El Gobierno en funciones y sus aguerridos corifeos presentan como episodios contradictorios que Abascal se haya avenido a apoyar gratis la investidura de Feijóo —reproduciendo la estrategia de Otegi en relación a Sánchez— y que Espinosa de los Monteros haya renunciado a la portavocía, al escaño y a la política, dando por perdido su pulso con el sector más ultra de Vox.

Sin embargo, son las dos caras de una misma moneda. Dos manifestaciones complementarias no ya del fracaso, sino de la absoluta inviabilidad del proyecto de Vox como base o embrión de una alternativa política en España. Dos síntomas de un cataclismo electoral, convertido en el que será el legado estructural más importante del 23-J cuando se celebren nuevas elecciones.

Aunque "sólo" haya bajado de 52 a 33 escaños y no a 10 como le ocurrió a Ciudadanos en noviembre del 19, Vox ha quedado tan visto para sentencia como lo estuvo desde hace cuatro años el partido de Albert Rivera. De hecho, mientras el PP de Casado le sacaba 37 escaños a Vox, el de Feijóo le saca hoy 105 escaños. O lo que es lo mismo, el Grupo Popular más que cuadriplica al de Vox.

Eso significa que cualquier fantasía de sorpasso en el ámbito de la derecha, a lo Marine Le Pen o a lo Giorgia Meloni, se ha desvanecido para siempre. Sobre todo, una vez que no sólo ha quedado acreditada la incapacidad de los dirigentes de Vox para ofrecer algún fruto político a sus votantes —ya ni siquiera podrán presentar mociones de censura o recursos ante el TC—, sino que además toda España sabe que han ejercido de tontos útiles al servicio del mismo Pedro Sánchez al que no dejaban de insultar.

Ha sido la política de brocha gorda de Abascal, de sus ideólogos integristas y de sus candidatos estrafalarios la que ha permitido a Sánchez salvar el pellejo e intentar dar vida a su más difícil todavía, alias Frankenstein II. La meritoria tenacidad del líder socialista y los graves errores del PP en sus pactos autonómicos han coadyuvado a esta situación. Pero sin el repelente espantapájaros de Vox, erigido en caricatura de sí mismo, Sánchez estaría ya hoy haciendo las maletas.

La equiparación de su actitud ante la investidura con la de Bildu no es moral sino estratégica. Otegi tiene que hacerse perdonar su pasado terrorista; Abascal su presente como eficaz colaborador involuntario del sanchismo. Cuando en la práctica va a ser el artífice indirecto de la muy posible investidura de Sánchez, lo único que le faltaba ahora es ponerle precio a la mucho más remota opción de Feijóo.

Si Abascal no hubiera exigido durante la campaña esas poltronas —vicepresidencia incluida— que ahora no se atrevería a reclamar sin que se le cayera la cara de vergüenza, el cambio político se habría consumado holgadamente. Al votar sin condiciones a favor de Feijóo cuando probablemente ya no sirva de nada, el líder de Vox sólo busca que se olvide que ató una piedra al cuello del candidato del PP en los días decisivos en que España se jugaba su destino y decantó el desenlace con sus baladronadas sobre la supresión de la autonomía catalana.

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Hasta el propio Abascal se da cuenta de que su partido se ha convertido hoy en una rémora para los que están dispuestos a defender a la España constitucional contra el chantaje al que los separatistas han quedado en condiciones de someter a Sánchez. Gran parte de los votantes de Vox también se han dado cuenta y sólo queda por ver —o mejor dicho, por oír— si los aprendices de brujos que en la retorta de su imaginación calenturienta y su vocinglería demagógica concibieron que podía existir un partido a la vez liberal y de extrema derecha, piden al menos perdón por todo el daño causado. No había otro precedente que el de Anastasio Somoza y su "Partido Liberal Nacionalista", pero ahí estuvieron durante años insultando cada mañana a los dirigentes moderados del PP, en beneficio de sus ahora desmandadas criaturas.

El sueño interesado de la sinrazón ha producido estos monstruos. Espinosa de los Monteros a menudo no parecía de Vox y por eso ha perdido el envite. Se dejaba arrastrar por el radicalismo ideológico, pero no por sus ademanes, cuando, como se ha visto, la verdadera sustancia de Vox es la gesticulación, la pose, la performance, la provocación.

Abascal ha terminado haciendo de eso su negocio. Era natural que se fuera rodeando de falangistas irredentos, turbios integristas católicos y hasta un émulo de Cándido Nocedal. Alguien ha escrito estos días que un partido no puede convertirse en una secta, cuando lo que esta experiencia demuestra es que una secta jamás cuajará como partido.

"Si se repiten las elecciones este invierno, Vox se quedará con no más de quince escaños"

Hasta hoy Vox ha sido un problema para Feijóo y un chollo para Sánchez. Ahora se están invirtiendo las tornas. Cuanto más pesen los Buxadé, Hoces, Garriga, Méndez Monasterio o Mariscal, más rápido será su declive. Si se repiten las elecciones este invierno, Vox se quedará con no más de quince escaños; si Sánchez es investido y gobierna durante uno o dos años, no pasará de diez; si los comicios se retrasan algo más, los cinco de Podemos serán su referencia. 

Tanto los que ahora han quedado marginados por su sedicente "liberalismo" como los menos impresentables e ineptos de los que se han enganchado a algún vagón de ese poder autonómico que proponen abolir, terminaran engullidos por ósmosis en el PP. Los demás volverán a vagar en el éter de la democracia orgánica y la "revolución pendiente". Veremos si Abascal termina con su abrótano macho en la trinchera mediática como Iglesias o arrastrado en el papel cuché como Rivera.

En todo caso, Vox ha empezado a ser un muerto viviente y no habrá quien lo reviva. Sánchez no puede dejar de tomar nota de que esta ha sido la primera y última vez que estos fantoches le ayudarán a salvar los muebles.

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El presidente en funciones verá lo que hace, pero cada día que pasa sin hablar con Feijóo —y es obvio que no lo hará hasta que los hechos consumados conviertan en inútil el encuentro— sigue adentrándose en un oscuro túnel sin salida. Cristina de la Hoz ha escrito que Puigdemont ha comentado a su entorno que Sánchez tendrá que "mear sangre" si quiere ser investido con los votos de Junts. Y, en efecto, si lo que el prófugo, al que el líder del PSOE prometió traer preso, le pide para empezar a hablar es la amnistía y un calendario para la autodeterminación, casi le traería más cuenta negociar con el descuartizador de Tailandia.

Si se parara a reflexionar sobre la abrumadora impopularidad que le depararía en el conjunto de España el mero planteamiento de una amnistía a quienes trataron de destruir el orden democrático por medios delictivos hace apenas un lustro, seguro que Sánchez se lo pensaría dos veces. No sólo chocaría con la legalidad constitucional —que también— sino sobre todo con la moralidad pública. Amnistía viene de amnesia, algo que el paladín de la Memoria Democrática no puede pretender imponer al conjunto de los españoles y menos con el objetivo de que el único recordado sea él.

Si los indultos a los ya juzgados y condenados, junto a la eliminación de la sedición y la rebaja de la malversación, costaron al PSOE gran parte de su poder autonómico y dejaron a Sánchez al borde del K.O., no es difícil imaginar el desgaste irreversible que tanto al líder como al partido les ocasionaría la compra de los votos de Puigdemont con la moneda de la amnistía. Lo que viviríamos sería la autodestrucción del PSOE, siguiendo el ejemplo de lo ocurrido en Francia y en Italia.

"Sánchez se ha quedado sin margen para hacer creer a Puigdemont que el TC estaría dispuesto a tumbar la orden de Llarena"

Las escaramuzas previas a la constitución de las Cortes ya auguran esa deriva. Me parece inaudito que ningún portavoz del Gobierno o el partido haya salido en defensa de Meritxell Batet, cuando ha sido forzada a renunciar a seguir presidiendo el Congreso por una campaña de insidias separatistas, presentándola como la ultriz vengativa de un cuento feérico, solo porque aplicó la ley que le obligaba a suspender a los diputados que estaban en prisión preventiva.

Y también es muy significativo que la prudente decisión de la Sala de Vacaciones del TC, denegando la suspensión cautelarísima de la orden de detención de Puigdemont para evitar un golpe de efecto del fugado, si se presentara en España con un recurso de amparo pendiente de tramitación, haya desatado una nueva tormenta contra los "jueces conservadores" que torpedean a la "coalición progresista".

[El PSOE negocia con los separatistas una Mesa dispuesta a tramitar la ley de amnistía]

Sobre todo, cuando ni la magistrada recién extraída de la Moncloa que votó en contra, ni el fiscal que se apresuró a recurrir con celeridad sin precedentes, como si estuviera siendo vulnerado un derecho fundamental, ni la otra magistrada de izquierdas que ha criticado a sus compañeros, ni la propia Margarita Robles al poner el foco en lo procedimental, han expresado la menor discrepancia sobre el fondo del asunto. 

¿Acaso les molesta que Sánchez se haya quedado sin margen para hacer creer a Puigdemont, durante la negociación de la Mesa de las Cortes, que el TC estaría dispuesto a tumbar la orden de Llarena, justo cuando acaba de obtener el decisivo aval de la justicia europea?

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Como ha augurado Page, seguir por este camino convertirá primero la investidura y luego la gobernabilidad en "una montaña rusa", con el vehículo siempre a punto de derrapar. Con la particularidad de que, a juzgar por estos últimos acontecimientos, cada vez le va a resultar más difícil a Sánchez utilizar a Vox "como coartada para blanquear a otros extremismos". Y, ojo, que quien lo dice es el líder de una federación socialista con más escaños en el Congreso —ocho— que cualquiera de los cinco partidos separatistas con los que pretende asociarse Sánchez.

¿Qué puede hacer un tenor cuando descubre que se va quedando sin voz? El último gran divo al que le pasó fue el mejicano Rolando Villazón hace ya más de una década, cuando formaba pareja artística y sentimental con Anna Netrebko. Su compañero peruano Juan Diego Flórez le dio entonces un consejo: "No se deben hacer demasiados roles a la vez". Al final tuvo que pasar por el quirófano para operarse del quiste que iba creciendo en sus cuerdas vocales. No volvió a ser el que era, pero ahí sigue.

"Por mucho que se empeñe en reclamar que se reconozca su victoria del 23-J, la realidad es que Feijoo sólo ha logrado encabezar la lista más votada"

Sánchez tenía ya dos quistes —Esquerra y Bildu— y ahora le ha brotado un tercero más virulento —Puigdemont—, lo que le obligará a diversificar aun más sus "roles" como defensor de la España constitucional y a la vez cómplice de quienes no van a cejar hasta destruirla, como paladín de la justicia social y a la vez protector de los intereses egoístas de la burguesía vasca y catalana, como dudoso cumplidor de los compromisos adquiridos con Bruselas —por eso quiere irse Calviño— y a la vez rehén de nuevas promesas de gasto. Antes o después, sólo le quedará el quirófano y eso le obligará a entenderse, le guste o no, con Feijóo.

Nunca va a estar en mejor situación que ahora porque, por mucho que se empeñe el PP en reclamar que se reconozca su victoria del 23-J, la realidad es que Feijoo sólo ha logrado encabezar la lista más votada. Algo en sí mismo tan estéril como lo ha sido para Vara o Xavier Trías o lo fue para Ángel Gabilondo o Jaume Matas

Por su parte, Sánchez puede ganar la investidura tras haber perdido en las urnas. Será legítimo, pero también efímero y necesariamente letal. Y el deceso se aproximará de forma inexorable a medida que siga quedándose sin Vox.

Es inaudito, es irracional, es una tara de nuestra cultura política que los líderes del PSOE y el PP no sean conscientes de que ninguno de los dos podrá erigirse en triunfador hasta que obtenga del otro lo que le falta a él. Yo no dejaré de repetirlo.