Leo la descripción de Manual de resistencia (Península) en Amazon. “Uno tras otro, los lugares comunes de nuestra vida política han sido derribados por un hombre: Pedro Sánchez”. De fondo se escuchaba la televisión. Salían los actos de los candidatos por las provincias. Un diario de campaña es una larga fila de jubilados besucones. Justo al leer el apellido, apareció en pantalla el presidente del Gobierno al que se refiere la faja digital que, por lo visto, es el nuestro, y el contraste fue tan asfixiante que me obligó a abrir las ventanas. En el salón no cabíamos todos: o yo o la vergüenza ajena que se produjo espontáneamente al chocar las dos realidades un momento.
A Pedro Sánchez siempre parece acompañarle una carcajada enlatada de sitcom. Sin embargo, él se considera el hombre que lleva la democracia española, sobre sus hombros forjados en las canchas del Maeztu –una de las tantas españas que hay–, directamente a la vanguardia europea. Y se ve a sí mismo capaz de vestir la fórmula hombre-dos puntos sin que le caiga grande.
Desde la moción de censura se ha empeñado en mantener la performance. Su obstinación por que todo tenga la naturalidad de la que carece, lanza al personaje hasta los límites de la estrategia política. Iván Redondo se ha pasado con el guión y le ha salido Juan Cuesta, con las mismas habilidades, una sonrisa artificial, trajes que no le quedan muy bien y movimientos ortopédicos. Buscaba un perfil que evocara a Obama con el aroma redentor de Trudeau, pero tiene al tipo que trabaja con las gafas de sol puestas. La parodia del político se ha hecho carne en un político que no es consciente de la parodia, alcanzando el umbral de la ficción: si vivimos en una serie malísima que, por favor, alguien avise pronto.
De esta forma hemos llegado al accidente de los debates. Iván y Pedro corrían demasiado creyéndose indestructibles. En el mejor momento del viaje, aceleraron un poco más, dejando tirada a la televisión pública para apostar por los que publicaron el libro de autoayuda con el mejor arranque de la historia. Consiguieron la invitación para Vox, que iba a ser el idiota en la cena de las derechas, con la intención de que todas parecieran igual de idiotas. ¿Qué podía salir mal? Estaba tan bien atado que no contaron con rozar a la Junta Central Electoral en el camino a la legislatura de sus vidas. “Haz que pase”, en realidad, no era un mensaje a los electores, sino una invitación al propio Pedro Sánchez para que siguiera derribando lugares comunes. No sé si cuenta el autoderribo.