Marcel Proust
Era majo el tal Marcel Proust. Fino, elegante, meticuloso. Empecé a leerlo cuando pecaba de ingenua y creía que las muchachas en flor eran realmente muchachas y no muchachos. Mala cabeza, la mía. Ahora, Antonio Lucas me habla de su salida del armario (la de Proust, pues Lucas no gasta armarios), que no fue precisamente una salida a lo Oscar Wilde, con balcones a la calle, sino un simple desahogo primaveral a espaldas de la sociedad biempensante que le rodeaba.
En cuestión de amores entre iguales, Proust era judío y disimulón, burgués y tiquismiquis. Dice Lucas que a un escritor tan explorado no se le supone mucha clandestinidad, y sin embargo acumuló bastante. Ahí están, para demostrarlo, los nueve cuentos (ocho inéditos) publicados en Francia el mes de junio pasado, que verán la luz en España el próximo día 21, editados por Lumen.
El libro lleva el título del único cuento conocido: El remitente misterioso y otros relatos. Proust los escribió mientras recopilaba los textos de Los placeres y los días y son una confirmación del erotismo y la clandestinidad sexual, que chocaron estrepitosamente con la moral de la época. No publicó en su día los relatos porque no se atrevió. Su editor decía que eran una especie de “diario íntimo” guardado bajo llave.
El escritor ya había ocultado entonces un puñado de relatos eróticos, manteniendo a resguardo su existencia durante un siglo.
Proust triunfó socialmente, pero siempre mantuvo una capa de aparente rectitud. Su paso por los salones parisinos le dio a conocer en los ambientes literarios y sociales. En aquella época, de las personas con afán de medrar se decía que se “proustituían”.
Margarita Robles
La nieve trae suerte. Al menos eso dice el refrán: año de nieves, año de bienes. Tal vez haya algo de cierto en ello. Se non è vero, è ben trovato.
Margarita Robles, ministra de Defensa, ha logrado que la UME (Unidad Militar de Emergencia) se convierta en símbolo de la avanzadilla española. Cuerpo de élite, alma solidaria, todo el mundo la aplaude. Hace un año, estos hombres y mujeres sacaron pecho por la pandemia y ahora han rescatado a los españoles atrapados en la nieve y el hielo.
Es lo que tienen las FF. AA.: buena fama y madera de héroes. Haciendo historia, la UME se debe a Zapatero, que creó este cuerpo en 2005, y ahí sigue, sacando pecho. No me lo invento: todo el mundo habla bien de la UME. Todos los ciudadanos, quiero decir. Unos los consideran valientes; otros, curtidos; o sexis y bien dotados. Sus uniformes les favorecen. Verlos pasar con sus trajes negros y boinas color mostaza es todo un espectáculo.
Núñez Feijóo suele decir que ZP hizo bien tres cosas: la UME, el carné de conducir por puntos y la prohibición de fumar en público. Pero si Zapatero fundó la UME, Margarita Robles la ha lanzado al estrellato. Ahora, la ministra recoge sus frutos mientras pone firmes a los militares insurrectos que quieren sacar tajada de la situación. En otras palabras, con la UME Robles triunfa por acción (o sea, por protagonismo), y con los militares levantiscos por omisión (no les da bola). Excelente reparto de papeles.
Un poco de memoria: cuando nadie creía en Pedro Sánchez (servidora la primera), Margarita Robles y Susana Sumelzo hacían campaña por él en lucha con los elementos. A eso se le llama tener ojo.
Isabel Gemio
Esta semana hemos asistido a un espectáculo, vergonzante para unos, hilarante para otros. Se trata de un enfrentamiento entre dos mujeres conocidas y con amplio currículo profesional: María Teresa Campos e Isabel Gemio, ambas pertenecientes al mundo de la televisión en color, donde se forjaron como locutoras, presentadoras, periodistas y chicas para todo. Vidas paralelas. Las dos debutaron en la radio y en ella se consagraron. Luego se convirtieron en divas y el carácter les pudo a las dos. A una más que a la otra, pero a la otra casi tanto como a la una. No había quien las tosiera.
Gemio se casó con un cubano y Campos no llegó a casarse con un chileno, pero poco le faltó. Las dos se pasearon por las revistas luciendo el palmito, sedientas de protagonismo.
El cubano se separó de Gemio y el chileno de Campos. El mérito mayor de la malagueña (Campos) fue el dominio del directo, en el que se movía como pez en el agua. Respecto a Gemio, su especialidad era la total entrega a su hijo Gustavo, víctima de una enfermedad degenerativa que padece desde hace años.
Actualmente trabajan en sendos canales de YouTube. Campos habla de moda y belleza (más o menos), mientras que Gemio prefiere dedicarse a las enfermedades raras e investigar el caso de su hijo en busca de una respuesta.
Es de esperar que la amistad vuelva al redil de las divas. No hay nada como llevarse bien.
Berto Romero
En este país hay mogollón de cómicos. Y también de humoristas. No es lo mismo, pero se le parece bastante. Que yo sepa, entre un humorista y un cómico hay la misma diferencia que entre Leo Harlem y Chiquito de la Calzada. O que entre Martes y Trece y Dani Rovira.
Todos tenemos nuestros preferidos. José Mota, Andreu Buenafuente, José Corbacho, Dani Mateo, Santiago Segura y Millán Salcedo constituyen el ramillete de los buenos. Pero el mejor, sin duda, es Berto Romero, que compone, junto a Buenafuente, el dúo sacapuntas de la felicidad. Es lo más que se despacha en el arte de convertir el absurdo en un lúcido relato de lo que pasa.
Berto destaca por su nariz aguileña, sus gafas de pasta y sus iluminados dientes. Nació en Manresa (1974), pero se crio en las faldas de la montaña de sal de Cardona (Barcelona), donde sus abuelos murcianos fueron a buscarse la vida desertando de huertas y mares menores, de alegría, ilusión y cantes de las minas.
A Berto le puede la simpatía, y cuando no es la simpatía, el disparate. Me gusta oírlo desbarrar como desbarran los locos más cuerdos, hacer risas, contar “vivécdotas” y burlar el carambolo.
Berto, que es Alberto, es uno de los personajes más singulares de la chistografía nacional. Perdón: quería decir el humor patrio, pero sin ideología. Un cachondo subversivo del lenguaje y de la vida. Un circunspecto de la risa floja. Un genio.