A Gregorio Marañón le ha pasado varias veces. Noche de estreno en el Teatro Real. Caras conocidas del ámbito de la política, la economía o la cultura. Un título del siglo XX. Alguna cara de extrañeza entre los oídos que esperaban algo más tradicional. Marañón se escabulle, argumentando que va a ocupar la localidad que paga como un abonado más del teatro. "A veces no cuela", explica con una sonrisa.
Aunque Marañón (Madrid, 1942) ha conservado su butaca que paga desde hace décadas, no es un abonado más. Es el presidente del Patronato y de la Comisión Ejecutiva del Teatro Real. Y esta anécdota se produce cada vez menos porque el Real parece haber dado con la tecla. Títulos como Dead Man Walking, una ópera sobre la pena de muerte en EEUU con innegables paralelismos con el castigo de graves delitos en España, y la consolidación de Benjamin Britten como autor popular en Madrid con Gloriana o Die Soldaten -una obra que contiene una brutal violación-, han cautivado a crítica y público junto a títulos más clásicos, como La Bohème, Carmen o Lucia de Lammermoor.
El Real encara el final de los actos que conmemoran su bicentenario (desde que se puso la primera piedra) y los 20 años de vida desde que, en 1997, el coliseo reabriera tras casi tres cuartos de siglo sin poner en escena una ópera. Es un momento dulce para la institución, tanto en lo artístico, área a cargo de Joan Matabosch, como en la gestión, que lidera Ignacio García-Belenguer.
El verano ha comenzado con la paralización de la fusión del Real con el Teatro de la Zarzuela, un proyecto que en la institución operística defendieron a capa y espada por la entidad y ambición conjunta del proyecto resultante. La fuerte oposición de los trabajadores de la Zarzuela y la llegada del PSOE al Gobierno devolvió la idea a un cajón y Marañón habla sobre ello, por primera vez desde entonces, con amplitud.
¿Qué opinión le merece el nuevo ministro de Cultura?
Le conozco desde hace mucho tiempo, es una persona inteligente, sensible y culta, de tiempos sosegados como a él le gusta decir, con una gran experiencia en el ámbito de la gestión cultural. Los primeros nombramientos tanto en el Gobierno como en el Ministerio de Cultura son buenos, pero hay que tener en cuenta que esta legislatura va a ser corta y esto afectará, naturalmente, a los proyectos que se puedan acometer.
El cambio por el cambio no es necesariamente conveniente, pero sí a veces
¿Se esperaba la moción de censura de Pedro Sánchez? ¿Cree que es bueno para el país un cambio?
Pienso que nadie creyó que el voto de censura iba a prosperar. El cambio por el cambio no es necesariamente conveniente, pero sí a veces. Parece evidente que en muchos ámbitos el Gobierno anterior estaba agotado.
¿Cómo describiría el actual momento de la sociedad y la política española?
España tiene planteado en estos momentos el gravísimo problema de la desafección de una parte importante de Cataluña, más allá del intento unilateral de declaración de la independencia.
Estoy, además, convencido de que la Constitución de 1978 precisa una urgente reforma. Hay que corregir algunas cuestiones relevantes mal resueltas en su origen, como el hecho de haber dejado abierto el proceso de descentralización territorial. Cada Estatuto puede reformarse indefinidamente y cada reforma arrastra a los demás, siempre para obtener una mayor descentralización. Con un proceso de descentralización que lleva 40 años abierto, lo sorprendente es que nos quede Estado. Ya sólo eso justifica una reforma de la Constitución.
Pero más allá de ello, es evidente que la España de 1978 –un país relativamente pobre, aislado de Europa, que salía de una larga dictadura de 40 años y que estaba cerrando las heridas de la guerra civil– no tiene nada que ver con el país que hoy somos. Y la España de hoy necesita una Constitución actualizada, donde hay que retocar el capítulo de la sucesión de la Corona y acometer otras reformas, como la del Senado. A esto se añade que un proceso constituyente bien planteado supondría ese refuerzo de legitimación y de ilusión colectiva que precisa nuestro sistema político.
Creo que sería bueno recuperar competencias hasta un cierto límite, pero también creo que es inviable
¿Habría que recuperar competencias, por ejemplo en Educación o en Sanidad?
Una sociedad requiere que sus ciudadanos participen de una misma visión de su Historia. Si no compartimos, en lo esencial, una Historia común, difícilmente podremos compartir el mismo Estado, y esto requiere una reforma profunda de nuestro sistema educativo. También la enseñanza universitaria de nuestro país adolece de graves ineficiencias y, en general, no es competitiva internacionalmente. La Justicia es otro ámbito que reclama unas reformas urgentes y una dotación de medios que corrija su inasumible lentitud. En cuanto a la Sanidad Pública, que en general es excelente, requiere también una reforma que evite, por ejemplo, el hecho de que determinados medicamentos oncológicos no se prescriban, por su coste, de la misma manera en todo el territorio nacional. Algunas de estas reformas sí requerirían que el Estado recuperara competencias, pero cada día que pase esto resultará más difícil.
¿Es optimista sobre la estabilidad institucional y territorial? ¿Cómo cree que puede fomentarse el entendimiento entre el Govern de la Generalitat y el conjunto del Estado?
Ese necesario entendimiento entre el Govern de la Generalirat y el conjunto del Estado será, si se logra, un proceso lento que exige tanta firmeza con lo fundamental como capacidad de pacto con lo que resulte pactable. Pero no nos equivoquemos creyendo que es solamente un problema institucional, pues la inmensa mayoría de la población catalana en estos momentos no siente afecto hacia el resto de España, incluyendo en esto a una gran parte de los no independentistas. El buen fin de este proceso requiere alcanzar antes un pacto de Estado entre los partidos constitucionalistas para lograr que también el resto de la sociedad civil española se comprometa a apoyarlo.
¿Cree que el bipartidismo está muerto, como dicen?
Creo que, afortunadamente, el bipartidismo imperfecto de nuestro sistema pervive. Quienes celebran el fin del bipartidismo carecen de memoria histórica para saber lo que supone la experiencia del multipartidismo.
¿Qué puentes puede tender la cultura para contribuir a solucionar la crisis en Cataluña?
La cultura siempre tiende puentes, genera identidades compartidas, invita a la reflexión crítica y engendra pensamientos utópicos. Y hoy la reconciliación de los catalanes entre sí y de Cataluña con el resto de España requieren de todo ello.
¿Cómo ve el nivel cultural de los españoles y, en particular, de los más jóvenes? Me refiero en general a la lectura, la música, la literatura… ¿Ha superado España la imagen atávica que le persigue desde hace siglos?
Soy de los que creo que cualquier tiempo pasado fue... peor. Piense usted que cuando yo terminaba mis estudios de Derecho en España había más del 40% de analfabetismo, y que solamente un 20% de los jóvenes con estudios podía acceder a la Universidad. Hoy, además, las nuevas tecnologías permiten que la cultura sea inmediatamente accesible a todos los ciudadanos. Naturalmente, este proceso plantea otros problemas, pero así sucede en la vida cuando se crece.
Y en cuanto a las nuevas generaciones, la dictadura les parece demasiado lejana, y por ello la difuminan cuando la democracia española solo tiene 40 años. De ahí que, a mi juicio, cuando se logre el necesario pacto sobre la Educación, será necesario regular la formación histórica de los españoles, para que valoren el sistema político que tienen y para que ese aprendizaje común de la Historia cohesione nuestra identidad nacional. La Ley de Memoria Histórica, que me parece una de las Leyes peor conocidas y más injustamente criticadas de nuestro ordenamiento jurídico, también aboga por la necesidad de esta formación histórica.
¿En qué momento está el Teatro Real? ¿Cuál es su salud artística?
El Teatro Real vive uno de sus mejores momentos. Es la primera institución de las artes escénicas y musicales de nuestro país y con su prestigio internacional ha convocado en Madrid a las 150 principales óperas del mundo para debatir el futuro del género lírico.
Buscamos la excelencia y Joan Matabosch [el director artístico] está llevando a cabo una extraordinaria labor con el mayor reconocimiento de críticos y público. Como me escribió Rafael Moneo tras asistir al Moisés y Aarón de Schoenberg: "Me sorprendió ver un público tan amplio, enterado y entusiasta. Da gusto ver el cambio en educación cultural y estética que se ha operado en nuestro país gracias a algunas instituciones como el Teatro Real".
¿Cuál es el equilibrio entre títulos y producciones más clásicas, demandados por sectores del público, y las más atrevidas y vanguardistas, pedidos por otros, pero quizás no tan populares?
No podemos olvidar que el Teatro Real estuvo cerrado entre 1925 y 1997, y que tenía pendiente la representación de las principales obras del siglo XX. Precisamente por ello parte de la programación la estamos dedicando a esta necesaria recuperación.
La integración del Real y la Zarzuela en una misma Fundación pública es lo mejor para el Teatro de la Zarzuela y la zarzuela, para el Teatro Real, y, por supuesto, para la cultura
El nuevo Gobierno ha paralizado la fusión entre el Teatro Real y el de la Zarzuela, que iban a convivir en una misma fundación. ¿Ha ganado la Zarzuela, donde trabajadores y gestores eran muy críticos con el proyecto, y perdido el Real, partidario de seguir adelante?
Yo me he alineado con la decisión del ministro, que comprendo bien, aunque sigo convencido de que la integración de ambos teatros en una misma Fundación pública, tal como estuvieron en 1995, es lo mejor para el Teatro de la Zarzuela y para el Teatro Real, y, por supuesto, para la cultura en general. En cuanto a quién ha ganado o perdido, pienso que la oportunidad la hemos perdido todos, pero no será, ciertamente, el Teatro Real el que resulte más perjudicado.
¿Se ha precipitado el nuevo ministro de Cultura?
El nuevo ministro ha preferido, de entrada, constituir una comisión para estudiar a fondo la situación del INAEM [Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música] lo que, sin duda, es un acierto.
"No por gritar más se tiene razón"
Los trabajadores de la Zarzuela y los sindicatos aseguraban que perderían derechos, al menos a medio plazo, y que el género de la zarzuela y su promoción podría verse amenazado. ¿Hubiera sido el caso?
Quisiera dejar de hablar de este asunto porque en el Teatro Real estamos ya plenamente concentrados en nuestro propio proyecto. Pero es obvio que no se estaba privatizando el Teatro al incluirlo en una Fundación pública adscrita al Ministerio de Cultura, y es igualmente obvio que, estando los órganos de gobierno de nuestra Fundación controlados por el Ministerio de Cultura, éste garantizaba todos los compromisos contraídos con los trabajadores y la defensa del género de la zarzuela. Se diga lo que se diga. No por gritar más en las plazas públicas se tiene razón.
Siendo modelos diferentes, ¿qué tiene que aprender el Real de la Zarzuela y viceversa?
Ambos teatros tenían cosas que aprender el uno del otro. En cuanto a la zarzuela como género, el impulso que podría haberle dado el Teatro Real, nacional e internacionalmente, es incuestionable.
¿Será inevitable retomar la fusión en el futuro?
Ciertamente la integración de ambos teatros en una misma institución, que no fusión, no es algo inevitable y, si llega el caso, solo sería porque fuera conveniente.
Sería conveniente más financiación pública del Real para poder bajar los precios
El Teatro Real se financia también con fondos privados. ¿Hacia dónde va el Real en cuanto a su estructura de ingresos? ¿Deberían invertir más las Administraciones? ¿Cuánto?
Tenemos un modelo único en Europa en el que las Administraciones Públicas financian únicamente el 25% del presupuesto, esto es, el 75% es autofinanciación del propio teatro en forma de taquilla, patrocinio y otros ingresos. Los resultados económicos son positivos, pero algo más de financiación pública sería conveniente, también para poder bajar algo los precios.
A estos efectos, hay que recordar que por cada euro que las Administraciones Públicas están financiando al Teatro Real, éste contribuye con cinco euros al Producto Interior Bruto de la Comunidad de Madrid, según el reciente informe que ha hecho Deloitte. Además, ingresa directamente en las arcas públicas, entre impuestos y Seguridad Social, 1,80 euros por cada euro que recibe de subvención. Por cierto, entre empleos directos e indirectos, el Teatro Real da trabajo a casi 1.500 personas.
Con una financiación un 75% que no procede de fondos públicos, ¿funciona el Real más como una empresa pública o como una privada?
El Teatro Real es una fundación pública bien gestionada que cuenta con una presencia muy activa de la sociedad civil en su proyecto. Por tanto, está sometido a la normativa y los controles propios de la Administración Pública. En cuanto a su presupuesto, un 25% proviene de las aportaciones públicas, y el 75% restante son ingresos generados por el propio Teatro, fundamentalmente, taquilla y mecenazgo.
Hace años el Real explicaba un modelo de tres tercios, de financiación de un 30% público, 30% privado, 30% taquilla y 10% otros ingresos.
Las proporciones van evolucionando. En ese momento teníamos un presupuesto anual de unos 40 millones de euros y ahora estamos en 54 millones sin que las aportaciones públicas hayan aumentado. Lo que se ha incrementado mucho son los ingresos por taquilla, que representan el 47% del total del presupuesto.
¿Se convertirá en una institución donde las grandes empresas y patronos tendrán el mayor poder de decisión?
El poder de decisión, como Fundación pública que somos, es intransferible. En el Patronato y en la Comisión Ejecutiva la mayoría, esto es, el control, corresponde y corresponderá siempre a los representantes de las Administraciones Públicas. En una institución como esta, lo imprescindible es que el proyecto artístico no esté condicionado ni por la política ni por los patrocinadores privados. Y no lo está.
Cuando se habla de que los precios para la ópera son caros nos olvidamos de lo que cuestan las entradas para determinados acontecimientos deportivos o para conciertos pop
Pese a las entradas de último minuto para jóvenes o la ópera en la calle, por ejemplo en semanas como ésta, ¿sigue siendo la ópera una opción cultural demasiado cara? El precio de las entradas medias (con una buena visibilidad) sigue superando los 70 euros y puede llegar a los 230 en una función no de estreno.
La ópera es un género que, si se hace bien, es costosa. Por eso, las grandes óperas alemanas, por ejemplo, cuentan con un 90% de subvención pública, y la Ópera de París recibe del Estado más de 100 millones de euros al año, cuando al Teatro Real el Ministerio de Cultura le aporta sólo 9 millones.
Cuando se habla de que los precios para la ópera son caros nos olvidamos de lo que cuestan las entradas para determinados acontecimientos deportivos o para conciertos pop, con una diferencia, y es que una ópera se representa para 1.700 espectadores, y en los otros acontecimientos hay decenas de miles. La única respuesta social a este problema radica en las retransmisiones, esto es, en que el espectáculo pueda ser contemplado en directo gratuitamente en los espacios y centros culturales públicos, y nuestros proyectos pedagógicos en los colegios públicos. Estos últimos cuentan ya con una audiencia de más de 40.000 escolares.
¿Cómo puede hacerse más democrática la ópera? En el mundo de Netflix y HBO, de las decenas de canales de televisión o de Spotify para la música, ¿corre el riesgo de seguir siendo un privilegio de las capas sociales con mayor poder adquisitivo?
En la Semana de la Ópera del Teatro Real, la retransmisión de la ópera Madama Butterfly en 2017 tuvo una audiencia en Facebook de 935.000; y en los espacios públicos, de más de 120.000 personas entre 300 municipios de toda España, de las que 7.000 estuvieron en la Plaza de Oriente. Si sumamos los 335.000 que lo siguieron por TVE2, en total más de 1.335.000 personas vieron la ópera en directo. Esa tradición consolidada explica la vocación del Teatro de llegar a todos los rincones en todas las plataformas.
¿Este tipo de retransmisiones sirven como una operación de márketing, como reclamo para que haya otros públicos que se acerquen al Teatro o como un sustituto de la experiencia en vivo, en la sala?
Cuando se tiene una ocupación media del 94% en la sala, el objetivo no es captar más público. En realidad se trata de proyectar la presencia del Teatro Real en la sociedad y de consolidar su marca, nacional e internacionalmente.
¿Debería el Real tener un segundo teatro para fomentar nuevas creaciones, incluso experimentales, fomentar el talento de creadores más jóvenes a un precio más bajo? En otras grandes capitales con teatros asentados existen este tipo de teatros más pequeños que pueden servir como cantera antes de las producciones para la gran sala.
El modelo de dos teatros dentro de una misma institución es, sin duda, muy eficiente, artística y económicamente. Los resultados artísticos pueden ser mucho mejores y costar menos, con todas las consecuencias que eso, por ejemplo, también conllevaría para el precio de las entradas.
¿Cuál es el principal problema de la gestión cultural en España? ¿Los cambios políticos, la burocratización, la falta de inversión o de gestores de calidad?
Tanto el Museo del Prado, como el Reina Sofía y el Teatro Real, que, según el barómetro de la Fundación Contemporánea, son las tres principales instituciones culturales españolas, son ejemplos de buena gestión. Las tres tienen magníficos gestores profesionales, no están burocratizadas y se encuentran al abrigo de los cambios políticos.
¿Hay complejo con los patrocinios? ¿Es la colaboración público-privada una cesión a la mercantilización de la cultura?
El que argumenta en contra de los patrocinios privados suele ser quien no ha sido capaz de lograrlos para su proyecto. No hay ninguna ley que limite la financiación privada en las instituciones públicas, siempre que el control de la gestión y el proyecto sigan siendo públicos. Una buena gestión pública, en el ámbito de la cultura, debe ser autónoma, estable y profesional. En el Real llevamos 10 años con una gestión de esta naturaleza, hemos salido de la crisis reforzados pese a la notable disminución de las aportaciones públicas, habiendo acuñado un extraordinario proyecto artístico. En la década anterior hubo seis presidentes, con seis equipos de gestión distintos, y así fue imposible consolidar ningún proyecto institucional.
¿Cómo evalúa la salud del Liceu y de las instituciones catalanas en general? ¿Han sufrido por el llamado 'procés'?
Tengo como norma no pronunciarme sobre las otras instituciones culturales, y más si estas pertenecen al mismo ámbito que el Teatro Real. Diré tan sólo que con Salvador Alemany, excelente presidente del Liceu, tengo un entendimiento perfecto y estamos siempre abiertos a cooperar.
¿Cómo evalúa su mandato como presidente del Patronato? ¿Cuántos años aspira a seguir al frente de la institución?
No me corresponde a mí evaluar mi mandato, pero sí quiero decir, una vez más, que yo acepté presidir el Teatro Real en el inicio de la travesía del desierto de la crisis económica, de una manera absolutamente desinteresada, cuando me lo pidió el ministro de Cultura, César Antonio Molina. Y así sigue siendo. A propuesta mía, en los estatutos se han limitado a tres los mandatos del presidente, pues creo que las instituciones también necesitan renovarse. Y yo estoy iniciando mi tercer mandato.