Dos damas de la realeza, los minutos de gloria de Cantó y la huida de Iglesias
Del cambio de partido del actor a otra visita de la infanta al Emérito; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Leonor
La princesa de Asturias estuvo el miércoles más princesa que nunca. Se celebraba el XXX aniversario de la creación del Instituto Cervantes y la Casa del Rey, de acuerdo con el Gobierno, convino en que sería una ocasión magnífica para que Leonor se estrenara en solitario.
La heredera estuvo monísima con su vestido de flecos. Parecía que de un momento a otro se arrancaría a bailar un chachachá. Pero vayamos con la crónica costurera. El vestido de Leonor era con bastante probabilidad un vestido reciclado. En Zarzuela gustan mucho estos apaños. De hecho, las infantas Elena y Cristina heredaron mucha ropa del armario de su madre, la reina Sofía.
La cultura del aprovechamiento es una costumbre nacional. Si doña Sofi no dudaba en pedir ayuda a las costureras para arreglar los bajos de las faldas, con más razón si se trataba de actualizar los armarios de las menores. Eran horrendos vestidos de floripondios. Las cronistas compartíamos el estupor con los codazos que nos dábamos por lo bajini. Siempre había alguna que conocía la historia de la prenda y cuando la reina lo había llevado por primera o por última vez.
Por su envergadura a las infantas Elena y Cristina no les sentaban especialmente bien los vestidos floreados y ampulosos, pero eran disciplinadas y se los ponían sin rechistar. En cambio, a Leonor y Sofía les pega que protesten más. Seguro que ellas prefieren un low cost antes que un segunda mano de floripondios.
La mañana del Cervantes la princesa de Asturias recorrió el instituto acompañada de Luis García Montero (director del centro, poeta bendito) acompañada de la vicepresidenta Carmen Calvo. Leonor saludó a la concurrencia que aguardaba en la calle con un movimiento de brazo que parecía robotizado. Eran saludos tímidos y apresurados. Tanto que se confundían con gestos de despedida. “Si me queréis, irse”, como decía la coplera sentenciosa.
Ya en el interior le heredera depositó el Quijote y la Constitución en una de las Cajas de las Letras, que son como cajas de caudales donde se guardan joyas literarias en vez de dinero o piedras preciosas. La princesa se despidió con unas preguntas de su cosecha que tenían el tufillo de ser prestadas. Ya tenemos una periodista en ciernes.
Toni Cantó
Actor de origen valenciano que lleva unos años transitando por distintos partidos políticos hasta ponerse a las puertas de la Asamblea de Madrid. Acaba de celebrar el Día del Teatro entrando en el quinto puesto de la lista del PP. Es su próximo destino desde que empezara en el ámbito municipal como miembro del grupo Vecinos por Torrelodones, el pueblo donde vivía cuando entonces era actor y novio de actrices.
Con tres de ellas tuvo hijos. De Eva Cobo nació Carlota, que murió en accidente de coche cuando sólo tenía 18 años. Con Carla Hidalgo tuvo a Lucas. Y con Mar Reguera, a Violeta. En cambio, con Miguel Bosé no tuvo descendencia pero sí una complicada amistad.
Transitando por la vida y por los partidos políticos dio de bruces con el partido de Rosa Díez, que era muy mandona y UPyD se le fue de las manos. Cuando se hizo añicos en 2015. Entonces Cantó llamó a las puertas de Ciudadanos y allí volvió a encontrar la postura. Pero al paso de los años también se ha ido de Cs. Preguntado por su tendencia camaleónica ha sido así de contundente: “Yo no he cambiado, el que ha cambiado es Ciudadanos”.
Se acercan las elecciones madrileñas del 4 de mayo y las horas vuelan. Mientras, Cantó disfruta sus minutos de gloria. No hay emisora de radio ni programa televisivo que no le acusen de tránsfuga o le llamen teatrero. En un programa mañanero afín a Sánchez he visto que lo trataban como a un criminal de guerra. Y tampoco es eso. Algo de razón tendrán, aunque en estos momentos ningún partido queda fuera de la farsa.
Los que se van pretenden llevarse el escaño en la butxaca o canjearlo por un programa de la tele. Estoy pensando en Pablo Iglesias, que ha huido del Gobierno y del Congreso cediendo el liderazgo de Unidas Podemos a Yolanda Díaz. Pero no ha dicho qué piensa hacer a partir de ahora, ante el improbable supuesto de que se conforme con ser un decimal de la política madrileña. Algunos que lo conocen bien creen que se buscará la vida en la televisión. No me extrañaría que Ana Rosa Quintana le hiciera un hueco. Enfrentado a Lequio sería la bomba.
Antonio David
Antonio David Flores (familiarmente, Antonio Dá) es la contraparte del caso “Rocío Carrasco”, el culebrón de la temporada servido en las tardes y las noches de Telecinco.
No pienso echar ninguna soflama porque ya las he echado todas y porque o me gustaría alimentar el efecto boomerang que suele desencadenarse con el hartazgo, pues el culebrón amenaza con eternizarse y Antonio David parece estar ya sentenciado, a pesar de que los tribunales siempre le dieron la razón.
En el juicio que se lleva a cabo en Sálvame las cosas cambian. Ahí lo primero que te preguntan es: ¿Tú te crees a Rocío Carrasco? Y si el entrevistado quiere salvar el pellejo contestará: “Yo sí me la creo”.
A mucha gente no le gusta pronunciarse, quizás por cobardía, o quizás porque ignora algunos extremos del caso. Personalmente yo me creo a Rocío Carrasco, pero no me siento capacitada para decir en qué me la creo. Y aunque me la creyera en todo, no dejaría de sentirme incómoda. Por ejemplo: me resisto a defender que a lo largo de los años no ha tenido oportunidades de luchar, sola o en compañía de otro (el tal Fidel) por los hijos que tanto dice querer.
Por su parte Antonio David se ha ganado el desdén de todos aquellos que han seguido este abrupto proceso de divorcio. El ex guardia civil dice sentirse satisfecho de cómo han respondido sus hijos a lo largo del tiempo que han estado a su cargo. A mí me parece que la felicitación está de más.
El que fue marido de Rociíto ha estado movido por el rencor durante todos estos años pues, aun aceptando el confesado amor por sus hijos, no es menos cierto que su deseo de poseerlos, por no decir confiscarlos, anula la presunción de generosidad o desprendimiento. El odio puede con todo.
Elena de Borbón
La infanta Elena ha vuelto por tierras abudabíes. Ya no sé cuántas escapadas van. Los vuelos son todos iguales. Se hace transbordo en Dubái, que viene a ser como Venta de Baños pero actualizado y con más rascacielos. Una vez allí se cambia de medio de transporte, pongamos que se toma un taxi, y de una sola tacada te plantas en Abu Dabi.
No se puede negar que doña Elena es la niña de los ojos del Rey Emérito. Y ella mira a través de los ojos de su padre. Don Juan Carlos lleva desde agosto afincado en aquella refrigerada tierra que lucha contra un calor sofocante y donde lo más exótico que se despacha es un ascensor acristalado.
Había corrido el rumor de que Elena se había hecho acompañar por su hermana, pero la infanta Cristina no apareció, de modo que aquella llegó sola y cargada de regalos.
Hace unos días vi las imágenes de unos ancianos recién vacunados que bailaban jotas.
Estampas muy diferentes a las del año pasado por estas fechas cuando los ancianos morían solos en sus habitaciones sin que nadie acudiera a darles una mano. Quiero ver en la infanta Elena ese compasivo golpe de afecto hacia un padre condenado a la soledad, esperemos que no por mucho más tiempo.
Es la terapia del cariño. El amor de la primogénita es proporcional al de tantos españoles y españolas que penan por los padres confinados en una residencia. La infanta puede permitirse el lujo de mejorar el estado de ánimo de don Juan Carlos mediante la terapia del cariño. Por eso se presenta en vivo y en directo para ofrecerle compañía durante el fin de semana. No hay lujo comparable a la distancia corta y la distancia más corta es el beso.
Felicito a la infanta por su amor de hija. Y, a propósito, sigo pensando que habría que traer a don Juan Carlos antes de que sea demasiado tarde.