Muy poco se está hablando del “síndrome de la cabaña”, al menos si nos atenemos a las graves consecuencias sociosanitarias que nos deparará en el corto plazo, según la mayoría de expertos de la cosa.
Parece que el sugerente nombre se usó por primera vez a principios del siglo pasado para describir los síntomas que presentaban los buscadores de oro americanos, tras pasar meses o años aislados en las montañas sin contacto alguno con la civilización. A partir de ahora verán a multitud de psicólogos hablar de esta renovada patología relacionando el aislamiento con el aumento de casos de ansiedad, depresión, irritabilidad, insomnio, dificultad para concentrarse, o conflictos de pareja. Escucharán la urgente necesidad de actuar, como si las personas, débiles por naturaleza, necesitaran del permanente apoyo psicológico cada vez que la vida les depara un imprevisto.
Me van a permitir que me salga de la norma y disienta del catastrófico síndrome, describiendo una realidad algo más compleja, pero que arraiga más profundamente en nuestra psique colectiva poniendo en valor la enorme adaptabilidad del ser humano.
Dando por hecho que el número de muertos por la epidemia aún no lo hemos digerido, y que somos conscientes de la crisis económica que nos viene, que sigue existiendo un alto riesgo de contagio, y que el drama vivido por los sanitarios está superando todo lo razonable, mantengo que las largas semanas de aislamiento ha producido en un buen número de ciudadanos una sensación de alivio y distensión ante una realidad que nos supera, pero cuyo origen venía de antes.
Este malestar no era verbalizado por casi nadie, incluso presumimos de ser el país más alegre del mundo, pero según los clásicos estudios de la ONU hay 36 por encima de nosotros (casi todos europeos), tenemos un 20% de probabilidad de padecer problemas mentales serios a lo largo de nuestra vida, somos uno de los primeros países en uso de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos, y uno de los mayores en uso y abuso de drogas, sobre todo cocaína.
La 'cabaña' nos ha dado una seguridad que antes no teníamos, menos cosas a controlar pero más importantes
Corrupción, mediocridad política, consumismo extremo, competitividad cruel, tecnología estresante, hacinamiento casi para todo, culto ridículo a lo estético, desprecio por la intelectualidad, presentismo, relativismo moral, amenaza seria a nuestro medio ambiente, hedonismo, frivolidad o una información sobresaturada donde los importante y lo superfluo se mezcla hasta hacer la veracidad irreconocible, son algunos estresores que han ido minando nuestra autoestima colectiva, hasta el punto de convertir los selfies y las redes sociales en el mejor ejemplo de lo que queremos ser y no somos.
En este entorno para muchos asfixiante surge de golpe la obligación de encerrarse en casa. De un día para otro nos vemos rodeados sólo del núcleo familiar. Reducimos nuestras necesidades a lo básico, dejamos de comprar de forma compulsiva. La comunicación pasa a ser lo más importante y según el tracking de encuestas de EL ESPAÑOL, surgen nuevas verdades como que son mayoría los que admiten que ha mejorado la relación con sus padres, con sus hijos, e incluso con la pareja. También aquellos que dicen dormir mejor. O los que prefieren el teletrabajo a lo de antes.
A pesar de las incomodidades se ha dado inmenso valor a los pequeños detalles como ordenar, cocinar, jugar a cartas con alguien de tu casa, tomar un aperitivo en el minúsculo balcón o hablar por teléfono con un amigo con el que antes solo intercambiabas whatsaspps, vete tú a saber de qué. Hablas con los vecinos y resulta satisfactorio. O tocas una guitarra que hacía años estaba de adorno en un rincón.
La cabaña nos ha dado una seguridad que antes no teníamos, menos cosas a controlar pero más importantes, nos ha hecho más dueños de nuestro tiempo. Ha estrechado las relaciones más sinceras y ha hecho desaparecer las que eran sólo postureo.
Nos hemos quitado lastre psicológico. Ya les digo que habrá que volver a dar en las universidades, de forma revisada, las teorías sobre necesidades humanas que ya no estaban de moda como las de Maslow, Ferenczi, Viktor Frankl, Freud o Rogers. Todas, por cierto, desarrolladas a caballo de las dos guerras mundiales.
Algunos me dirán que eso sólo lo han hecho los ricos, que el sufrimiento ha sido mayoritario, pero a tenor de los telediarios y las encuestas bien hechas, mantengo que durante los próximos meses, habrá prevalecido más este enfoque de cabaña, microcolectivo, positivo, adaptativo y optimista, que el de las secuelas psicológicas atemperadas gracias a la intervención del Estado.
Parece poco admisible que un catedrático, usando dinero público, intente persuadir sobre una realidad inventada
Cualquier gobierno que sea consciente de ello, estará tentado de intervenir en semejante crisis de comportamiento colectivo para sacar tajada a su favor. Todo cambio conlleva fases vulnerables, y desde el punto de vista de la autoridad formal, son un riesgo para el statu quo. Porque no hay nada más deseado para este gobierno, que volver cuanto antes a la normalidad, nueva o vieja, donde la singularidad de cada individuo acabe sucumbida en un nuevo comportamiento de rebaño inmune, donde sólo piensen unos pocos, y el resto no tengan más que dejarse llevar. Es la esencia del poder.
No termino de encontrar mejor analogía para enmarcar a Tezanos y a su maquinaria de chusca propaganda. Su mentalidad, “orgullosa de ser del PSOE” ha declarado la guerra a la psicología de la cabaña, porque sabe que implica reflexión, pensamiento crítico, capacidad de elección, la familia como elemento central, subsistencia compartida y apoyo mutuo. Por no hablar de toda una filosofía de valores conservadores.
No me invento nada. Ya empezó a ocurrir con la crisis económica de 2008, donde los abuelos -por cierto- tuvieron que acabar ayudando a hijos y nietos, y que terminó con el desastre socialista de 2011, a pesar del movimiento 15-M que lo puso todo patas arriba apenas unos meses antes.
Nada pasaría si Tezanos fuera político, tertuliano, tarotista o predicador, pero parece poco admisible que un catedrático de universidad, usando dinero público, intente persuadir sobre una realidad inventada, a través de un organismo oficial, utilizando para ello un documento científico.
No existe mejor indicador de la decadencia de un gobierno que cuando ha de acudir a la mentira, colándose en el interior de cada cabaña a gritar, sin que nadie se lo pida, que el PSOE tiene muchos más apoyos de los que parece, que la oposición es moralmente despreciable, que los medios de comunicación no ayudan y que la economía mejora mes a mes.
*** Gonzalo Adán es doctor en Psicología Social y director de SocioMétrica.