manipule la historia y se honre, como merece, la memoria de las víctimas. Será una lucha larga y difícil pero que hay que acometer en honor a la verdad y a la justicia