SÍ. El lunes pasado, en la inauguración del Museo Íbero de Jaén, se le notó ausente. Letizia estaba ese día lejos, en Senegal, escribiendo sus Memorias de Reina en su segundo viaje oficial a África y Felipe estaba más lejos aún en pensamiento. Como el cerebro del rey es inviolable, así como sus actos penales según la Constitución, nunca sabremos si pensaba para sí mismo “qué co… hago yo aquí”, perdido en la inmensidad de 11.152 metros cuadrados erigidos en memoria de un pasado cierto y remoto como el de los íberos y ante un presente incierto y de terremoto en España. “¡Con la que nos está cayendo y hablando del siglo VI antes de Cristo!”, cavilaría.
Felipe VI, que es más griego que borbón, con más tendencia a la reflexión y a la inspiración que a la disipación y a la expiración, está tan preocupado como millones de españoles ante las elecciones en Cataluña de este 21 de Diciembre: con "D" mayúscula de Desastre y de Desesperación, tanto si sucede lo peor, una victoria del bloque independentista, como si se produce un empate paralizante entre los ´hunos´ y los otros, como definía el vasco Miguel Unamuno la pelea entre los dos bandos en la guerra incivil española.
Pero de entre todos, quien más se juega en las elecciones catalanas del próximo jueves es el Jefe del Estado. Porque dependiendo de lo que acontezca, el Estado español podría quedar varado definitivamente sobre el Mediterráneo y la misma Corona inservible, partida en dos cachos.
No se trata de ponerse trágico, lo cual siempre es malo para la salud, más aún si el atragantamiento anímico se mezcla con polvorones navideños, pero las elecciones de este jueves son vitales para el futuro de todos -aunque solo voten los catalanes- y decisivas para el destino de Felipe VI.
Felipe tiene buena memoria y es aficionado a la Historia. Él mismo está haciendo historia: le quedan cuarenta días y cuarenta noches para cumplir 50 años, el próximo 30 de enero. Decía otro Artur –más interesante que el catalán-, Schopenhauer, que los primeros 40 años de la vida nos dan el texto, y los 30 siguientes, el comentario. Y aunque aún le quedan años por delante para la vejez, con aquellas dos ventajas de las que hablaba Bernard Shaw -dejan de dolerte las muelas y se dejan de escuchar las tonterías de alrededor-, sobre el ánimo de Felipe VI pesan comentarios escritos por antepasados suyos, no tan remotos como los íberos.
Cumplir 50 años como rey no es ninguna tontería. Dejemos claro, para evitar malas interpretaciones, que muchos republicanos, visto el percal político, nos hemos sobrevenido en monárquicos interesados. La pregunta está ahí: ¿qué vida tendría el reinado de Felipe VI si en Cataluña, este jueves, ganan las elecciones los independentistas y el nuevo Parlament nombra presidente a Puigdemont “el ausente” (ausente de raciocinio, sí) o a Junqueras “el presente” (presente en una cárcel de Madrid, vendido ante el mundo si vence como el Nelson Mandela catalán)? ¿En qué posición quedaría el Jefe del Estado, cuyo compromiso institucional ha sido desde el principio mantener la cohesión de España, si el uno o el otro, el ausente o el presente, declaran la república catalana en la primera sesión del nuevo Parlament, aunque sea por personas interpuestas?
En algún lugar de la extensa biblioteca de Palacio se guardarán las memorias escritas por diferentes borbones que acabaron en el exilio. Es probable que Felipe no haya leído los Diarios de Eulalia de Borbón. En una de las páginas, la hija de Isabel II, quien murió en el exilio francés, escribe lo siguiente: “En mi larga vida en esta Europa movediza del último siglo he visto caer quince tronos y abdicar a otros tantos monarcas. Abdicaron en España mi madre Isabel II y el liberal Amadeo de Saboya, y dejó el trono Alfonso XIII. Si ello me ha enseñado algo es que ninguna corona se ciñe lo suficiente para no caerse; he aprendido también que nada hay irremediable ni fatal ni eterno en las humanas agitaciones”.
Más presente para Felipe VI estarán los diarios del antepenúltimo rey de España, Alfonso XIII, que también murió en el exilio. Aquel bebé que nació directamente rey, al morir su padre, Alfonso XII, antes de que llegara al mundo, hizo una serie de reflexiones conmovedoras previas a su mayoría de edad, de las que se desprende un interés y un compromiso sentido por ser un buen rey, muy parecido al expresado y mostrado por Felipe VI en sus cuatro primeros años como monarca.
Escribía Alfonso XIII en 1903: “En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república”. El problema catalán ya estaba presente en su ánimo, así como el asesinato de Cánovas del Castillo seis años antes, pero sobre todo le aflige el desastre de Cuba y Filipinas. Y añade: “Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera”.
Que es lo que le sucedió en 1931, cuando tenía 48 años, dos menos que Felipe VI ahora. En el desbarajuste del reinado de “El cametes” (el piernecillas), como llamaba la prensa catalana independentista de la época al rey delgado, jugaron un papel importante episodios trágicos en Cataluña en diferentes momentos: hace exactamente un siglo, en 1917, la Liga Catalana articuló un golpe con el nombramiento de una Asamblea de Parlamentarios, que finalmente quedó en nada.
Un siglo después, la vida sigue casi igual
El pasado lunes al rey se le notaba abstraído en la inauguración del Museo Íbero de Jaén. El próximo domingo será Nochebuena, habrá pasado todo, o nada, y estaremos atentos a los que nos diga en su discurso navideño. A fecha de hoy, seguramente no sabrá qué va a decir, más allá de que conozcamos el final de rigor, por más que este año pueda sonar a sarcasmo, según vaya el 21-D: "Felices fiestas y próspero año nuevo".
Debería comenzar con una frase de Carlyle, aunque el historiador fuera escocés, nacionalista a su manera, y calvinista: “El primero de todos los evangelios es éste: que la mentira no puede durar siempre”. O para epatar a los espectadores, con un plano fijo e intenso, el rey también podría iniciar su intervención navideña ¡desde Barcelona! (eso sí que sería un golpe de efecto), con un “Ja soc aqui” tarradellense, mientras el otro sigue en Bruselas. Como el de este año será políticamente el discurso navideño más importante desde el 23-F, es de suponer que lo televisará TV3. Para eso el conseller competente en funciones se llama Méndez de Vigo.
Diciembre por principio es un mes mentiroso: dice que es el mes 10 y es el 12; en el que todos nos queremos; en el que lo tuyo es mío y lo mío tuyo, otra mentira que tiene su máxima expresión en el ser egoísta y egotista del independentismo. Pues este 21 de diciembre alberga una gran verdad: España se juega su futuro, Cataluña su supervivencia y Felipe VI, a la larga, su figura histórica y la continuidad de la monarquía.
También habrá un antes y un después para Rajoy, quien ha gestionado el asunto catalán a su manera: entre la abulia, el laissez faire y el cuanto peor, mejor. Pero ya acabó el tiempo de ambigüedades y de bigamias políticas. Si gana Arrimadas y llegara a gobernar, por mucho que sea más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, Rivera se convertiría en verdadera alternativa a Rajoy y Ciudadanos al PP. De ahí que Mariano pueda perder su preciada coronilla.
Denunciaba don Pío Baroja, a principios del siglo XX, la locura de querer convertir en un país independiente territorios que un avión sobrevuela en menos de 15 minutos, como Cataluña o el País Vasco. Pues ahí seguimos, a punto de estrellarnos para una travesía tan corta.