Tomás Gimeno
Hay caras que no se borran nunca. Una de ellas es la del canario Tomás Gimeno, el hombre que lanzó la vida de sus hijas Olivia (6 años) y Anna (1 año), en el fondo del océano, frente a las costas de Africa. Se le identificaba por su gesto risueño. Mucha gente decía que un hombre con esa mirada era incapaz de hacer lo que hizo.
A lo largo de un mes Olivia y Anna abrieron los telediarios de medio mundo y nos hicieron llorar. Hasta el día en que un grito roto de Beatriz Zymmermann, la madre, inspiró el himno azul de los peces y el silbido de las sirenas.
Todo empezó en día festivo. Tomas había recogido a las niñas para pasar con ellas la tarde. Parecían dos querubines. Dos niñas doradas con los mismos ojos y las mismas sonrisas que Beatriz había dado a conocer al mundo. Y entonces la luz se tornó drama. Tomás no huyó a ninguna parte. Le había a dicho a su ex mujer que nunca volvería a ver a sus hijas, y lo cumplió. El cadáver de Olivia apareció en el fondo del mar, deformado y roto como un muñeco de Mariscal. Anna, en cambio, no estaba en la bolsa en la que su padre la había depositado. La pequeña era solo un molde de agua invisible.
¿Y Tomás? Ojalá esté pudriéndose en el infierno.
Ursula von Der Leyen
Dos Úrsulas hay en mi vida. La niña de la casa, que reina en los sillones y acaricia mis sueños con sus ronroneos de gata perezosa, y la presidenta de la Comisión Europea, que fue musa del feminismo por un día cuando Erdogan la ninguneó en público.
Hoy hablo solo de la Von der Leyen porque la semana pasada apadrinó en Madrid las cuentas de lechera de Pedro Sánchez: 19.000 millones de euros, de momento, en un volquete mucho más generoso, si antes no se rompe el cántaro. Alabada sea la reina del antipopulismo que saltó a la fama precisamente por su perfil prusiano. Así que nadie podrá acusar a Iván Redondo de haberla camelado para hacernos olvidar los indultos o el “paseillo” de Sánchez con Biden.
Tan espartana como Merkel, pero sin el carisma de Merkel, Úrsula se ha convertido en una inesperada aliada del sanchismo. Que sea para bien.
Jaime de Marichalar
Cada cierto tiempo voy a una vernissage o a un evento polipijo. Lo primero que hago es ponerme de puntillas y otear el paisaje de las celebrities, a ver cómo está el patio. A veces me sale al paso la cabeza patricia de Marichalar, el giraldillo que más despunta de todo Madrid.
El papá de Froilán me echa amablemente la bronca porque no lo llamo ni hago nada por verlo. Desde que se nos fue Umbral, con quien nos juntábamos a comer arroz con bichos, parecíamos huerfanitos. Menos mal que de vez en cuando hablábamos por teléfono y nuestras voces se reconciliaban.
Le debo mucho a Jaime. Y a sus pantalones de amebas (no recuerdo cuando las popularizó, pero sí el sitio: Capri, c´est fini), a sus paseos en patinete, Serrano arriba, Serrano abajo, a los almuerzos de Maruca con sus amigas prefes: Inés Oriol, Marisa de Borbón y Leticia Espinosa de los Monteros.
La vida de Jaime cambió al separarse de la infanta y luego con la marcha del Emérito a Abu Dabi, Sin embargo, esta circunstancia no apartó a Marichalar de su ex suegro, ni de la fe monárquica.
Este año Jaime ha estrenado barba. Una barba decimonónica del último quijote caballero noble que pasea por Madrid.
Rafa Nadal
Nos ha sentado como un tiro que se retire de los torneos de verano. Ya sabemos que el manacorí no es inmortal, como no son inmortales sus muñecas articuladas, pero había que tomar una determinación y tirar para adelante. Los años son los años para todos los para aquellos que ya han rebasado la edad de Cristo, como es el caso de Rafa. De modo que no lo pensó dos veces y exhaló un enorme suspiro. Era su última oportunidad: no jugará Wimbledon ni los JJOO de Tokio.
Rafa es el hombre fuerte del tenis, pero de nada sirve creerse rey de Roma, aunque no sea el caso (el ego no es el pecado de Rafa). Hay que ser consciente de las debilidades propias. Con él sufrimos si pierde un set y no digamos ya si pierde dos. Sus pequeñas contrariedades las tomamos como propias y se convierten en un mundo. Pero Rafa Nadal es un ejemplo de su imponente capacidad de sacrificio.
En los peores momentos le hemos visto bregar como un peón incansable, pero también hemos estado pendiente por si se le desprendía un pelo del implante o se cruzaba miradas claudicantes con su su entrenador, Carlos Moyá.