Por primera vez en 30 años un presidente de gobierno ha jurado su cargo sin la presencia de la esposa de jefe del Estado. La reina Letizia no tenía la obligación constitucional de asistir a la toma de posesión de Mariano Rajoy, pero su ausencia no ha pasado desapercibida porque quiebra una costumbre consolidada. También porque alimenta las especulaciones sobre la falta de sintonía entre la Casa Real y el actual presidente del Gobierno.
Desde que, tras las elecciones de diciembre, Mariano Rajoy rechazó el encargo del rey para intentar formar Gobierno, los rumores sobre un posible deterioro de la relación entre el presidente y los monarcas no han cesado. La reina Letizia no puede pretenderse ajena a estas conjeturas ni al efecto de sus gestos sobre este tipo de murmuraciones. No es una cuestión menor que parezca que la reina se desentiende cuando arranca el mandato más vulnerable de las últimas décadas tras un año de bloqueo político e institucional.
La Casa Real ha alegado que la reina asistía a una gala contra el cáncer en París y que está volcada en la celebración del 11 cumpleaños de la infanta Leonor, pero ninguno de estos pretextos justifican una ausencia que puede interpretarse como premeditada. La Monarquía es una institución basada en símbolos y formalismos cuya observancia ayuda a legitimar y garantizar su continuidad.