Una cosa es desear que un conflicto se resuelva por las buenas y otra muy distinta es lo que realmente vaya a suceder. Si la política es el arte de lo posible y, parafraseando a la inversa a Von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios, debemos quitarnos de una vez por todas el velo en torno a lo que pueda suceder en Venezuela.
Hablamos específicamente de “guerra” porque citamos a Von Clausewitz, pero en el caso de Venezuela es una posibilidad remota que lleguemos a usar ese término de forma rigurosa. Si llegase el momento de las armas, el escenario más extremo podría ser una operación militar a lo Granada en 1983, lejos de casos como Libia, Siria o Panamá. Este extremo del conflicto todavía es evitable, pero ya está listo para ser ejecutado si Maduro no logra zafarse de sus captores políticos para irse al exilio dorado que le recomienda su mujer en la intimidad o si los militares venezolanos no logran zafarse de sus captores ruso-cubanos.
La ayuda humanitaria, absolutamente necesaria en un país donde la mayoría de las personas no puede comer más de una vez al día y en la que los pacientes crónicos mueren por falta de medicinas, es la estrategia perfecta. Si Maduro permite que ingrese, habrá reconocido a Juan Guaidó como presidente y se desmoronaría inmediatamente. Si no permite que ingrese, Colombia y EEUU considerarían que incurrió en un delito de lesa humanidad, como recordó Iván Duque sentado a la derecha de Donald Trump este miércoles en la Casa Blanca.
Si Maduro permite que ingrese la ayuda humanitaria, habrá reconocido a Juan Guaidó como presidente y se desmoronaría inmediatamente
En el extremo en que el régimen de facto decida inmolarse antes de entregar el poder y se tenga que recurrir a la fuerza para paliar el hambre de millones de personas, un caos al estilo sirio es una posibilidad muy lejana, por más que la prensa alarme con eso. Para analizar a un país hay que conocerlo culturalmente. No se deben importar escenarios. El venezolano es caribeño. No es fundamentalista ni se le cruzaría por la mente inmolarse por una ideología. Estará siempre con el que más fácilmente le resuelva sus problemas, como ocurrió el 23 de enero de 1958 tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, quien por cierto terminó en un exilio a todo dar en España.
La restitución de la libertad y los Derechos Humanos en Venezuela es un procedimiento legal y legítimo, nada improvisado. Las fuerzas democráticas venezolanas han aprendido de sus errores, pero también EEUU. El mecanismo es el de la Injerencia Humanitaria, el cual cuenta con su respectivo manual de aplicación. Se han agotado todos los mecanismos pacíficos: discusiones en los principales foros internacionales, cobertura masiva del caso en medios de comunicación, diálogos entre las dos partes, elecciones, sanciones tanto diplomáticas como económicas, etc.
No se puede decir que no se ha intentado.
La Injerencia Humanitaria se puede aplicar cuando existe un genocidio o crímenes de lesa humanidad con carácter sistemático. En el caso de Venezuela, los crímenes de lesa humanidad están debidamente documentados ante la Corte Penal Internacional.
Pero el chavismo trascendió fronteras, convirtiéndose en un factor de perturbación para la seguridad regional y hasta occidental. Hablamos de un Estado fallido que ha perdido el control físico de su territorio, la autoridad legítima en la toma de decisiones, la capacidad para suministrar servicios básicos y hasta para interactuar con otros Estados.
En Venezuela operan la guerrilla colombiana (ELN y escisiones de las FARC), las mafias mineras brasileñas, el fundamentalismo islámico (Hezbollah), entre otras malas yerbas. Además, se constituyó el Cartel de Los Soles, un grupo de generales señalados por la DEA como distribuidores de droga al aprovecharse de la ubicación geográfica de Venezuela como disparadero ideal hacia Europa y Norteamérica. En cuanto al aparato estatal, la corrupción impide que no solo los alimentos o las medicinas lleguen a la población sino que servicios como el agua o la luz sean igual de escasos.
Ese cuadro dantesco ha hecho que en los veinte años de régimen chavista la diáspora venezolana esté calculada en unos cuatro millones de personas. Algunos salen en avión o en coche, pero muchos deben hacerlo a pié en imágenes que han dado la vuelta al mundo, desbordando a los países vecinos que deben atender la consecuente emergencia migratoria.
En los veinte años de régimen chavista la diáspora venezolana está calculada en unos cuatro millones de personas
En cuanto a la legitimidad, el régimen la perdió al convocar elecciones con los principales partidos opositores proscritos, con más de cuatrocientos presos políticos, sin garantías electorales mínimas y convocadas por una Asamblea Nacional Constituyente sin opositores con la cual pretendían anular al electo Parlamento en manos de la oposición. Ante la usurpación, quien asume, según la Constitución, es el presidente del cuerpo legislativo legítimo, reconocido por más de cincuenta países en el mundo como el presidente encargado del país, quitándole a Maduro la capacidad para interactuar con buena parte del mundo en condición de gobierno.
Estados Unidos, el Grupo de Lima y hasta la Unión Europea han cumplido a cabalidad con el manual para restituir la libertad y los Derechos Humanos en Venezuela por la vía pacífica, pero Washington está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Está en manos de Maduro y sus generales que eso no sea así.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.