Sí. La cobra, de pensamiento, porque finalmente el viaje de Felipe VI a Arabia Saudí, programado para este fin de semana, se suspendió in extremis debido al fallecimiento inesperado del hermano del rey Salam. De ahí que la cobra de la reina, que rechazó acompañar a su marido, fuera de pensamiento, no de obra.
Hace muchísimos años, in illo tempore decían los clásicos, en la España de la Acción Católica, yo tuve una especie de guía espiritual para conducirme por el buen camino. Debió de hacer muy mal su trabajo porque acabé de periodista.
Este sacerdote, guasón como buen manchego, dividía el pecado del sexo en una doble categoría: la del fornicio y la del 'pensamicio'. Según él, el 'pensamicio' era muchísimo más pecaminoso que el fornicio, porque el pensamiento, decía, siempre es más perverso y libidinoso que la mejor de las prácticas. Sabía de lo que hablaba.
Pero volvamos al presente. Por nada en el mundo quería la reina poner los pies en Riad. Letizia tiene cada día más claro su papel como reina consorte, y no como consorte del rey. Empecé a darme cuenta de ello hace cerca de 10 años cuando tuve el inesperado privilegio de ser recibido en Zarzuela por los entonces Príncipes, en audiencia privada. Sólo contaré un detalle, porque en este tipo de encuentros obra la regla no escrita de la confidencialidad.
Aquel día primaveral advertí con claridad que mi excompañera de profesión -"Yo ya no soy periodista", me aclaró- iba a ser definitivamente mi reina preferida y la reina del español medio. Estábamos sentados los tres, con el heredero en plan rey sol -o sea, en el centro- cuando nada más comenzar la conversación, la entonces Princesa de Asturias lanzó un ligero y plebeyo codazo a su marido, preguntándole de sopetón, como buena periodista que fue: “A ver, Felipe, dile a Miguel Ángel quién manda en casa, para que luego escriban lo que escriben”.
El futuro rey contestó como debía: “Pues... yo”. Mientras contemplaba la escena -el cómplice codazo, el ligero atoramiento del próximo Felipe VI y el dominio de la situación de la recién llegada a Palacio-, pensé: ¡Definitivamente, esta es mi reina... Al menos mientras haya monarquía! Me dije: adiós al abismo entre la realeza y el pueblo llano. Parecido a lo que exclamó el embajador español tras besar la mano de Felipe de Anjou, a punto de partir de Francia a España para ser coronado como Felipe V: “Ya no hay Pirineos”. Corría el año 1700.
Sirva este preámbulo para explicar por qué no ha de sorprendernos que la reina Letizia le hiciera la cobra al rey Salam de Arabia Saudí, así como el 31 de octubre hizo lo mismo al no estar presente en la jura del reelegido presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, so pretexto, en este caso, de que tenía que asistir al Congreso Mundial contra el Cáncer en París.
Hoy daría lo que fuera por poder estar sentado de nuevo con los ahora reyes, en una conversación relajada y confiada como la de hace años. Para preguntar a la reina: 1) Por qué se negó a acompañar al jefe de Estado en una viaje oficial a Arabia Saudí donde estaba en juego un contrato de 2.000 millones para la construcción de cinco fragatas en los astilleros de Navantia, en Cádiz, con 3.000 empleos en juego. Y 2) Quién sigue mandando en casa.
Pasemos por alto la segunda pregunta. Para mentir ya están las encuestas electorales. Respecto a la primera, Letizia respondería off the record: 1) Porque una mujer como yo no puede visitar un país que tiene un embajador en Estados Unidos, también de la familia Al-Saud reinante, que, preguntado si los aviones de Arabia continuarán bombardeando Yemen y matando a cientos de niños inocentes, responde: eso es como obligarme a decir que jamás pegaré a mi mujer; 2) Porque yo no puedo visitar un país donde las mujeres tienen prohibido conducir; 3) En el que las mujeres casadas no pueden viajar solas y son acompañadas por un cuidador, el mahren, siempre de la familia del marido; 4) Un país donde un bloguero, Raif Badawi, ha recibido 50 latigazos en público y está en prisión a la espera de los 950 restantes a que fue condenado; 4) Un país donde 150 personas han sido ejecutadas en los últimos años, por decapitación en su mayoría, en algún caso por oponerse pacíficamente a la familia reinante; 5) Un país que subvenciona miles de mezquitas por todo el mundo -en España, también- promoviendo el wahabismo, corriente religiosa musulmana radical; 6) Un país en el que las divorciadas no pueden entrar por ser consideradas adúlteras; 7) Donde las extranjeras, al entrar, son provistas de una indumentaria para vestir de manera “decorosa”; 8) Un país en el que las presentadoras de televisión, según una norma reciente, han de vestir una abaya (túnica) y un pañuelo negro porque, según ha dispuesto la Asamblea Consultiva de Arabia Saudí, las periodistas no pueden mostrar su belleza...
De haber vivido Letizia en Arabia Saudí, Felipe no se habría fijado en ella, al no poder contemplar en pantalla sus encantos. Es más, ni la habría visto en pantalla, una divorciada como era.
Como digo, Letizia iba a hacerle la 'cobra' al rey Salam de Arabia Saudí con toda la razón del mundo. ¡Esta es nuestra reina!, podríamos decir muchos. Y, seguro, entre los muchos, la gran mayoría de las mujeres. Pero hay una pregunta más: ¿puede la esposa del jefe de Estado bailar la danza que le plazca, sea la de la cobra o la de las jirafas, por grandes razones morales e ideológicas que existan?
¿Le hará la cobra a Trump?
No. Motivos ha dado. ¿Se atrevería la reina feminista a no acompañar al rey en una visita oficial al presidente de Estados Unidos, Donald Trump? El mismo que dijo de la periodista Megyn Kelly, tras ser entrevistado por ella: “Podías ver cómo le salía sangre de sus ojos; le salía sangre de su… donde sea”. O que, chistoso, comentó sobre sí mismo: “Cuando eres una estrella puedes hacer cualquier cosa (a las mujeres); agarrarlas por el coño, lo que quieras”. De Trump, el Berlusconi con pelo, el King-Kong rubio, el nieto de alemanes con ramalazos, a veces, de Hitler con pelucón de zanahoria en vez de con bigote, acabaremos exclamando lo que Kissinger dijo de los dictadores sudamericanos: “Son unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta”. Esperemos equivocarnos.
¿Iglesias y Trump, unidos por la P?
Sí. Por la P de Populismo. Y de podemos: Trump es el primer ciudadano normal -aunque suene a paradoja- que ha llegado a presidente de Estados Unidos sin ser político profesional ni militar después de más de 150 años de elecciones. Si Pablo Iglesias llega a ser presidente del Gobierno pronto, le sucedería igual. Donald ha conseguido ganar las elecciones situándose como un antisistema, como Pablo. Apelando éste y aquél a los hombres y mujeres olvidados de sus países. Hablando de la casta el uno y de los lobbys el otro. Dijo Trump: “No tengo tiempo para la corrección. Hay que arreglar el problema de este país”. Vociferó Iglesias en la investidura: “Me debo al honor de mi patria y los ciudadanos de mi país, no a los políticos de la triple alianza”.
La televisión y una sociedad crecientemente injusta y desigual, en lo cultural y en lo económico, son los dos grandes aliados del de la trompa y del de la coleta. Eso sí: Pablo Iglesias, comparado con Donald Trump, es un pajarito sin alas y desplumado que despierta compasión.
Aceptemos que el mundo camina desnortado con un TomTom que parece programado hacia el abismo. No perdamos la esperanza. Como aconsejaba Confucio: sigamos comprando arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.