SÍ. Pongamos por caso que comienzo mis preguntas de la semana de la manera que sigue, con la bilirrubina de la indignación disparada por el asco de las cintas de Corinna (“aquel putón rubio verbenero”, según expresión atribuida a Juan Carlos el día que la conoció en una cacería):

- El pronunciamiento se reduce a un hatajo de perversos bandoleros, con el rey a la cabeza. La pornocrática y cleptocrática tiranía está en los estertores de su hedionda agonía.

Y hastiado y harto del régimen actual, coronado con unas espinas que dañan las más elementales normas de decencia y moralidad a tenor del comportamiento de Juan Carlos, me pronuncio por un cambio de sistema abrazando públicamente el advenimiento de la III República:

- Construyamos en el corazón de cada uno de nosotros esa grande España, que más que madre será nuestra hija.

Más aún. Pensando en que este tipo de catarsis nacionales basadas en un cambio de régimen pueden derivar en enfrentamientos, advierto:

- No queremos que la República se bautice en sangre ni en fuego, sino en la paz fecunda de nuestra labor de obreros de la ciudadanía.

Amén. Algunos lectores pensarán que esta semana he perdido el oremus, aunque seguramente habrá una mayoría que comprenderá la crítica acerada del primer párrafo, la propuesta de cambio de régimen después de 43 años de monarquía en España del segundo y las llamadas al sosiego del tercer párrafo.

Pero no: las frases anteriores fueron escritas hace más de 80 años por el gran Miguel de Unamuno, justo pocos meses antes de la caída de la monarquía de Alfonso XIII, el abuelo antecesor en el trono a Juan Carlos I, y la llegada de la II República.

El alegato del filósofo vasco contra la monarquía y su manifiesto a favor de la república parecen tan actuales precisamente porque el desprestigio de la institución se aproxima a los estertores de la monarquía del bisabuelo del actual rey. Quizás la gran diferencia es que Felipe VI, hasta el momento, ha sido ejemplar, sin que se le conozca mancha alguna. Esta semana, a través de EL ESPAÑOL, la bomba ha explotado demasiado cerca de la madriguera de la Corona.

El desprestigio de la institución se aproxima a los estertores de la monarquía del bisabuelo del actual rey. Quizás la gran diferencia es que Felipe VI, hasta el momento, ha sido ejemplar

Juan Carlos I lleva muchos años jugando con fuego. Algún opinador, eufemísticamente, le bautizó como el campechano. Por no llamarle el campeón de chanchullos, pillerías y sablazos. Cuando Corinna dice en la cinta que el rey emérito no distingue lo legal de lo ilegal, desgraciadamente parece llevar razón.

Tan es así que Juan Carlos se ha quejado más de una vez en círculos de amigos –cortados por el mismo patrón de valores- que su hijo Felipe “es un estrecho” en asuntos económicos. El anterior Jefe de Estado llegó a vender dos Ferraris regalados, uno para él y otro para su hijo cuando era príncipe, sin que el ahora rey se enterara. Para el emérito, dinero de bolsillo.

Felipe VI, junto a su padre, el rey emérito Juan Carlos I

¡El Campechano! Lo más grave de todo es que desde los grandes partidos se le ha dado cobertura al caradura. Y de entre todos los presidentes de la democracia, el más condescendiente fue Felipe González. ¿Por qué sería?

En estos recuerdos a vuelapluma citemos, por ejemplo, el caso Banca Catalana. Jordi Pujol no fue a la cárcel en 1984 porque, a modo de tridente de Neptuno, el líder catalán fue sacado a flote por el entonces presidente del Gobierno y líder socialista, por el rey Juan Carlos y por la sabia mano en asuntos judiciales de Miquel Roca. Más de 30 años después, Roca acabó salvando a la infanta Cristina en el juicio del Caso Noos.

Juan Carlos I, aún rey emérito, más que con fuego ha jugado con magma volcánico en temas de mujeres. El campechano cachondo. ¿Cuánto han costado a los españoles sus cachondeos? Una anécdota para comprender al personaje. A Bárbara Rey le escocía el bosillo. Un día, en los 80, le pidió un millón a su amante real. Lo necesitaba, dijo, para su hermano de Totana, con un negocio en quiebra. El rey le dio un millón. Le pidió algo valioso a cambio. La avaricia de don Juan Carlos no es un mito inventado por Corinna. La vedette le entregó un anillo de diamantes, seguramente comprado por el domador domado Ángel Cristo.

Más que con fuego ha jugado con magma volcánico en temas de mujeres. El campechano cachondo. ¿Cuánto han costado a los españoles sus cachondeos?

Juan Carlos, que no se fiaba, pidió un certificado a un gemólogo, quien lo valoró en dos millones. El rey ganó uno. Años más tarde, como el rey no podía regalar el anillo a Sofía, ni a sus hijas y aún no conocía a Letizia, se lo de devolvió a Bárbara Rey al casarse con Cristo, con el certificado doblado en la cajita para que Bárbara supiera quién era el rey más listo.

Es verdad, Juan Carlos ha sido tan campechano y tan cachondo que Bárbara Rey, durante años, recibió mensualmente entre 3 y 5 millones de pesetas por los servicios prestados a la patria. Pagados con fondos de los servicios secretos, hasta que el ministro de Defensa José Bono suprimió el estipendio a la manceba.

Corinna y Bárbara Rey.

Agua pasada no mueve molino. Por anécdotas como la anterior es absolutamente creíble el contenido de las revelaciones de la alemana Corinna, una comisionista cuyos valores morales están a la altura de sus estiletes. Quince centímetros como mucho.

Suiza es el agujero negro de la monarquía de Juan Carlos de Borbón y se puede llevar por delante a Felipe VI: el mejor rey Borbón, el más preparado y el más decente de toda la estirpe en España desde Felipe V. Es cierto que el listón borbónico se lo saltaría Stephen Hawking si viviera.

De Suiza conocíamos desde 2013, gracias a la periodista Ana María Ortiz, la primera mentira de los Borbones. Ese año se supo que Juan de Borbón no murió pobre. En tres cuentas tenía 728 millones. Juan Carlos I se quedó con 375 millones, ingresados en tres talones en la cartilla 10031 del banco suizo Sogenal a nombre de Juan Carlos de Borbón. Un dinero del que nunca más se supo y una cuenta que, supuestamente, cerró en 1995. ¿Seguro? Es posible que así fuera de ser verdad que Felipe González, en su último año de presidente del Gobierno, legalizó la llegada de estas pesetas por las que no se pagaron impuestos.

Aunque, en 2013, el entonces jefe de la Casa Real Rafael Spottorno, famoso años después al saberse que utilizó la 'tarjeta black' de Caja Madrid como si todo el monte fuera orégano, aseguró que Juan Carlos no tenía cuentas en Suiza, ya se sabe que mintió. Juan Carlos tenía y tiene dinero opaco allí a través de testaferros.



Sería el cuento de nunca acabar. Por todo esto, más allá de si el aforado Juan Carlos acaba declarando en el Tribunal Supremo, como pide Jaime Peñafiel, Felipe VI debe actuar quirúrgicamente para salvar su corona y la monarquía en España. Si esto sigue así, la Familia Real acabará cabiendo en el pisito estándar de los españoles, salón y tres dormitorios, como el que tenía Letizia antes de ser reina.

Si el aforado Juan Carlos acaba declarando en el Tribunal Supremo, Felipe VI debe actuar quirúrgicamente para salvar su corona y la monarquía en España

Y, desde luego, ante notario, que dado quien es no puede ser otro que el ministro de Justicia (perdón, la ministra de Justicia) Dolores Delgado, debe renunciar a toda la herencia de Juan Carlos, ya esté en Suiza, en España, en Mónaco o en terrenos en Marruecos.

Aunque, en realidad, lo que Felipe VI debería hacer es renunciar a parte de su fortuna personal. Hay quien habla de 13 millones. Tonterías. Porque ¿de dónde viene ese dinero que Juan Carlos I fue acumulando en las cuentas de sus hijos Felipe, Elena y Cristina cuando eran pequeños y adolescentes en acciones y cash? Pero de esto hablaremos otro domingo.

Juan Carlos y Corinna, El señor y la señora Smith, una secuela de la película protagonizada por Brad Pitt y por Angelina Jolie. La una quiere matar al otro y el otro a la una. De encoñado a encañonado. Por eso Felipe VI, el hombre más solo del reino, ha de rematarlos como pueda. Porque aquí no estamos hablando solo de la corona, sino de la estabilidad de un país.

Preparémonos para lo peor. Cuando se crea una comisión y, además, se la apellida de la verdad es que ganará otra mentira.