La filósofa valenciana Adela Cortina (Valencia, 1947) ha dedicado los últimos meses a reflexionar sobre la actuación de la comunidad política ante la sobrevenida crisis mundial de la Covid-19. Su trabajo ha dado como resultado Ética Cosmopolita, una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia (Paidós). En el libro actualiza su apuesta por los valores que han de guiar la respuesta global del planeta a sus grandes problemas, como lo es la crisis sanitaria.
En línea con su subtítulo, la obra es un derroche de cordura desde la primera hasta la última página. La autora subraya sobre esta ética cosmopolita que "lo esencial en la comunidad política es una ciudadanía madura, una sociedad civil vigorosa, capaz de pensar y querer por sí misma, reacia a la polarización".
Y preguntada sobre España, advierte precisamente de una "estrategia deliberada y letal para polarizar y tensionar la sociedad". "Quienes intentan sembrar el desacuerdo están desarrollando unas actitudes criminales", lamenta sobre una clase política "más preocupada por los votos que por la salud de las personas".
En su charla con El ESPAÑOL, la catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia denuncia además aspectos como la gerontofobia o edadismo que se produjo con la discriminación "ilegal e inmoral" a los mayores de 80 años a los que se negó respiradores o traslados hospitalarios durante la primera ola de la crisis sanitaria tan solo por su edad.
¿Ha evidenciado la Covid que nos importa menos la vida de los mayores?
A mí me parece que sí, que hay una gerontofobia latente, un edadismo, que consiste en discriminar a las personas por razón de edad, en discriminar siempre a los mayores, no a los niños ni a los jóvenes. Uno de los hechos en los que ha quedado patente ha sido el triaje, que es algo que no hay más remedio que hacer en ocasiones, cuando los recursos son insuficientes. Algunos han entendido que para la gente mayor de 80 años no había que utilizar un respirador.
Se ha discriminado a los mayores de 80 años con los respiradores, y no se puede discriminar por razón de edad o discapacidad. Es ilegal y es inmoral
Yo tuve la oportunidad de participar en el informe del Ministerio de Sanidad y justo lo que dijimos fue, en primer lugar y fundamental, que hay que aprovechar todos los recursos posibles para evitar ese triaje. Pero si no hay más remedio, hay que analizar muy bien qué personas tienen mayor probabilidad de éxito vital con una calidad de vida razonable. Pero nunca discriminar por razón de edad o por razón de discapacidad.
¿Discriminamos a los mayores cuando hubo que elegir quién vivía y quién moría?
Hay personas que sí han discriminado por razón de edad y han entendido que a las personas que tenían más de 80 años no había por qué derivarlas a otros hospitales en algunos casos, y en otros no utilizar con ellos los respiradores. Eso es ilegal e inmoral. No se puede discriminar a una persona por razón de edad o de discapacidad. Es ilegal y es inmoral. Hay que tener en cuenta cada caso y los elementos que rodean a esa persona. Ha habido casos en los que se ha decidido que no había que tratarlos simplemente porque tenían más de 80 años.
¿Cree que ha sido una mala praxis estructural? ¿Debería alguien responder por esto?
Creo que, más bien, ha sido una costumbre de algunos grupos, que no ha sido ningún tipo de orden. Como digo, yo colaboré con el informe del Ministerio de Sanidad y lo que dijimos fue que no se podía en absoluto discriminar por razón de edad o por razón de discapacidad.
En cambio, usted sí defiende priorizar “la mayor esperanza de vida con calidad”? ¿No es también eso discriminar por cuestión de edad?
Es muy diferente, porque elegir en función de la esperanza de vida con calidad es un criterio que se aplica tradicionalmente en el terreno de la medicina y de la bioética cuando los recursos son limitados y hay que recurrir al triaje. Es razonable cuando no hay más remedio que elegir. En estos casos los elegidos no son necesariamente los ancianos ni los discapacitados. Hay que analizar cada caso concreto, no discriminar a un colectivo. Es una cuestión de justicia.
Nos hemos acostumbrado a las muertes por Covid igual que los inmigrantes caigan en el Mediterráneo o en los países en desarrollo, lo cual es lamentable
Las cifras oficiales hablan de 75.000 muertes por Covid en España. Siguen muriendo una media de 100 personas al día en España por esta enfermedad. ¿Hemos normalizado el drama? ¿Hay un número determinado de muertos diarios que estamos dispuestos a asumir?
Yo creo que no estamos dispuestos a asumirlo. Todos los días estamos dando los datos de quiénes son los que mueren. Lo que sí es triste es que nos acabamos acostumbrando, como nos hemos acostumbrado a que muera la gente de otras enfermedades, a que los inmigrantes caigan en el Mediterráneo o en los países en desarrollo. Nos hemos ido acostumbrando a todo eso, lo cual es lamentable. Pero yo creo que no lo damos por bueno en absoluto, que precisamente se están tomando medidas para evitar que se siga contagiando y muriendo la gente. Creo que no lo hemos aceptado en absoluto.
Relaciona usted la gerontofobia y el edadismo con la aporofobia, el odio al pobre ¿Le importan menos al Estado quienes “no pueden devolver algo sustancioso” a la sociedad?
Esa es una clave muy importante. Aporofobia, el rechazo al pobre, es el libro que escribí antes de Ética cosmopolita, y ahí reflexionaba sobre que la sociedad se rige por el principio del intercambio. Estamos dispuestos a dar con tal de recibir, por eso vivimos en sociedades contractualistas. Cuando consideramos que hay personas que parece que no tienen nada interesante que darnos a cambio, las excluimos. Esa es, a mi juicio, la clave de la aporofobia, que tiene una base biológica y cerebral.
La gerontofobia tiene mucho que ver con esto, en la medida que mucha gente que rechaza al anciano lo hace porque piensa que no tiene ya nada interesante que dar a cambio. Piensa que es gente que molesta, que es torpe, que no puede producir nada interesante. Argumentan la cuestión de las pensiones… La aporofobia es transversal. Pasa también con las mujeres, con la inmigración…
¿Catalogamos a los mayores como improductivos en lugar de valorar su función?
Yo creo que sí. Lo que le ha ocurrido a nuestras sociedades no es que hayan envejecido, sino que han rejuvenecido. Hay personas que están en lo que se llama tercera o cuarta edad y que, sin embargo, están ocupándose de sus nietos, están trabajando en determinados campos… la capacidad que tenemos va ahora mucho más allá de los 65 años y de los 70. Yo lo que sugiero es aprovechar todas las capacidades de las personas. La sociedad lo necesita.
Hay quienes subrayan que hay que apostar por una economía que aproveche la ancianidad, haciendo que las personas que superan los 65 trabajen y sean productivas. Vivimos en sociedades que no envejecen sino que rejuvenecen. Lo que ocurre es que hay una mayor longevidad. Estamos fantásticamente bien para hacer muchísimo, no se nos puede apartar en absoluto.
¿Se refiere usted a Vox cuando habla en el libro de “partidos claramente aporófobos, que cierran filas frente a los extranjeros sin recursos”?
La verdad es que no me refería precisamente a Vox, estaba pensando en Alternativa por Alemania y el partido de Marine Le Pen, no me refería a partidos españoles.
¿Ve en Vox un reflejo de las propuestas de esos partidos aporófobos?
Es un reflejo, efectivamente. Si no aparcan esos posicionamientos no van a merecer ningún crédito. No se puede cerrar filas frente a los extranjeros sin recursos, de ninguna manera. Hay que acogerlos a todos. Si no estamos ayudando a sus países de origen para que mejoren su situación, solo falta que les cerremos las puertas cuando vienen. La acogida al inmigrante es algo de primera necesidad, y si hay un partido que lo rechaza me parece que es totalmente contrario a lo que debe ser moral y legalmente.
Los políticos están más a lo suyo que por el interés general, y eso precisamente es lo que tiene a la ciudadanía bastante desanimada
En medio de la tragedia que para miles de familias representa la pandemia, tanto por la pérdida de allegados como también de empleos, España ha entrado en un carrusel de mociones de censura y elecciones. ¿Cree que los políticos están más a lo suyo que en la búsqueda del bien general?
Es evidente, lo ve cualquier ciudadano de a pie. Los políticos están más a lo suyo que por el interés general, y eso precisamente es lo que tiene a la ciudadanía bastante desanimada con los partidos y con el mundo de la política. Es muy importante que los políticos tomen conciencia de que su prioridad debe ser el bien común. Cuando se habla de que hay una desafección ciudadana es precisamente porque no ven que se ocupen de nosotros. En una situación de pandemia están más preocupados por sus votos que por la situación de salud de las personas.
Otra de las características del discurso público es la tensión. Vemos cómo se recurre a un lenguaje guerracivilista, con proclamas que remiten claramente a algunos de los periodos más negros de nuestra historia. ¿Cree que existe una estrategia deliberada para tensionar y polarizar la sociedad? ¿Le preocupa?
Es evidente que hay una estrategia deliberada para tensionar y polarizar la sociedad, y me preocupa enormemente, porque en la sociedad española hay una gran cantidad de acuerdo, e intentar fomentar el desacuerdo y la polarización es verdaderamente letal. Una sociedad necesita tener elementos comunes de acuerdo para trabajar juntos. Si no se ponen a trabajar juntos en nada, la sociedad no va a ir adelante. Es destructivo. Quienes están intentando sembrar polarización, el desacuerdo, etcétera están desarrollando unas actitudes que, a mi juicio, son criminales, porque no nos permiten construir juntos cuando hay tanto a lo que atender de primera necesidad.
Nos dijo hace cinco años en otra entrevista que los principales problemas de España son “el hambre, la pobreza y el desempleo” ¿Haría hoy algún cambio en su diagnóstico?
Creo que el hambre, la pobreza y el desempleo son los principales problemas, y que después de la pandemia, todavía más. Ha aumentado la pobreza, basta con ver las colas del hambre. Basta ver la cantidad de puestos de trabajo que se han perdido por el camino y la cantidad de pequeñas y medianas empresas que han tenido que cerrar, lo cual me parece verdaderamente deleznable.
La pobreza es el primer problema en España y a nivel mundial. De hecho, el primero de los objetivos del desarrollo sostenible es acabar con la pobreza. Se suponía que íbamos a reducir enormemente la pobreza y a acabar con ella en 2030. Pero no va a ser así. Por supuesto, crear puestos de trabajo es fundamental para lograrlo. Por eso hay que ayudar a las empresas.
¿Ve en el nacionalismo y el populismo una amenaza para España?
También, por supuesto. Precisamente es lo contrario al cosmopolitismo. El cosmopolitismo está ligado a ampliar el punto de mira como seres humanos, ver los problemas desde el punto de vista del conjunto de la humanidad. Mientras que el nacionalismo y el populismo se centran en lo local y en cada uno de los lugares concretos, y no dejan tener esa mirada completa que en estos momentos es fundamental.
Advierte usted de una “recesión democrática” desde el cambio de siglo, de un “retroceso del mejor de los sistemas políticos” ¿Tienen solución los males de la democracia?
Claro que los tienen, lo que pasa es que hay que ponerse manos a la obra. La recesión democrática, desde los años 90 del siglo XX, está muy estudiada y muy trabajada porque paulatinamente bajan los niveles de democratización. Hay cantidad de países considerados democracias emergentes, que eran absolutamente prometedores, que están decayendo notablemente y se están convirtiendo en países iliberales o claramente totalitarios. Se están perdiendo puntos en el nivel de democratización.
El gran reto de hoy en día es consolidar la democracia, tenemos que trabajar en esa línea, y a mí me parece, y por eso propongo una ética cosmopolita, que el buen camino es uno de los que proponía Kant: la democratización de todos los estados hasta llegar a construir una sociedad democrática cosmopolita.
Hay, cada vez más, cierta autocensura. Se viralizan las críticas y la gente se calla para evitarlas porque tiene miedo de sufrirlas
Hay quien asegura que hay hoy menos libertad en España que en los años 80 o 90. Hay muchas cosas que no se pueden hacer o decir porque ofenden gravísimamente a algunos colectivos. ¿Cree que hemos retrocedido en este aspecto?
Yo creo que hay cada vez más, efectivamente, una cierta autocensura, porque enseguida se encienden todas las alarmas de una serie de colectivos que protestan, a veces con y a veces sin razón. En este momento estamos en un punto muy importante con el tema de frenar el famoso discurso del odio, que puede entrar en conflicto con la libertad de expresión. Hay que tratar de ver dónde está el término medio. Sí que están apareciendo muchas protestas en cuanto alguien dice algo. Se viralizan las críticas y la gente se autocensura para evitarlas porque tiene miedo de sufrirlas.
¿Por qué cree que se desintegran los partidos de la otrora llamada “nueva política”?
Porque han aprendido los malos hábitos de los partidos tradicionales, y como además son aprendices, no los manejan demasiado bien, y los tradicionales tienen más ‘sabiduría’ en ese aspecto. Creo que no acaban de situarse en el lugar, que sigue habiendo dos claros bloques en nuestro país y que cada uno intenta llamar la atención, que los nuevos partidos no han creado nuevos hábitos.
La izquierda ha aprovechado la crisis sanitaria para, en muchas ocasiones, encomiar lo público y denostar la iniciativa privada en sectores como el sanitario o el educativo. ¿Comparte ese discurso?
Creo que tiene que haber pluralismo en sanidad y en educación. En nuestra sociedad ha de haber medios públicos y privados, y todo lo que concurra a generar más riqueza y bien común es bienvenido. Somos una sociedad plural y creo que es bueno que sigamos siéndolo, porque hay que potenciar la libertad.
¿Cree que hay grupos interesados en criminalizar la actividad empresarial?
Detecto en ocasiones falta de entendimiento entre la sociedad y el mundo empresarial. Justo las empresas durante la pandemia han intentado seguir trabajando, reinventándose, y es lo que tienen que seguir haciendo. Las empresas son parte de la sociedad y tienen que aportar mucho de bueno a la sociedad. Por eso también el poder político tiene que apoyar a las empresas para que sigan dando puestos de trabajo y sigan creando riqueza.
Lo que pasa es que las empresas tienen que asumir el papel de la responsabilidad social, que cada vez está más claro, el de hacer el triple balance económico social y medioambiental. Y hacerse notar. Creo que están en un momento muy importante para hacerse notar. Para decir que son parte de la sociedad y que la enriquecen, para evitar que haya personas con una imagen muy negativa de las empresas.
Aboga usted por “universalizar una democracia liberal-social”. ¿Pero cuánto de liberal y cuánto de social ha de tener esa democracia? ¿al 50%?
No es una cuestión de porcentajes. Me refiero a que defienda los derechos civiles y políticos y, en cuanto a lo social, los derechos económicos, sociales y culturales. Yo siempre escribo ‘liberal-social’ porque habitualmente se dice “hay que defender la democracia liberal”. Yo estoy de acuerdo. Pero creo que hay que defender una democracia liberal y social, es decir: que tenga en cuenta también los derechos económicos, sociales y culturales, no solo los civiles y políticos. La desafección ciudadana se produce muchas veces porque no ven defendidos estos últimos.
Las opciones se polarizan a la hora de recaudar votos con elementos que no son sustanciales, pero la sociedad española está en el centro
Se lo preguntaba porque da la impresión de que ese mix democrático no es una opción a la hora de votar, que el elector, como usted comentaba, ha de elegir entre opciones polarizadas
Es cierto. Esto ocurre porque las opciones se polarizan a la hora de recaudar votos centrándose en elementos que quizá no son sustanciales. Yo creo que España tiene un gran acuerdo, que la sociedad española se sitúa en el centro, en el ámbito de la democracia liberal-social. De hecho todas intentan acercarse a ese centro desde hace mucho tiempo. Pero a la hora de recabar votos extreman unas posiciones determinadas.
¿Se parece el Ingreso Mínimo Vital del Gobierno de España al que usted propone como “medida coyuntural para empoderar y promover la empleabilidad”?
Yo defiendo desde hace muchísimo tiempo el Ingreso Básico de Ciudadanía, que persigue que todo ciudadano, por el hecho de serlo, tenga derecho a un ingreso mínimo, a un ingreso básico. Lo que a mí no me parece oportuno es que acabemos creando ciudadanos subsidiados, porque entonces no son ciudadanos autónomos y libres, sino que están claramente ya fidelizados.
Hay quien viene alertando de una crisis y decadencia de Occidente y de los valores que lo hicieron fuerte. De ahí la crisis de la democracia liberal, de los organismos internacionales que engendró... ¿Está de acuerdo? ¿Cree que Occidente debe volver a revisar sus principios?
Yo creo que no hay una crisis de los valores de Occidente, más bien creo que estos valores se están extendiendo a otras culturas u organizaciones, o más bien que se alcanzan acuerdos universales entre todas las culturas, que cada vez nos vamos descubriendo más. Yo creo que los valores de libertad y de solidaridad no están retrocediendo como valores, sino que cada vez más se va ampliando el nivel de los valores, la igualdad etcétera. Creo que más bien están triunfando a nivel mundial.
Usted aboga por “una suerte de gobierno mundial”, un “estado cosmopolita democrático”. ¿Cómo se puede materializar este proyecto tan ambicioso en un mundo lleno de estados que ni son democráticos ni respetan la democracia?
Desde luego, se trata de un camino a medio y largo plazo. No es para pasado mañana. Hay que ir construyéndolo poco a poco. De hecho, la tradición cosmopolita tiene por lo menos 25 o 26 siglos de historia, viene de lejos, aunque no se está concretando en este estado. La idea de un gobierno mundial está ligada a la idea de que hace falta una justicia mundial. ¿Y quiénes deberían hacerla? Debería hacerse una especie de república mundial en la que todos los ciudadanos, de alguna manera, pudieran tomar parte.
Lo más básico no es tanto ahora la construcción de ese gobierno mundial como el asentamiento de una ética cosmopolita como la que defiendo en el libro. Y el punto central que tiene es que las personas tienen que ser las que decidan, las que tomen las decisiones sobre los grandes problemas que se plantean. Hay que atender a las personas y a la naturaleza ante grandes problemas como la pandemia o el cambio climático.
Son grandes problemas que se le presentan a toda la humanidad, y la cuestión es quiénes toman las decisiones para solucionarlos. Acaban siendo un grupo determinado que no tiene en cuenta a todos los afectados. El principio de la ética cosmopolita aboga por tener en cuenta a todos los afectados y a todos los niveles: local, regional, nacional, transnacional y cosmopolita. Es necesario estratificar la gobernanza hasta llegar a un gobierno mundial.
La Organización Mundial de la Salud me ha decepcionado constantemente. Porque podía haber avisado a tiempo. Tenía que haberlo hecho
La OMS, tal vez la organización ‘cosmopolita’ más relevante de esta crisis, no sale bien parada en su libro. Le afea usted que “no cumplió con su deber de avisar a tiempo”.
A mí la Organización Mundial de la Salud me ha decepcionado constantemente. Porque podía haber avisado a tiempo. Tenía que haberlo hecho. Parece bastante claro que desde diciembre de 2019 se estaba expandiendo un virus muy contagioso en China y que había datos suficientes como para que una organización mundial que debe estar justamente para este tipo de temas atendiera a la gravedad de lo que ocurría y tomara medidas al respecto. Pero no declaró la pandemia hasta el 11 de marzo. Se perdió mucho tiempo, quizá por temor a causar alarma. Pero sin alarma no hay prevención. Además, en las actuaciones posteriores tampoco han dado muestras de demasiada eficiencia. A mí me ha decepcionado enormemente.
También afea “el silencio del gobierno chino”. ¿Ha traído la pandemia un buenismo inmerecido hacia el régimen autoritario en el que se originó el virus?
Yo planteo en el libro el dilema entre seguridad y libertad. Se nos dijo que China había tenido éxito en la gestión de la pandemia y que no lo habían tenido tanto las sociedades democráticas, que el totalitarismo era más eficiente para salvar vidas. A mí esto me parece muy preocupante. Como dice la Encuesta Mundial de Valores, cada vez gana más terreno el valor de la seguridad frente al de la libertad. Queremos vivir seguros y, para conseguirlo, se ladea o se pospone la libertad.
Lo que defiendo es que las democracias son mucho más eficientes no solo para defender la libertad, sino también para defender la vida, para las dos cosas. En los gobiernos totalitarios, para empezar, no sabemos a ciencia cierta cuánta gente está muriendo o está contagiada. Nos fiamos de los datos que ofrecen sin saber cuáles son realmente. Siempre la libertad es el camino hacia la propia libertad. El totalitarismo y la opacidad siempre son letales.