El ministro Marlaska dijo que pactar con quien no se debe tiene que tener "consecuencias". Unas horas más tarde, mis compañeros de Ciudadanos y yo éramos rodeados en la manifestación del Orgullo gay por un montón de descerebrados, muchos de los cuales se sentirían animados por las palabras del ministro del Interior, que eran toda una invitación para la tarde infernal que nos regalaron.
La cosa empezó fuertecita: lanzamiento de botellas con orines, escupitajos, insultos, amenazas… nos hicieron un pasillo donde había hasta niños de siete años soltando maldiciones contra nosotros.
La organización permitió que un grupo caminase delante de nuestro grupo con una pancarta insultante. Un tiparraco soltó una bolsa de basura a los pies de Inés Arrimadas. Otro salpicó de cerveza a Carmen, una concejala nuestra, que tiene ochenta años.
No soy capaz de describir la rabia que había en los ojos de quienes nos increpaban, pero provocaba una mezcla de tristeza y miedo. Hicieron una sentada delante de nuestra pancarta para impedirnos avanzar.
La cosa fue a más: poco a poco, y ante la absoluta impasibilidad de los organizadores, los que insultaban nos fueron rodeando. El discreto equipo de seguridad que llevábamos se empezó a preocupar, porque los acosadores nos comían terreno e iban empujándonos hacia un espacio cada vez más pequeño. Si alguien se caía, se podría provocar una avalancha. Aquello era una ratonera.
Mientras, los agresores intensificaban las amenazas para buscar el cuerpo a cuerpo: por fortuna, los nuestros son gente templada, porque lo que querían era pelea. Les aseguro que una refriega habría podido acabar en tragedia.
El acoso duró dos horas: lo que tardó en llegar la policía. Dos horas ¿eh? Ahí es nada Nos sacaron bajo una lluvia salvaje de objetos e imprecaciones. Por cierto, un detalle: muchos de los que nos amenazaban coreaban el nombre de Carmena como un mantra.
La ex alcaldesa debería hacérselo mirar: si alguien aullase mi nombre como alegre grito de guerra después de hacer gestos obscenos a un grupo de mujeres o tras arrojar una lata de cerveza al paso de una marcha, me quedaría preocupada. Sí, estas hordas descontroladas son también parte de la herencia de la etapa de la dulce Manuela.
Lo que ocurrió el sábado estaba cantado: tanto los organizadores del Orgullo, que vetaron la presencia de nuestra carroza y nos obligaron a marchar a pie, como Podemos y PSOE, llevaban días atizando el fuego contra Ciudadanos. Pero lo último que podía esperar es que el ministro Marlaska pusiese la guinda en la mañana del sábado hablando de “consecuencias”.
¿Qué consecuencias, ministro? ¿Que un energúmeno nos enseñara su culo peludo mientras intentaba defecar ante nosotros? ¿Que nos lanzaran orines? ¿Que empujasen a una anciana? ¿Que recibiésemos el impacto de botellas, trozos de hielo y latas aplastadas? ¿Qué me rociasen de cerveza? ¿Que se pusiese en peligro la integridad física de 200 personas, muchas de las cuales, por cierto, son cargos públicos?
¿Qué clase se irresponsable usa esa forma de matonismo y crea la coartada para que los descontrolados hagan de las suyas? ¿No se da cuenta de que sus palabras eran una invitación para lo que pasó después, una patente de corso para todos los cernícalos que querían lincharnos?
Un día ya lejano Marlaska fue un juez digno, pero se ha quedado para estas cosas. Este sábado por la tarde tuvimos cierta suerte y salimos ilesos. Quizá la próxima vez ocurra una desgracia irreparable. Las "consecuencias", ministro. Las "consecuencias".