Juan Carlos de Borbón
Erase una vez un príncipe llamado Juan, o Juanito, como le decían en casa. Así comienza la nueva biografía del Rey de España, titulada Mon Roi déchu (mi rey caído) y escrita por Laurence Debray, hija de Regis Debray, filósofo, guerrillero e intelectual de la camarilla de Mitterand), casado con Elizabeth Burgos, antropóloga de origen venezolano y autora de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia.
No se puede concluir que de tal palo tal astilla, pues Elizabeth no es Laurence, como Regis Debray no es Juan Carlos de Borbón, Rey de España durante cuarenta años. No levantaba dos palmos del suelo cuando se hizo monárquica con la misma naturalidad con que sus padres se hicieron guerrilleros. En un afán por neutralizar la pasión monárquica de la hija, Regis Debray arrancó de su cuarto una foto del monarca rubio, pero nunca logró borrar de su corazón el entusiasmo por el hombre que trajo la democracia a España.
El libro, que en Francia salió a la venta el pasado miércoles, está escrito en francés y centra la mirada en el último tramo de las andanzas de Juan Carlos, especialmente el tiempo comprendido entre su abdicación y la ausencia de entendimiento con su hijo, por el que pronto se sintió repudiado.
La autora de Mon roi déchu , o sea, Mi Rey (el suyo, de Laurence) caído , aprovecha el largo exilio en Abu Dabi para visitar a Juan Carlos y profundizar en algunos aspectos de su vida reciente: quienes son los amigos que le visitan, y quienes los que no le visitan, quienes los que le llaman por teléfono y quienes los que no le llaman, etc.
De la vida de Juan Carlos se pueden extraer algunas conclusiones rotundas. Por ejemplo: desea ansiosamente volver a España, pero no lo hará para no molestar a la Corona. Y es que su hijo le ha retirado la palabra. Padre e hijo no andan sobrados de amor mutuo. En el libro incluso se habla de parricidio, lo que ha asustado pavorosamente a muchos monárquicos en ejercicio.
En su día, Juan Carlos de Borbón tampoco hizo grandes proclamas de amor por su padre, el que Luís María Anson bautizó como Juan III, y al que lloró amargamente el día de su muerte.
Quien ha dedicado más manifestaciones de amor por su padre es la Infanta Elena, hija predilecta del Rey. Son tal para cual. Ambos tienen nostalgia de la tierra, de la tortilla española, SanXenxo, las mariscadas y los toros. El Rey tiene el permanente deseo de regresar a España y estar con los suyos, aunque solo sea para comer el turrón en Navidad.
Mientras, en Abu Dabi, los vecinos del Borbón intentan hacerle la vida más fácil y agradable, no en vano siempre han hecho gala de gran generosidad con sus amistades, entre las que se cuenta el Emérito.
La autora de la biografía que nos ocupa ha podido constatar que el Borbón español goza de mejor salud que meses atrás. Laurence atestigua asimismo que ha perdido peso (unos doce kilos) seguramente gracias a que sus dietas son ahora más equilibradas. Los médicos que le atienden pueden dar fe de que en la actualidad, Juan Carlos sigue un ritmo de vida muy favorecedor. El Emérito madruga, hace algo de ejercicio, no abusa de las carnes rojas y tampoco del alcohol y las grasas polisaturadas.
Hablando de médicos, a estas alturas don Juan Carlos ya ha sido informado de la muerte de José María Gil-Vernet, su urólogo de cabecera, que durante años atendió al Monarca en la clínica San José de Barcelona. Recuerdo al Rey posando para los fotógrafos cuando salía de sus revisiones médicas. Me parece estar viendo su sonrisa triunfante y la alegría del público congregado en los alrededores de la clínica. Cualquiera habría dicho que ese día le habían puesto al Rey unos huevos de oro de recambio.
Laurence Debray
Laurence mantiene buenas relaciones con el Rey desde que ella se asomó a su vida. La rotundidad con que ha calado esa afirmación ha hecho que circulara, corregida y aumentada, una versión más intensa: Juan Carlos y Laurencce mantienen relaciones. Y es verdad, aunque no del todo. No en el sentido de las que le han atribuido con señoras mallorquinas o alemanas interesadas, sino de profunda y sincera amistad.
Laurence Debray es otra cosa. Algunos no han resistido la tentación de endosarle un romance con el protagonista de sus libros, pero no hacía falta. Laurence nos recuerda a Inés de la Fressange, la modelo francesa que ejercía de amiga de Carolina de Mónaco. Es lo que tiene la educación exquisita. Laurence estudió en Cuba y en Venezuela, en París y Nueva York, en todos los sitios donde hubiera algo que aprender.
Dicen que en Sevilla Alfonso Guerra le enseñó la Transición. Y Jorge Semprún, que vivió en París antes de ser ministro socialista en España, le sugirió en cierta ocasión que escribiera un libro sobre el Rey Juan Carlos, y así fue como nació la primera biografía del Borbón, el primer éxito de un español que vino del exilio y estaba destinado a terminar en él.
Laurence soporta ya, sin merecerlas, las primeras habladurías del oficio. Sin ser Corina ni Gayá, le han caído rayos y truenos por el hecho de estar en el camino de la fama. Su marido, Emile Servan-Schreiber, ha salido al quite para defender a su pequeña aristócrata. Emile es hijo de Jean Jacques, el escritor y político que en su día triunfaría con un bestseller que dio la vuelta al mundo: Le défi américain (El desafío americano).
Esta historia tiene otras muchas historias dentro. Laurence, que cuando no había cumplido 5 años ya sabía quienes eran Che Guevara, Fidel y toda la izquierda latino americana, me recuerda a ciertas historias parisinas con nombres de amigos y amantes que vivían en la misma escalera: mismamente los Enthoven, padre e hijo, con los que Carla Bruni estaba destinada a construir un insólito culebrón; Justin Levy, la hija de Henry Levy; Aurelien, el hijo que Carla tuvo con Raphael Enthoven, hijo a su vez de Jean Paul Enthoven, el editor con el que Carla había estado relacionada anteriormente. Luego vino Sarkozy. Y Giulia. En fin. Son viejas historias parisimas que tienen muchas hojas repes.
Anabel Pantoja
La boda de Anabel Pantoja y Omar Sánchez se celebró días atrás, pero a una le da la impresión de que ya se han casado varias veces y lo han celebrado otras tantas.
Era una boda fría, no voy negarlo. El viento se colaba por las páginas de la revista y los vestidos de las invitadas volaban como si fueran cortinas. El cortejo nupcial llegó a La Graciosa, una isla pegada a Lanzarote donde suele casarse la gente que cumple determinados requisitos (pocos: no hay que ser rico).
Todos iban vestidos de blanco en cualquiera de sus modalidades: blanco roto, blanco sucio, blanco marfil, blanco hielo, blanco nuclear, blanco-blanco. Bastantes damas llevaban alpargatas para patear la arena, y algunas incluso botas, pues ya lo decía Nancy Sinatra: “Estas botas son para caminar”. Tampoco faltó un muestrario de tacones de aguja haciendo exhibición de poderío.
La Graciosa no tiene ninguna gracia, pero las bodas son frecuentes allí y todos se copian los modelos. Entre los invitados pudimos ver a Belén Esteban, Raquel Bollo, Isa Pi y su novio. La novia se cambió varias veces de vestido, y algunas que no eran la novia, también. Me dio la impresión de que entre tanta blancura de poliéster, si alguien llega a arrimar el cigarrillo, la boda sale ardiendo.
Setenta invitados, arroz de muchas clases, bebidas y música por un tubo. Lo mejor, la marcha unánime. Lo peor, el maquillaje de la novia.
La boda había sido ensayada largamente en Sálvame. Con lo que no se contaba era con el adiós de doña Ana. Hasta siempre.
Pau Gasol
Tarde o temprano, todos los deportistas cuelgan las botas y lo hacen llorando. El último deportista que no tuvo pudor en derramar unas lágrimas fue Messi, cuando dejó el Barça para marcharse al PSG (París Saint Germain).
Esta semana le tocó a Gasol, que se presentó de formal, con corte a navaja y seriedad triunfante. Para mí que el cambio de Gasol va mucho más allá que jubilarse de la pelotita. El ídolo del baloncesto aparca el deporte para convertirse en padre de familia y hombre de negocios.
Hará falta saber si se queda en Barcelona o finalmente da marcha atrás y cambia de idea. De todas formas, seguro que no abandona UNICEF. Allí tiene garantizado el sueño.
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