“Sabemos lo que le debemos a los Estados Unidos de América. Los Estados Unidos de América, estimado Donald Trump, estimado presidente, el cual nunca es tan grande como cuando lucha por la libertad de otros. Los Estados Unidos de América, que nunca es tan grande como cuando demuestra lealtad a los valores universales que los Padres Fundadores defendieron cuando, hace casi dos siglos y medio, Francia acudió a apoyarlos en su independencia”.
Estas fueron las palabras del presidente francés Emmanuel Macron en el acto conmemorativo del Día D, la jornada en la que las tropas aliadas desembarcaron en Normandía para liberar a Francia, a Europa y al mundo libre. A su lado estaba el objetivo de su mensaje, Donald Trump.
Las palabras de Macron son de una importancia capital en el mundo que nos acoge actualmente. El orden mundial establecido después de la Segunda Guerra Mundial se derrumba ante el crecimiento sin freno de esa hiedra venenosa llamada nacionalismo. Los jardineros que deberían podarla permanecen, en el mejor de los casos, impávidos e indolentes. Otros, oportunistas, aplican la de “si no puedes con tu enemigo, únetele”.
El orden mundial establecido después de la Segunda Guerra Mundial se derrumba ante el crecimiento sin freno de esa hiedra venenosa llamada nacionalismo
¿Qué hubiera pasado si en 1940 Churchill y Roosevelt hubieran actuado de igual manera que nuestros políticos actuales? Es decir, ¿qué hubiera pasado si Churchill y Roosevelt, que al principio parecían arar en el mar en su lucha contra el nacionalsocialismo, hubieran coqueteado con el movimiento de Hitler con tal de ganar unas elecciones? Conocido es que el titán británico tuvo una larga travesía en el desierto antes de convencer a sus conciudadanos de la imperiosa necesidad de luchar hasta vencer si se quería sobrevivir, pero pocos saben lo que tuvo que pasar el otro titán, el del valle del Hudson al lado contrario del Atlántico.
Si a los japoneses no se les hubiera ocurrido la terrible idea de bombardear Pearl Harbour, difícil que Roosevelt hubiera podido despertar a Estados Unidos. Con decirles que había un robusto movimiento aislacionista en el gigante norteamericano que hacía ojitos al nazismo. Para alivio de todos, este arranque fue sepultado por el patriotismo desatado en respuesta al ataque a la base naval. Por cierto, como dato curioso, la cara principal de esta andanada proto-nazista era, ni más ni menos, que el célebre piloto Lindbergh. Sí, el del hijo desaparecido.
El nacionalismo se fortalece en los extremos y no es posible controlarlo desde adentro. Solo un centro vigoroso, que no confunda el pragmatismo con la pérdida de espíritu político, puede mantenerlo a raya. Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo. Europa y Estados Unidos se han desdibujado por la escasez de estadistas y la abundancia de burócratas. Hay todavía algunas epopeyas en marcha. Macron resiste el embate de Le Pen, por ejemplo, y hasta es posible que Sánchez logre sacudirse a Iglesias. Pero también hay casos como el de Dinamarca, en el cual la socialdemócrata Mette Frederiksen puede ser la próxima primer ministro gracias a su mensaje anti-inmigrantes (¿¿¡¡??!!!).
El nacionalismo se fortalece en los extremos y no es posible controlarlo desde adentro
Si el gigante de Bruselas tambalea, el de Washington tampoco va muy bien. Sí, su economía ya registra diez años de crecimiento, pero el extremismo le devora las entrañas. Por el lado derecho, el partido Republicano está en el gobierno con Trump pero lo consume el ala cuyo director técnico es Stephen Bannon, el mismo de Le Pen, Orbán, Salvini y Santiago Abascal, entre otros. Por el ala izquierda la cosa tampoco va bien, por las mismas razones pero con signo contrario. Bernie Sanders y compañía han obligado a todo el partido a ser cada vez más radicalmente de izquierdas, lo cual se nota en los programas electorales de los 23 candidatos precandidatos presidenciales del partido Demócrata.
Trump, ese vendedor de apartamentos experto en mercadeo, se ha montado en esa oleada nacionalista. Pero no ayer. Su espectacular olfato táctico le hizo detectar eso hace muchos años, por lo que logró capitalizar políticamente con creces. Aunque con el rubio son más las veces que uno se lleva las manos a la cabeza que las que las junta para aplaudir, lo cierto es que se ha entrompado con los problemas fundamentales para Occidente: el expansionismo chino, a la desestabilización rusa, a la amenaza nuclear iraní y al narcoestado venezolano.
En ese sentido, se le puede decir nacionalista a Trump, mas no aislacionista. El mensaje de Macron en Normandía arrancó los aplausos de los presentes, pero cabe preguntarse si ese público vive en un mundo que ya no es. Con todo y su “America first” (“EE.UU. primero”), mister Trump está luchando más por los demás que monsieur Macron, más preocupado por preservar un estatus quo que ya no existe que de preservar la libertad de Occidente, condición sine qua non para nuestra civilización. Ese es el drama del centro.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.