Es curioso cómo al cabo del tiempo sigue hablándose de la tesis doctoral del presidente. O sea, de las incógnitas que la rodearon.

En primer lugar, de cómo pudo compatibilizar durante varios años una dedicación académica tan exigente con la intensa actividad política que ya desarrollaba. Sobre todo, tratándose de un hombre mucho más interesado por el deporte que por los libros.

"Es imposible que sacara tiempo para todo, aunque no comiera, ni bebiera, ni durmiera", comenta un prestigioso profesor universitario, analizando su currículo.

Pedro Sánchez, en su proceso de transformación en Xi Jinping

Pedro Sánchez, en su proceso de transformación en Xi Jinping Javier Muñoz

Por otra parte, está el hecho de que la tesis doctoral se mantuviera celosamente oculta al público hasta hace pocos años. Y que cuando varios medios de comunicación consiguieron hacerse con ella, desataran la irritación del presidente.

Lo que siguió fue "un mordaz análisis sobre su calidad y sus fuentes por parte de académicos independientes que expresaron su temor a ser identificados". A su entender, el autor no habría leído la mayoría del centenar y pico de obras que citaba.

De hecho, "un análisis crítico del documento dio peso a las sospechas de que la 'ayuda' que el autor había recibido por parte de terceros iba mucho más allá de la que suele obtener un graduado normal".

Sánchez ya tiene algo más de lo que hablar con Xi cuando esta semana le visite en Beijing por segunda vez en menos de año y medio

Y encima, "su razonamiento era banal y sus conclusiones irrelevantes". Para colmo, "expertos literarios descubrieron que gran parte de las 161 páginas de disertación carecían de originalidad y se limitaban a combinar extractos de informes gubernamentales con traducciones de libros extranjeros".

La conclusión era clara: "Todo sugería que la tesis había sido preparada por un grupo de trabajo y rematada por el autor".

Que con posterioridad se haya producido el nombramiento para cargos públicos o semipúblicos de varias de las personas que dieron lustre e impulso a esa tesis, ha contribuido a reavivar la polémica. Naturalmente, entre susurros temerosos del alto poder del afectado.

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Aunque tanto esta historia en su conjunto como muchos de sus detalles les resulten muy familiares a los lectores españoles, debo aclarar que estoy refiriéndome al doctorado que la universidad Tsinghua de Beijing concedió en 2002 a un prometedor gobernador de la remota provincia de Fujian por su tesis Un estudio tentativo de la marketización de la China rural.

El prometedor gobernador se llamaba Xi Jinping y todas las citas de los párrafos anteriores proceden de la biografía no autorizada The Red Emperor, recién publicada por el periodista Michael Sheridan.

Quien se lo iba a decir a Sánchez antes de despegar de Madrid. Ya tiene algo más de lo que hablar con Xi cuando esta semana le visite en Beijing por segunda vez en menos de año y medio. Caramba con lo de tu tesis... Pues anda que lo de la tuya... Seguro que ambos desconocían este paralelismo biográfico que les hará sentirse más próximos.

Los últimos derechos de autor generados por Sánchez fueron de 42.000 euros; los de Xi Jinping superan los 150 millones de dólares.

Es verdad que, a partir de las polémicas sobre los respectivos doctorados, sus caminos se bifurcan en cuanto a producción literaria. Sánchez sólo ha publicado dos libros –Manual de Resistencia yTierra Firme-, escritos en realidad por Irene Lozano, mientras son ya 140 los volúmenes con todo tipo de textos, agrupados bajo el título de El pensamiento de Xi Jinping, que copan los estantes de las librerías chinas.

Correlativamente, los últimos derechos de autor generados por Sánchez fueron de 42.000 euros y los de Xi Jinping superan los 150 millones de dólares. Por algo la población de China es 31 veces mayor que la de España y en nuestro país ni los funcionarios ni los estudiantes están todavía obligados a comprar los tochos del presidente.

Ironías al margen sobre su 'bibliografía fake', no son esos los lazos que están generando la singular sintonía fraguada entre Sánchez y Xi. Este será su cuarto encuentro -amén de una larga conversación telefónica- desde que Sánchez llegara hace seis años a Moncloa. Si exceptuamos el idilio de Aznar con su aliado Bush, en medio siglo de democracia nunca un jefe del Gobierno español había visitado dos veces una superpotencia con un intervalo tan corto.

Zapatero también cortejó al reformista Hu Jintao -expulsado del último Congreso del Partido mientras se televisaba en directo- y sigue siendo el gran lobista de las relaciones hispano-chinas ante la creciente intranquilidad de los expertos internacionales del PSOE. Pero el antecedente que más viene al caso es el fervor con que Felipe González escuchó en 1985 de labios de Deng Xiaoping su famoso eslogan "gato blanco, gato negro, qué más da, lo importante es que cace ratones".

Era la época en la que el primer presidente socialista de la democracia alababa también el "decisionismo" de Bettino Craxi y tal vez por eso se tomó tan al pie de la letra lo de "cazar ratones", montando una banda terrorista desde su gobierno.

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De momento Sánchez se ha mostrado más modesto en sus pretensiones, limitándose a "cazar investiduras". Pero ha exhibido el mismo pragmatismo sin escrúpulos respecto a las condiciones y concesiones de esos tratos.

A falta de "gatos blancos", coherentes con la trayectoria y valores del PSOE, no ha dudado en recurrir a "gatos negros" como los indultos a golpistas no arrepentidos, los cambios del Código Penal para favorecerles, los beneficios a presos etarras, la amnistía y por último el concierto económico catalán. Lo único "importante" era traer los "ratones" de los votos de Junts, Esquerra, el PNV y Bildu entre las garras.

Es lógico que quien demuestra tal falta de miramientos para llegar al poder y conservarlo no tenga ninguna restricción moral -o más bien se sienta como pez en el agua- al practicar la real politik de unas relaciones internacionales en la que los principios quedan desplazados por los intereses. Erdogan, Muhamed Bin Salman, Xi Jinping... "qué más da". Lo importante es "cazar" inversiones e influencia global.

El Documento Número Nueve establecía la hoja de ruta de Xi. En él demonizaba los elementos antrópicos que han incorporado las sucesivas generaciones al concepto mismo de civilización.

No está de más recordarle, sin embargo, a Sánchez que este Xi Jinping, al que volverá a escuchar con fruición en Beijing, estableció su hoja de ruta política nada más llegar al poder en 2012 a través del llamado Documento Número Nueve. Un texto confidencial del Partido Comunista Chino que la indómita periodista Gao Yu -por cuya libertad clamamos los 90 los miembros de una misión internacional en Beijing- filtró a la prensa extranjera. Esa filtración le deparó una nueva condena a siete años de prisión, pero sirvió para abrir los ojos del mundo.

El Documento Número Nueve establecía los "siete peligros" que el nuevo hombre fuerte chino se comprometía a conjurar. El primero era la "democracia constitucional occidental" en la medida en que incluía riesgos del calibre de la "separación de poderes", la "independencia judicial", el "pluripartidismo" y las "elecciones generales".

El segundo era la promoción de unos "valores universales", preeminentes sobre los del Partido Comunista Chino. El tercero, muy en línea con el anterior, era el desarrollo de una "sociedad civil", basada en el respeto al pluralismo.

El cuarto peligro era la promoción del "neoliberalismo" a través de las privatizaciones y la primacía del mercado. El quinto, la "idea occidental del periodismo", en detrimento del principio chino de que los medios de comunicación deben estar "al servicio del partido".

El sexto peligro era el "nihilismo histórico" en la medida en que ponía en duda el papel del Partido Comunista Chino. Y el séptimo el mero "cuestionamiento de la naturaleza aperturista y reformista del socialismo chino".

Se trataba pues de la demonización de todos los elementos antrópicos que desde la antigua Grecia hasta nuestros días han ido incorporando las sucesivas generaciones al concepto mismo de civilización.

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Sobre estos cimientos, Xi desarrolló su proyecto destinado al "rejuvenecimiento de la raza china" y a la perpetuación de su poder dictatorial. Para ello depuró los cuadros del gobierno, el partido y el ejército de docenas de miles de rivales, corruptos o no; impulsó el desarrollo tecnológico al servicio de un férreo Estado policial; protegió las redes sociales con el cortafuegos de la censura; invirtió cientos de miles de millones en gasto militar a un ritmo incremental del 7% anual; estranguló brutalmente la disidencia en Hong Kong; subyugó a tibetanos y a uigures; aprovechó el confinamiento de la Covid para controlar a cada ciudadano por sus datos; alentó el nacionalismo imperialista que pretende engullir a Taiwan y cambió los estatutos del partido para poder ser reelegido de por vida.

Por mucho que deteste cualquier capitalismo que no sea el del Estado, Xi Jinping es hoy -por ceñirnos a la nomenclatura del último libro de Anne Applebaum- el Consejero Delegado y primer accionista del megaholding global 'Autocracy Incorporated'.

Xi va ganando la batalla de la penetración comercial gracias a la inversión masiva en tecnología, las subvenciones del Estado a la exportación y su modelo social autoritario.

Sin su decisivo apoyo, como gran Padrino de las mafias políticas que dominan las dictaduras del más diverso pelaje, ni Putin podría seguir trepanando Ucrania y eludir las sanciones económicas, ni la teocracia iraní tendría las espaldas cubiertas al impulsar el terrorismo más sanguinario en Oriente Medio, ni Maduro podría desafiar a la comunidad internacional autoproclamándose vencedor de las elecciones que perdió, ni tantas dictaduras africanas podrían seguir oprimiendo a sus ciudadanos.

Entre tanto, Xi va ganando también la batalla silenciosa de la penetración comercial gracias a la inversión masiva en tecnología, las subvenciones del Estado a la exportación -ya se trate de vehículos eléctricos, microchips o acero- y su modelo social autoritario. Aunque el visionario fundador de Alibabá, Jack Ma, cayera en desgracia -como les ocurrió a los oligarcas rusos con Putin-, su propuesta laboral de doce horas al día y seis días por semana impregna la cultura china.

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El mismo 30 de marzo del año pasado en que Sánchez efectuaba su primera visita en Beijing a Xi, la presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen proponía en un discurso en Bruselas no el desacoplamiento –"decoupling"-, pero sí la eliminación de riesgos –"de-risking"- en las desequilibradas relaciones de la UE con China. Su advertencia era clara: ¡ay de las democracias liberales europeas si les ocurre con los suministros y la tecnología china lo mismo que les ha ocurrido con la energía rusa!

Aunque gran parte de las estrategias para ese de-risking aún no han pasado del papel a la realidad, en el último año se ha producido un cambio de tendencia a la baja en las importaciones europeas de productos chinos.

En paralelo, los Estados Unidos han enfocado sus restricciones hacia un número limitado de productos, pero de forma draconiana ("small yard, high fence"). Se supone que ese "corralito con verjas muy altas" caracterizaría también la política de Kamala Harris, frente a los aranceles indiscriminados prometidos por Trump.

La economía china, con su inmenso mercado y fuerte músculo inversor, sigue siendo el oscuro objeto de deseo de cualquier operador político.

Este es el escenario en el que Sánchez vuelve a Beijing. Bruselas no va a desaprobar su viaje como ocurrió con el de Orban, pero lo seguirá con lupa. A pesar de sus graves achaques a la soviética, la economía china, con su inmenso mercado y fuerte músculo inversor, sigue siendo el oscuro objeto de deseo de cualquier operador político. Juanma Moreno y Lobato han sido los últimos españoles en probar allí fortuna.

Al insistir en la jugada, Sánchez proyecta una vez más su audacia en el tablero global. El peligro estriba en que, a base de acercarse tanto a Xi Jinping, sus sueños húmedos incluyan la emulación de su forma de neutralizar a sus opositores, amordazar a la prensa, manipular las redes sociales o castigar a sus exministros bajo sospecha.

Yo que Ábalos me fijaría bien en la suerte que han corrido recientemente el extitular de Defensa Li Shangfu o el extitular de Exteriores Qin Gang, atrapados en tramas de corrupción y escándalos amorosos. Por algo los emperadores más crueles eran los que más prestigio tenían en la antigua China.