Entre Isa Serra en aquellos días borrokas y Margarita Robles -sobre el hielo y el vacío de los muertos- media un abismo, la Historia reciente. Es como comparar a Dios con un robagallinas. Donde Isa Serra ahora hace un crowdfunding de anticapitalistas, Robles se cuadra con lo único de sentido de Estado que le queda al Gobierno.
Isa Serra, 19 meses de cárcel más IVA, es un símbolo de un tiempo en que vivimos por encima de nuestras posibilidades. A Serra y a esa peña de las rastas y la pintura en spray se les veía por los desahucios madridís; había mucho ruido de cacerola, fotógrafos de la cuerda y chicos de la prensa que iban a meterle metáforas cursis a eso que llamaron "periodismo social" y que consistía en pasar la tarde de mayo oliendo lo que discurría entre la orden del juez, el banquero pálido y el marido que moría/no moría de un infarto, de un impago, de una sobreactuación.
Isa Serra no frenó a los especuladores y escupió a la Policía, según rezan las prosas judiciales. Serra es la musa que pudo tener Podemos si Iglesias no hubiera embarrado su cosa búlgara de tanta testosterona, de tanta galanura anacrónica, de tantos bandazos entre el dogma y el parné.
A Serra la violencia le sale cara, y desde los simbolistas sabemos que el lirio y lo bello pueden crecer entre el excremento. Isa Serra, con sus estudios de metafísica y su cardado, con sus ojos astrológicos y su mochilita, podría haber llegado a lo que quisiera. La cosa fue que Isabel renegó de la biblioteca familiar y tiró por la dialéctica de los puños y las pintadas.
La cárcel difusa y larga, la inhabilitación, los tuits de Serra y el apoyo explícito de Karmele Marchante y de toda esa intelectualidad microbiana no son nada, meras martingalas que los jueces se pasan por el forro de la toga. Lo peor es que con el emplumamiento de Isa, Pablo Iglesias ha vuelto a sentir esa pulsión irrefrenable de ciscarse en el Poder Judicial cuando la Justicia no le sonríe a su peña, la que echó los dientes en las plazas mayeras.
El podemismo, como todo en la vida desde Darwin o Mendel, es una evolución más o menos desafortunada. A Rita Maestre se le han calmado los pulsos y parece Churchill; por contra a Isa Serra, por lo que se ve, se le nota moralmente reincidente y judicialmente recurrible.
Los pecados de la infancia no pueden romper el futuro, pero es que Isa era, el día de autos, persona de pleno derecho y con amplia conciencia para sacar gramática parda y machista contra dos funcionarias a las que les hizo un traje lírico y otro de babas -según las mismas fuentes-.
Isa Serra sigue mirando con sus ojos astrológicos al pasado de su canalleo violento. Isa mira al futuro, trémulo, de los recursos judiciales y de la su gente que la jalea desde la asamblea ciudadana que toque, desde Galapagar, desde cualquier despacho subministerial sin crucifijo y con Felipe VI boca abajo.