Enrique Sánchez de León (Badajoz, 1934) se ha “amurallado” frente al enemigo invisible. De momento, los recuerdos de este confidente de Adolfo Suárez y primer ministro de Sanidad de la democracia se encuentran a salvo. Tras un intenso periplo por la Administración pública, presidió CAMPSA y fundó un despacho de abogados que todavía hoy lleva su apellido y funciona a pleno rendimiento.
Desde su biblioteca, al otro lado del teléfono, asevera que la política, en aquel tiempo, también era “sufrir”. Por eso no aceptó la oferta de otro presidente del Gobierno que quiso ficharle.
Se enerva cuando toca hablar de “triaje”, ese dichoso tecnicismo que se ha colado en todas las casas a lomos del coronavirus: la atención -o no- del paciente en función de los recursos disponibles. Tremendamente educado y moderado, se subleva en ese punto de la conversación: “Se lo digo así. Tengo 85 años. Mi generación y yo nos ciscamos en todos esos que nos quieren dejar morir por razones de edad. ¿De verdad tengo que soportar mi homicidio? ¡Dónde está la dignidad humana!”.
Al habla un hombre que tiene, como se decía de Fraga y el Estado, la sanidad en la cabeza. Concluye con este agradecimiento: “Muchas gracias por acordaros de mí. Creo que la experiencia tiene mucho que aportar a este presente”.
¿Por qué Adolfo Suárez le eligió primer ministro de Sanidad de la democracia?
Principalmente por razones técnicas, aunque también era fundador de UCD y hombre de su confianza. Había sido inspector técnico de la Seguridad Social, me había dedicado a ese sector casi toda la vida. También había trabajado como director general. Él creyó en mi preparación. El ministerio era de “Sanidad y Seguridad social”. Creo que no fui un paracaidista.
¿Recuerda la conversación con Suárez?
Sí, además de manera exacta porque la tengo escrita. Adolfo, en un momento dado, nos convocó a los principales fundadores de UCD en Moncloa. Llamó uno por uno a los presuntos candidatos. A mí me hizo esperar dos o tres horas. Al final, me recibió y, con tono cansado, me dijo: “Enrique, contigo no hay problema, ¿no? Pues enhorabuena”. No especificó el ministerio. Le respondí: “Presidente, me ha tocado la más trabajosa y la más difícil de llevar”. Me estrechó la mano con resignación. Cuando llegué a casa, ya se había filtrado a los medios.
Suárez estaba muy cansado aquel día, entiendo.
Muchísimo. Tuvo que lidiar con todos los cabezas de UCD, cada uno de una marca distinta. Con sus problemas y dificultades. A mí me consideraba suarista, reformista y amigo. Por eso me dejó para el final.
Quedó inaugurada una tradición que apenas se ha visto alterada. La gran mayoría de personas en el cargo no ha tenido formación en medicina.
El ministerio requiere mucho tecnicismo y, por ello, personas expertas. Mi subsecretario, Palacios Carvajal, era médico. El director general de asistencia sanitaria, José Miguel Cuesta, también era médico. Y el director general de farmacia era farmacéutico. Tuve buen cuidado de alternar tecnicismo y política.
Hoy, por ejemplo, el encargado es Salvador Illa. Un filósofo.
No le conozco personalmente. Solo he tenido una conversación con él. En un acto. Fue muy cordial. Me resultó inteligente y afable. Lógicamente, tiene que estar desconcertado. Aprendiendo muchas cosas al mismo tiempo que decide sobre ellas. El problema no está tanto en la persona, sino en la experiencia operativa. La ausencia de técnica puede solventarse rodeándose de talento. No me importa tanto la cúspide mientras su capacidad de acción esté garantizada. Y en el actual sistema de salud no lo está.
Oiga, antes de coronavirizar esta entrevista, cuénteme una anécdota. En los setenta, su carrera política era tan fulgurante que Franco le llamó a audiencia privada. ¿Qué le dijo el dictador?
Bueno, Franco no me llamó a audiencia privada por iniciativa propia, sino porque en el régimen era preceptivo presentarse ante él cuando se había sido objeto de un nombramiento por decreto. Es verdad, mantuve varias entrevistas con Franco.
¿Qué pensaba entonces de Franco y qué piensa hoy?
Le traté en situaciones distintas. Primero en plenitud de facultades y luego en decadencia. Franco era detestable como valedor de libertades, aunque no hay que negar que en el ámbito sanitario se hicieron algunas conquistas: se creó la seguridad social. Su dictadura merece una condena como todas las demás, pero entre las dictaduras también existen los matices.
Usted tiene 85 años. ¿Se encuentra totalmente aislado?
No solo aislado, sino absolutamente amurallado. Tengo miedo porque en mí concurren todos los elementos de riesgo y características de vulnerabilidad. Si a los mayores nos afecta el virus, nos encontraremos con unas actitudes criminales. Utilizo el adjetivo conscientemente…
Tengo 85 años. Mi generación y yo nos ciscamos en esos que creen en un triaje eliminatorio por razones de edad
¿A qué se refiere?
Me refiero a aquellos malnacidos que apuestan por un triaje que elimina a las personas mayores al considerarlas “inútiles”. Te lo voy a decir con toda sinceridad: tengo 85 años; mi generación, yo mismo, nos ciscamos en esos que creen en un triaje eliminatorio de los más débiles por razones de edad. Pero, ¿qué respeto a la dignidad humana es ese? ¿Cómo vamos a aceptar tal razonamiento? Estoy seguro de que muchos médicos no pasarán por el aro.
No tratar a algunos ancianos ha sido, como usted dice, consecuencia del triaje y del colapso hospitalario. ¿Cómo debe actuarse en esta situación límite?
El razonamiento debería ser puramente clínico, sin consideraciones de edad, sexo o religión. Si yo me pongo enfermo, se me debe atender exactamente igual que a un señor de cuarenta años. ¿Qué es eso de eliminarme porque soy mayor? ¿Qué pasa con mi mente y mis ilusiones? ¿De verdad estoy obligado a soportar mi homicidio? Es de una indignidad y una crueldad... Lo vuelvo a decir: me cisco en todo el que piense así.
Cuando usted fue ministro, la sanidad dependía del Gobierno central, y no de las Comunidades Autónomas. ¿Habría sido más fácil o más difícil gestionar así la crisis del coronavirus?
Clarísimamente más fácil. Buena prueba de ello es la primera medida sugerida tras el estado de alarma: la acaparación de poderes en una sola mano. Sería largo y difícil de explicar. Si el poder está dividido en 17 parcelas y se produce una situación de crisis, es muy difícil lograr una coordinación. Está fallando estrepitosamente, lo estamos viendo. Sufrimos un grave problema legal, pero nos empeñamos en obviarlo: no tenemos definidas claramente las competencias del poder central y las de las Comunidades.
Esa coordinación está fallando.
Claro. Las Comunidades dicen: “Hombre, si usted no hace lo que debe, ya lo hago yo aunque no debería”. Eso genera un enfrentamiento entre las obligaciones del Gobierno central y el autonómico. Así se ha producido el lío monumental de medios al que nos enfrentamos. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este estado de imprevisión? Nuestra capacidad defensiva, en la España del siglo XXI, está tardando meses en ponerse en marcha.
En un primer momento, los nacionalistas vascos y catalanes criticaron el mando único y lo tacharon de “invasión de competencias”.
El ministro de Sanidad, generalmente, no tiene capacidad porque está sometido a un órgano que se llama Consejo Interterritorial, que no tiene apenas poder decisorio. Hemos convertido la sanidad en un ente de supuesta coordinación, pero en cuanto se produce la deslealtad, se desata la descoordinación.
Habla de Torra y Urkullu.
Su postura corresponde a las competencias que les pertenecen y a sus posiciones habituales de deslealtad. Ellos niegan de antemano una autoridad central. La consecuencia es lógica.
Por mucho que el Gobierno diga que, al inicio de la crisis, siguió recomendaciones científicas... No es verdad
Un líder regional, al terminar una de las videoconferencias con Moncloa, dijo a este periódico: “No hay plan más allá de lo que se ve en la tele. Estamos en pelotas”. ¿Por qué el virus nos ha pillado desnudos?
Eso es lo que nos preguntamos todos. Ha habido una falta de previsión de orden epidemiológico. Por mucho que digan haber seguido instrucciones científicas, no es verdad, a no ser que los propios científicos estén contaminados de la mentalidad del Gobierno. Ese “no pasa nada, loo estamos afrontando” ¡Demonios! ¡Todavía hoy hablan en futuro! La imprevisión ha sido terrible. En el orden operativo también.
¿Eso qué significa?
Creo que no se ha establecido un buen sistema de coordinación entre la asistencia primaria y la hospitalaria. Lo que tenía que ser más efectivo es el médico de familia, que hoy tiene capacidades extraordinarias. Los centros de salud están casi inoperantes. Sin embargo, los hospitales se han colapsado. Estoy seguro de que en los hospitales hay mucha gente que no tenía que estar. Estoy absolutamente seguro. Me lo han dicho varios médicos.
Especifique, por favor.
Hablo de mucha gente enferma de Covid-19 que no necesita tratamiento hospitalario. Valdría con uno domiciliario. No es nada fácil explicar esto que digo en una entrevista, requiere de algo mucho más largo.
Como exministro de Sanidad, ¿se le ocurre alguna medida de contención que no se esté llevando a cabo?
Antes de montar grandes hospitales de campaña, aprovecharía la estructura de asistencia primaria. Convertiría los centros de salud en receptores de aquellos con primeros síntomas. Si hay que levantar un tinglado, que sea de UCI y UVIS, de lo que falta. Por otro lado, ¿cómo es posible el desconocimiento de la operativa comercial internacional? El descuido de la industria nacional ha sido suicida.
No creo que el Gobierno mienta ni engañe a los españoles. Es cuestión de inoperancia
Dígamelo usted. ¿Cómo es posible que sucediera la compra de test defectuosos? El Ejecutivo dio tres datos en menos de veinticuatro horas: 9.000, 50.0000 y 640.000.
Todo deriva de la buenísima voluntad de los políticos en presentar bien las cosas para esperanzar a la gente. Detrás de esas manifestaciones, no hay realismo, preparación, experiencia ni capacidad. No creo que engañen ni que mientan, es cuestión de inoperancia. La incapacidad es sustantiva. También creo que vivimos en la contaminación de lo científico.
¿Cómo evalúa la gestión del Gobierno hasta ahora?
Un cinco pelado.
Les da el aprobado.
Les apruebo porque les entiendo. Sé lo que es luchar contra todo desde dentro. Por supuesto, paz y respeto personal por delante.
No le tranquiliza Pedro Sánchez al frente de esta crisis.
No, en absoluto. Puedo hablar en libertad, no pertenezco a ningún partido, no tengo servidumbres. Lo digo claro: la presencia de Sánchez me inquieta. No le veo transparencia ni capacidad de convencimiento. Me suena a falso lo que dice… Busca la riña.
El otro día, me dijo José Luis Garci que sentía cierto “desasosiego” porque veía una especie de “gobierno de universitarios”.
¡Ojalá lo fuese mínimamente!
Universitarios lo son.
Pero una cosa es tener el título y otra poder presumir de su ejercicio.
¿Y cómo analiza el papel de la oposición?
La oposición está haciendo lo que puede. Este momento requiere lealtad y colaboración, en eso tiene razón el Gobierno. Echo en falta una teoría por parte de la oposición: el centro derecha no construye una alternativa. No entiendo cómo los expertos en la órbita de Casado no levantan un plan de recuperación de la economía.
Un tópico suele recorrer ahora las tertulias: “Ya no quedan políticos como los de antes”. ¿Tiene algo de cierto? ¿Estaban en su generación más preparados que ahora?
No es que estuviésemos más preparados, que también, sino que teníamos un sentido de Estado y de responsabilidad del que ahora se carece. Las gentes de UCD proveníamos de la consideración de un Estado fuerte. De pronto, llegó el PSOE y puso en marcha la creación de Estados autonómicos. No consiguieron organizarlo ni coordinarlo bien. Por eso estamos en la gresca. Nuestro sentido de Estado era mucho más exigente.
Se ha decretado la hibernación de la economía. España acaba de conocer el peor dato de paro de su Historia reciente… pero ni Gobierno ni oposición han lanzado un pacto de Estado que adelgace su propia clase. Se limitan a donar una parte de su nómina, que además está referida a los desplazamientos que no realizan.
Claro, por eso hablo de que su carencia de sentido de Estado me inquieta. Te lo dice un hombre de la Transición. Por otro lado, ¿cómo es posible que las grandes medidas se tomen por decreto y sin consultar? Que me perdonen, pero que este Gobierno consulte a los sindicatos es como consultarse a sí mismo.
Subvenciones a partidos y sindicatos, parlamentos autonómicos, diputaciones, gabinetes, asesores… Nadie ha hablado de eso. ¿Cree que habría sucedido así en el tiempo en que usted estuvo en activo?
En el tiempo de UCD y del reformismo, se habría labrado un pacto. Me remito a la Historia y al legado de aquella formación. Ganamos las elecciones en junio y los Pactos de la Moncloa se acuñaron pocos meses después. También tiene culpa la oposición.
Es la primera vez desde la II República que un partido a la izquierda del PSOE entra en el Gobierno. ¿Qué opinión le merece?
Me parece insólito porque eso no lo votaron quienes apoyaron a Sánchez. El presidente lo justifica con una trampa dialéctica. Él jamás dijo que pactaría con Podemos. Dicho esto: a mí Iglesias no me asusta por el mero hecho de ser comunista… con tal de que se le embride. Algunas de las manifestaciones de mayor sensibilidad social vienen de ese grupo.
El coronavirus nos enseñará mucho... Ojalá nos devuelva los valores que habíamos perdido como sociedad
También es inédita la amplia presencia de un partido de derecha radical en el hemiciclo. ¿Le preocupa?
La capacidad dialéctica de la izquierda le ha colgado el sambenito de “ultraderecha”. Tienen algunas cosas de eso, pero no lo es globalmente. Igual que Podemos no me parece de extrema izquierda. Esos adjetivos son fruto del fragor político. Vox está ejerciendo una virtud poco común: la valentía y la sinceridad. Ojalá no desbarren. Dicen muchas verdades absolutas, pero son inasumibles debido a una cobardía social extendida.
El otro día, García Vargas, ministro decano de Sanidad, decía en una entrevista con este diario que la del coronavirus no será la última pandemia: “Seguirán viniendo hasta que los chinos no controlen la zoonosis”, concluyó. ¿Qué piensa usted?
No estoy seguro… Hombre, si lo dice Julián… Me produce respeto. Le tengo mucha estima y admiración. Fue un excelente ministro de Sanidad. Sí estoy de acuerdo en que esta no será la última pandemia. Existen muchas dudas microbiológicas.
A modo de cierre, ¿se atreve a lanzar un pronóstico?
El coronavirus nos enseñará mucho. Ojalá nos devuelva valores morales que la sociedad había perdido: sinceridad, dignidad, respeto… Y el gran combate contra la inexperiencia. Quizá nos lo merezcamos. Hemos construido esa forma de gobernar. Puede que la sociedad que emerja de esta crisis sea distinta. Eso espero.