Digámoslo sin medias tintas ni paños calientes: acabamos de vivir la campaña más sucia y agresiva, más banal y estéril de la democracia. Tan sucia y agresiva que parecía extraída de la noche de los tiempos de la Restauración o la Segunda República. Tan banal y estéril que no ha servido para debatir a fondo ni una sola de las amenazas y oportunidades que nos acechan.
La campaña no ha tratado de Ucrania, los Fondos Europeos, la defensa nacional, las carencias en Sanidad y Educación o los desequilibrios económicos. Sólo ha tratado de quien de los dos principales líderes tiene la nariz más larga.
Las dos partes han echado leña al fuego del encono basado en la falsificación de la realidad, pero Sánchez, quizá por su extremo estado de necesidad electoral, se ha llevado la palma. Tanto por su victimismo de salida como por sus desaforados ataques finales a Feijóo.
Nada ha desmontado tanto la denuncia de que el sanchismo era una invención de sus adversarios como el carácter caudillista de la campaña, debates incluidos. Por segunda vez en tres meses Sánchez ha jugado al sólo ante el peligro, desdibujando a todas las figuras del Gobierno y el partido, con la única excepción de un Zapatero irreconocible tanto por sus mensajes como por sus decibelios. (La mutación de Bambi en el demonio de Tasmania pasará a los anales de la evolución de las especies)
En cuanto a la presunta inquina "del noventa por ciento" de los medios y los programas de radio y televisión contra Sánchez -y aún dijo que "se quedaba corto"-, basta repasar la cobertura de la campaña que han hecho RTVE, la Sexta y especialmente la SER y El País, con un pie en la Moncloa y otro en Miguel Yuste, para darse cuenta de la dimensión de la falacia.
Por cierto, que si El País se queja -con razón- de que Feijóo no le haya dado una entrevista, supongo que también censurará que sus compadres del gabinete del presidente no se hayan ni siquiera dignado contestar a la petición homóloga de EL ESPAÑOL, siendo el nuestro el periódico más leído de España y ejerciendo la crítica siempre de forma respetuosa.
El hecho de que hace cuatro años, cuando estábamos los cuartos o los quintos en el ranking, Sánchez sí que nos concediera una entrevista durante la campaña es un baremo más del deterioro de la capacidad de interlocución con los dispares del gabinete de Moncloa, desde la salida de Iván Redondo y Félix Bolaños. Después de la reiterada práctica de filtrar a otros medios las noticias que EL ESPAÑOL trataba de contrastar, sólo quedaba por ver a todo un director del Gabinete -un "Chief of the Staff" cuyo sueldo pagamos todos- tuiteando un enlace con un medio extranjero que desenterraba por enésima vez la "foto del narco".
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Que el propio presidente del Gobierno haya terminado aireando ese ingrávido fantasma demuestra un alarmante grado de inconsistencia y falta de respeto a su propio cargo. Se trata de la imagen más escrutada, la relación más investigada y el toro más placeado de las últimas tres décadas. Que en los 28 años transcurridos desde que se tomó la foto ni los sabuesos de Felipe o Zapatero, ni el CNI de Soraya, ni los adversarios gallegos de Feijóo hayan descubierto nada relevante y menos aun embarazoso para el hoy líder del PP, pone en evidencia a quienes han vuelto a desempolvarla.
He aquí la prueba definitiva del error estratégico y la frustración de quienes primero minusvaloraron a Feijóo y luego no han sido capaces de encajar que ganara con claridad el debate. El recurso a la moviola para detectar cuantas "mentiras" profirió el aspirante no deja de ser una excusa de mal pagador, enseguida compensada con los once folios de supuestas falacias presidenciales que movió el PP.
Escuchar a los ministros y ministras repetir como un disco rayado que Feijóo es un "mentiroso compulsivo" produce vergüenza ajena. Pero también me ocurre lo mismo cuando a Sánchez se le niega todo beneficio de la duda en cuanto a la motivación de sus bandazos políticos.
"Una cosa es que Sánchez merezca una severa crítica por blanquear a Bildu y otra que se le pueda asociar con un asesino repugnante"
Los electores en su conjunto merecemos mayor respeto. En definitiva, es al público al que le salpican las bolas de estiércol que, con mayor o menor puntería, han volado estas semanas lamentables sobre el campo de batalla.
Además, me parece mucho más acorde con la verdad admitir que Feijóo incurrió en errores e inexactitudes sobre la revalorización de las pensiones y el archivo del caso Pegasus. O que Sánchez cambió, en efecto, de posición política cuando, forzado por la aritmética electoral y la cerrazón del PP de Casado, metió en el Gobierno a aquellos que le quitaban el sueño y terminó indultando a los cómplices del que prometió traer preso.
[Este es el origen de las fotos de Feijóo con el narcotraficante gallego Marcial Dorado]
Lo mismo que Felipe González hizo con la OTAN, Aznar con la reforma del poder judicial, Zapatero con la congelación de las pensiones o Rajoy con la subida de impuestos. Sin el "rebus sic stantibus" que relativiza todo compromiso y lo remite a la evolución de las circunstancias, no habría política.
El momento clave en el que Feijóo podía haber roto la dinámica cainita de la campaña fue cuando Sánchez le pidió que desautorizara la consigna del "que te vote Txapote" y no lo hizo. Hubiera sido noble por su parte, habida cuenta del encono que ha tenido que soportar, pero en un mundo de lobos la limpieza de corazón también recibe dividendos. Una cosa es que Sánchez merezca una severa crítica por blanquear políticamente a Bildu, cuando sigue liderada por Otegi, y otra que se le pueda asociar con un asesino repugnante que por cierto no ha votado a nadie porque sigue estando en guerra contra todos.
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Hecha esta salvedad, y más allá de algunos otros excesos retóricos, es digno de encomio que Feijóo haya contrapuesto a la dinámica tensión-polarización-movilización que han practicado Sánchez y Yolanda Díaz una oferta permanente de transversalidad.
Esa actitud, plasmada en el documento que firmó ante las cámaras y ofreció en vano a Sánchez, es de hecho el único rail a la esperanza que deja abierta la campaña.
Es cierto, como dijo el presidente, que Feijóo se "avergüenza" de lo que hace y dice Abascal. En su entrevista en EL ESPAÑOL lo reconoció con claridad comedida: "Vox no es un buen socio… provocaría tensiones innecesarias… sus ideólogos me producen intranquilidad".
¿Por qué su partido gobierna entonces con ellos en Castilla-León, Valencia y Extremadura? Pues por la misma razón por la que Sánchez pactó con Podemos y aún hoy sigue manteniendo a Irene Montero como ministra. La diferencia es que el presidente reivindica, desafiante, sus pactos con los extremistas a pesar de que han ocasionado muchos más desmanes de los que hasta la fecha ha tenido tiempo y oportunidad de cometer Vox.
"A la vez que Sánchez lo 'apostaba todo al rojo', Feijóo se comprometía por enésima vez en A Coruña a llamar al PSOE para 'romper los bloques'"
En el cierre de campaña en Getafe, con una pasión política tan encomiable como digna de mejor causa, Sánchez lanzó una inequívoca consigna: "¡Apostemos todo al rojo!". Frente a esa España inexorablemente dividida otra vez entre rojos y azules que antes o después entraría en fase de ciclogénesis explosiva, Feijóo ha dado sobradas muestras de que no quiere gobernar con Vox. Tanto pactando con otros partidos en Cantabria y Canarias, como negándose a darles entrada en Baleares, Aragón y Murcia, donde le bastaría con su abstención.
Feijóo nunca comparecerá con Abascal como si se tratara de un mismo cuerpo con dos cabezas como hicieron el miércoles Sánchez y Yolanda, perjudicando por cierto la capacidad de captar votantes en sus respectivos márgenes. Feijóo dice que se siente más cerca de Page, igual que su posible vicepresidenta Cuca Gamarra declaró a Lorena Maldonado que se sentía más lejos de Vox que del PSOE.
Por eso, casi a la vez que Sánchez lo "apostaba todo al rojo", Feijóo se comprometía por enésima vez en A Coruña a llamar al PSOE para "romper los bloques" y sustituir las "coaliciones de partidos" por "pactos de Estado". Eso va a suceder cualquiera que sea el resultado de esta noche y por lo tanto Sánchez tendrá que atender esa llamada.
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En el caso, que sólo Tezanos predice, de que el PSOE ganara las elecciones, podría contar con la abstención del PP para no tener que depender de los extremistas y separatistas. Eso facilitaría mucho la investidura, pero está por ver que Sánchez aceptara esa colaboración.
En los demás supuestos nos encontraríamos con un escenario político sin precedentes: Feijóo habría ganado las elecciones, pero sería Sánchez quien tendría la capacidad de decidir el rumbo político resultante.
En el caso de que el PP y Vox sumen más de 175 escaños, dependería de Sánchez que Feijóo pudiera gobernar en solitario, matizando su programa con esos "pactos de Estado" a los que apela. Si, como dice ahora, el líder del PSOE siguiera cerrando esa puerta, entonces Feijóo no tendría otro remedio que negociar con Vox un acuerdo de investidura, un pacto de legislatura o un gobierno de coalición, según cual sea la correlación de fuerzas entre ellos.
Pero también cabría, a juzgar por los últimos trackings, que los dos partidos de oposición se quedaran a las puertas de esa mayoría absoluta. La llamada de Feijóo a Sánchez seguiría produciéndose, pero su propósito no sería tanto liberarle de pactar con Vox como evitar el bloqueo de lo que los ingleses llaman un "hung parliament" -un parlamento colgado- y la repetición de elecciones.
"Sería una calamidad que quienes propugnan el aislamiento de Vox terminaran contribuyendo, por vía de denegación de auxilio a Feijóo, a su entrada en el Gobierno"
Sería el peor de todos los escenarios, pues implicaría que por tercera vez consecutiva unos comicios generales ordinarios habrían resultado estériles para la gobernación de nuestro país. Las normas legales vigentes y la cultura política refractaria a los grandes pactos concurrirían de nuevo en tan frustrante desenlace.
Sánchez se comprometió hace cuatro años -cuando el bloqueo le perjudicaba- a promover la reforma del artículo 99 de la Constitución de forma que, cuando no haya mayoría alternativa, sea investido el más votado, tal y como ya ocurre en Asturias o el País Vasco. Ya que este asunto ni siquiera ha sido abordado -¿cómo hubiera podido hacerse en un marco de total falta de diálogo tanto con Casado como con Feijóo?-, a Sánchez sólo le quedaría la opción de volver a cambiar de conducta y abrirse a la negociación con el PP.
[Editorial: Lo más conveniente para España: que gane Feijóo y pacte con el PSOE]
Una negociación con diferente intensidad y contenido, según cada uno de los escenarios descritos. Pero en todo caso una negociación hasta tal punto ineludible entre los dos grandes partidos constitucionales que Sánchez tendría la obligación moral de echarse a un lado si, por la razón que fuera, no estuviera dispuesto a abordarla. Incluso si decidiera no decidir, estaría por lo tanto decidiendo.
En el momento de escribir estas líneas, los últimos tracking dignos de más fiabilidad concuerdan con el cálculo de Kiko Llaneras: hay un 55% de probabilidades de que la suma de PP y Vox supere ajustadamente los 176 escaños de la mayoría absoluta. Si esto se materializara, sería una gran calamidad para España que los mismos que propugnan el aislamiento de la extrema derecha terminaran contribuyendo, por vía de denegación de auxilio a Feijóo, a su entrada en el Gobierno.
Lo ocurrido el pasado miércoles, cuando Sánchez y Yolanda Díaz regalaron a Abascal hora y media de protagonismo en la televisión pública, con tal de poner en aprietos a Feijóo, no invita al optimismo. Pero cada vez que se abren las urnas con un nuevo reparto de cartas comienza, o así debería ser, el primer día del resto de nuestra vida política. Ojalá sea más luminoso que casi todos los de la última década y media.