En este afán o manía por observar la realidad en busca de hechos que me puedan servir de estímulo para la reflexión, llevo una temporada dándome cuenta de que hay un denominador común en torno al número 1: la sonrisa de sus leales.
He observado que existen, fundamentalmente, dos momentos en los que la sonrisa aparece como un rictus facial recogido del catálogo enviado por el “jefe” para las distintas ocasiones.
En primer lugar, se da en situaciones comprometidas, sobre todo, cuando aparecen en público para dar explicaciones (o no-explicaciones) de sus “trajines” gubernamentales. Es una mueca suave que responde al formulario divulgado por sus jefes de prensa y que pretende significar o transmitir a los ciudadanos que “no pasa nada”.
Que todo se está haciendo bien y que las tropelías las cometen otros porque ellos están limpios. Es un autoconvencimiento de que los “bulos” pretenden ensuciar su imagen y nada les preocupa.
En segundo lugar, hay otro estado risueño que aparece en las “facies” de los “entregados” y mantenidos por el líder y que, tras un estado de letargo mantenido “enseñando dientes”.
Explota en una carcajada común cuando su amado número 1 termina de hablar escupiendo contra sus adversarios políticos que para él se han convertido en enemigos.
En todo este proceso gestual hay un prototipo al que imitar: el caudillo. Él, cuando se dirige a sus opositores, siempre sonríe; cuando ataca, siempre sonríe; cuando miente, siempre sonríe.
Es “la sonrisa del régimen” que se hace patente en el gobierno y sus adláteres cuando no saben o no quieren explicar nada y que siempre termina con la coletilla verbal: “y tú más”
La primera pregunta que me viene al caso es: y estos ¿de qué se ríen? Para explicar que el ahora “innombrable” se lo ha llevado crudo cuando era ministro y secretario general de su partido, no hace falta reírse.
Para explicar por qué a una persona vinculada al número 1 es nombrada directora de una cátedra sin la titulación exigida, no es necesario reírse; o que a un joven director de orquesta se le contrata en una diputación y le permite no hacer declaración de bienes en el país del que recibe su remuneración, tampoco es para reírse.
O que se recibe a una dictadora con nocturnidad y alevosía con una sospechosa valija, tampoco es de risa. Y un sinfín de malas prácticas no explicadas.
Por eso, aplicando el sentido común de un ciudadano que observa la realidad, se llega a la razonada conclusión de que lo que están haciendo es reírse de nosotros, de los ciudadanos. Otra explicación no cabe en mi cabeza, a no ser que sea un rictus de una estulticia manifiesta (lo cual no descarto).
La “sonrisa del régimen” se ha implantado de tal manera que se ha extendido a muchos ámbitos de poder o relacionados con él, llegando, incluso, a mostrarse diabólicamente en sus protagonistas al combinarla con las amenazas a los opositores, enemigos, o simplemente contrincantes.
Y este caso se ha dado esta semana en dos ocasiones, con dos ejemplos de “buenas prácticas” política o judiciales.
La primera, quién lo iba a decir, desde la tribuna del Congreso de diputados, una diputada condenada por enaltecimiento del terrorismo, a la que se le adjudican las dos portadas más vomitivas del periódico “Egin”, el llamado “Comando de papel” o vocero de ETA, se atreva a amenazar al P.P. con ilegalizarle llamándole organización criminal.
Y todo esto con una sonrisa heladora y el rictus risueño de sus socios gubernamentales. Y la segunda, nadie se lo podría imaginar, desde la Fiscalía General del Estado (= gobierno) que, con el gesto risueño del régimen, se amenace a la oposición con revelar secretos que dice conocer y que les puede comprometer. Inaudito.
Estamos en un estado “macarril”, barriobajero, propio de regímenes dictatoriales.
En este estado de cosas, lo recomendable y deseado es que desapareciera ese absurdo rictus gestual y se sustituyera, no por las lágrimas que en ningún momento deseo que aparezcan, a no ser por causas alegres, sino por la seriedad de las explicaciones y la verdad en las palabras.
Porque la otra opción es que esa sonrisa se quede helada por la acción de la imparcial justicia que a cada uno le ponga en su sitio, o por los mecanismos democráticos recogidos en la Constitución, si es que les dejan ser utilizados por los ciudadanos.
El tiempo nos dirá qué ocurre y quién se ríe el último.