Maradona
La muerte de Diego Armando Maradona ha sido la pesadilla de la semana. Todas las muertes son un mal sueño, pero esta las ha superado a todas. Han sido horas de gritos y lágrimas, de rabia, amargura y desesperación. Parecía una historia para no dormir.
Cada rato, cuando la radio o la tele conectaban con Buenos Aires, salía un periodista o un amigo del pibe, un argentino de corazón o un lo que sea, y hacía un Arias Navarro. Es decir, un puchero. Para aquellos que no habían nacido, Arias Navarro era el presidente del Gobierno que dio la cara en TVE para comunicar que Franco había muerto.
Diego estaba llamado a ser inmortal, pero el miércoles le estalló el corazón y la leyenda se hizo añicos.
Argentina lloraba al unísono. Se temió por las consecuencias que pudiera ocasionar la aglomeración de la plaza de mayo, y no tanto por la voracidad contagiosa de la Covid como por los embates de la multitud que amenazaba con asaltar la Casa Rosada y llevarse el cadáver exquisito. Fueron momentos de tensión salvados in extremis por la policía.
Desde el jueves no he dejado de preguntarme qué tienen los argentinos que no tengamos los españoles, los alemanes o los hondureños. Evita, Fangio, Gardel y Maradona no nacieron en Argentina por sorteo. Todos ellos tuvieron la suerte de dar con un país que tiene mucha facilidad para crear ídolos a su imagen y semejanza. No puedo imaginar en Europa un entierro como el que le han dedicado a Maradona en su tierra. Me juego el cuello a que más de un devoto del pelusa se ha inmolado para acompañar al ídolo en su viaje.
Pantoja
“Isabel se está rearmando”, advirtió Antonio Escámez, hijo de uno de los albaceas de Paquirri en el programa especial La herencia envenenada emitido el viernes en la cadena de Mediaset. Escámez salía así al paso de las interpretaciones de los silencios de la cantante, atribuidos a una depresión que, según los reporteros del gremio, la mantenían postrada en cama.
Esta es la terrorífica historia de una ambición que durante 36 años ha dividido a dos familias provocando un auténtico cisma. El epicentro del terremoto se llama Isabel Pantoja, protagonista del culebrón que tiene como víctima principal a Kiko Rivera, enfrentado a su madre por la herencia de la finca Cantora.
No conozco a la tonadillera, pero la presiento intensamente y me da mala espina. Y es que un día también yo estuve en Cantora aspirando el aroma embrutecido del dinero. En aquella ocasión le hice a la tonadillera una entrevista que no me aportó detalles reveladores de su vida y su personalidad. Tras la muerte de Paquirri, convertida enfáticamente en viuda de España, Pantoja empezó a mosquearnos a todos. La impostura se apoderó de ella hasta que su vida la delató. Isabel, en reñida competencia consigo misma, fue adquiriendo un estatus cada vez más opulento y sobrado gracias a las generosas aportaciones de los que iban pasando por caja. Hasta que la codicia le estalló en las manos.
Las legiones de fans, groupies y palmeros que rodean a Isabel no solo le ofrecían adhesión inquebrantable sino regalos para soportar la pena. Hoy eran unos muebles para la terraza, mañana una Thermomix y pasado una cocina integrada.
Desde que hace un mes estalló el caso de la herencia asesina, Pantoja ha sufrido un descenso de popularidad. En el mundo de la 'famosfera' a los artistas se les ve enseguida el plumero. Tal es el caso de Isabel Pantoja, Miguel Bosé, Georgina Rodríguez (la Ronalda), etc. A la mayoría les caracteriza la falta de naturalidad y una tendencia exasperante a la impostura.
Todos los famosos, del primero al último, deberían hacer un máster en transparencia y sinceridad, aunque les bastaría con mirarse en el espejo de José Antonio Canales Rivera (de los Rivera de toda la vida), que no dice una mentira ni queriendo.
Felipe VI
No es la primera vez vengo con el Rey a cuestas. Y tampoco será la última. Podría hablar de otros reyes, como el de Marruecos o el de Tailandia, pero me dicen que no son del todo recomendables. El de Tailandia es un chisgarabís que solo presta atención a sus tatuajes y a sus concubinas. Y el de Marruecos despachó a su digna esposa porque era demasiado feminista.
Hay monarcas disolutos que acaban convirtiendo sus reinos en casetas de feria. Fue el caso de Nepal, donde el príncipe heredero la emprendió a tiros con su familia y se cargó a diez personas, incluidos los reyes. Sobrevivió su tío Gyanendra, que fue el último rey. Luego vino la República. Gyanendra no es muy republicano, pero hace una década que no paga la luz y le echa la culpa al gobierno.
A lo nuestro: Felipe VI tiene la luz pagada, pero le asisten los mismos problemas que a cualquier ciudadano en tiempos de pandemia. El lunes, Zarzuela emitió un comunicado notificando que el Monarca suspendía su agenda porque había estado en estrecho contacto con un positivo (su amigo Álvaro Fuster). Similar explicación se ofreció cuando Leonor tuvo que confinarse porque un compañero había dado positivo en coronavirus. Al poco tiempo supimos, vía comunicado, que a la heredera se le había practicado la PCR, con el resultado de negativo. No obstante, Leonor siguió en Zarzuela hasta terminar la cuarentena.
En la Familia Real reina el mimetismo. Ahora es el Rey el que sigue las pautas de Leonor. El viernes, según un despacho de urgencia, Felipe VI dio negativo en la PCR, si bien permanecerá confinado hasta hoy.
No sé si es falta de transparencia por parte de Zarzuela, o torpeza por parte de quienes leemos los avisos. Está claro que en el gabinete de comunicaciones de la Casa se la cogen con papel de fumar. Un poquito más de claridad no vendría mal. La Covid es igual para todos.
Pedro Sánchez
He tardado en incorporar a Sánchez al Bestiario porque hasta ahora no encontraba una hazaña que reflejara tan bien como hoy la inconsistencia de su carácter volátil y su falta de fuste político.
Anteayer, estando la presidenta Ayuso de tournée en Barcelona para explicarles a los catalanes la receta del éxito madrileño, se hizo realidad el viejo refrán: “Quien va a Sevilla pierde su silla”. Sánchez, que está al loro de todo lo que hace Ayuso, improvisó con ayuda de Redondo una visita a efímera al Hospital La Paz en compañía de dos de sus lugartenientes: Salvador Illa y Pedro Duque. Los tres querían conocer la Unidad Central de Investigaciones Clínicas.
Fueron a su encuentro el comité de recepción de La Paz y autoridades varias. El alcalde Almeida, que no había sido invitado y tuvo que ponerse precipitadamente una corbata, saludó a Sanchez con unas sabias palabras: “Bienvenido a casa”, a lo que Sánchez respondió con un elocuente mutis. El día 1 está invitado por la Comunidad de Madrid a la inauguración del Hospital Isabel Zendal, pero el presidente ya ha adelantado que no piensa asistir.
Por favor, que la próxima pandemia nos pille con un presidente en condiciones. Los abucheos no nos arriendan la ganancia.