Estamos en 2005. En el cuarto día de la crisis humanitaria de Nueva Orleans. Un helicóptero está a punto de aterrizar en el tejado del Hospital Memorial para evacuar a sus pacientes graves, aunque no a los críticos, marcados ya por el triaje. Esos morirán allí.
Alrededor, todo es devastación, sufrimiento y terror. Primero llegó el Katrina con su temporal inclemente y sus arrasadores vientos huracanados. Luego se rompieron los diques y la corriente lo anegó todo.
No hay luz, no hay agua, no hay comida. Tampoco en el hospital. En el exterior impera el pillaje. Al menos estos pobres enfermos exhaustos van a poder salir del infierno, a través del helipuerto.
Sin embargo, cuando el moscardón con hélices está a menos de cien metros del helipuerto algo perturba su aproximación y se ve obligado a rebotar cambiando de rumbo. Es el vuelo rasante del 'Air Force One' desde el que George W. Bush realiza su "visita de observación" a Nueva Orleans sin necesidad de tocar tierra.
"Es comprensible que la gente quiera todo resuelto para ayer…", ha dicho el presidente en televisión, insensible y sarcástico.
"¿Quién está al mando?", pregunta la enfermera jefa al funcionario que le dice que tendrá que decidir los que se salvarán y los que no. "Nadie está al mando", responde él. Ni el gobierno de Nueva Orleans, ni el de Luisiana, ni el de los Estados Unidos.
Vean 'Five Days at Memorial', escuchen el huracán, contemplen la tormenta, mójense en la letal riada. Aunque sea sólo una serie "basada en hechos reales"
Hay un órgano de coordinación, la Federal Emergency Management Agency (FEMA), cuyo acrónimo aparece pintado en las paredes junto a la palabra "Fuck". A la mierda.
Cuando todo se va a la mierda el último recurso es el de la doctora que, abandonada por el helicóptero, le hace al avión presidencial una monumental peineta.
Quien vea la reconstrucción de esos hechos a través de la serie Five Days at Memorial, traducida como 'Después del huracán', entenderá mejor lo que ha venido ocurriendo en Estados Unidos durante las últimas dos décadas, lo que lleva camino de ocurrir esta semana y el peligro de contagio que amenaza a países como España.
Escuchen el huracán, contemplen la tormenta, mójense en la letal riada. Aunque sea sólo una serie "basada en hechos reales".
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Estamos en 2024 camino ya de 2025. El miércoles por la mañana gran parte de las provincias de Valencia y Albacete amanecieron rebozadas de agua y fango. Teñidas de esa variante sucia del celadón de las cerámicas chinas que se superpone a la luz del cielo y el mar cuando se desencadenan las tragedias. Y del vientre de esa desolación brotaban entre el limo las primeras docenas de cadáveres.
Nadie podía eludir sentirse interpelado. Hacerse preguntas existenciales como las de Voltaire y Rousseau tras el Terremoto de Lisboa.
O reflexiones prácticas sobre el efecto amplificador que el cambio climático está insuflando de forma creciente a los desastres naturales. Y sobre la doble irresponsabilidad de no combatirlo con más determinación cuando nos va la vida en ello, y de no redoblar entre tanto los mecanismos preventivos y paliativos copiando lecciones aprendidas en otros lugares.
Cabía incluso encontrar consuelo en el acierto de la desviación del cauce del Turia en pleno franquismo, tras la mortífera riada del 57. Sin ese alarde de ingeniería hidráulica, evocado hace apenas unos días por la alcaldesa de Valencia, la ciudad habría vivido esta semana una catástrofe mucho más descomunal que aquella.
Mientras a pocos kilómetros miles de personas luchaban denodadamente por sobrevivir, buscar a los desparecidos y salvar a sus vecinos, los móviles del resto de España marcaban ese miércoles con preocupación o angustia los números de familiares y amigos residentes en la zona. Hasta los más impasibles no podían dejar de preguntarse si algo así podría ocurrirles un día a ellos y si estaba a su alcance evitarlo.
Entre tanto, ¿cómo responder de inmediato? ¿donando sangre? ¿enviando mantas? ¿ingresando dinero en una cuenta como la de World Central Kitchen? La España de la solidaridad, nuestra mejor faceta como grupo social, entraba ya en ebullición.
Nosotros hemos cancelado la entrega de nuestros Leones, mientras el Gobierno ha repartido más de 100.000 euros por cabeza a los propagandistas del procés o al más ruidoso rockero podemita
En casos así los periodistas tenemos siempre una respuesta propia: desvivirnos por iluminar la escena del desastre y contar las desdichas de las víctimas. Nuestro equipo sobre el terreno lo hizo abnegadamente desde el minuto uno con todo el respaldo y despliegue de la redacción central.
Pero quiso el calendario que EL ESPAÑOL tuviera en sus manos algo más. Sin vacilación alguna suspendimos la gala de entrega de nuestros Leones prevista para esa noche como muestra de dolor y luto. Qué importaban los inconvenientes logísticos, las pérdidas materiales y el aplazamiento de los honores, en comparación con el sufrimiento de tantos valencianos y albaceteños. Ese día el rugido del León sólo podía ser respetuoso, compungido y lúgubre.
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Quizá, al sentirme percutido de manera práctica por un elemental y profundo resorte llamado compasión, fue por lo que pensé que alguien me estaba gastando una broma de mal gusto cuando me dijeron que quien no aplazaba su entrega de premios era el Gobierno.
Aún no he salido de mi estupor. No puedo entender cómo, cuando una parte de la ciudadanía extendía sus manos anhelando auxilio desde los árboles, tejados o el propio caudal de la riada, el Grupo Socialista y sus aliados tuvieran estómago para consumar su asalto a la televisión pública y repartir sus 11 galardones de más de 100.000 euros por cabeza a la tertuliana más adicta, la jefa de prensa más eficiente, los mejores propagandistas del procés o el más ruidoso rockero podemita.
¿Tanto anhelaban todos la pitanza? ¿Tan inverosímil les parecía a esos repartidores de lo que no era suyo y a esos recompensados por lo que no merecían que la tropelía pudiera consumarse, como para mantener el descuartizamiento del ente público ese mismo día a esa misma hora como si ya no existiera un mañana?
Oh, vergüenza de los coaligados. En palabras que Shakespeare pone en Agincourt en boca del delfín de Francia "la deshonra y el oprobio flotan sobre vuestros penachos".
Sólo una referencia moral así explica el revoloteo de las aves de rapiña que en los peores trances sirve de heraldo y chapela a esa misma compaña. Ni siquiera se ha dado sepultura o devuelto al aire a los cadáveres cuando ya hay quienes buscan ganancia política entre los surcos de la DANA.
Es la operación 'no hay dos sin tres': lo que les hicieron a Aznar, Cascos y Rajoy con el chapapote del Prestige; lo que le hicieron a Ayuso con las residencias de ancianos durante la pandemia, quieren hacérselo a Mazón con la tragedia de Valencia.
La ofensiva contra el presidente de la Generalitat que desalojó al nefasto Pacto del Botánico funciona ya en un triple nivel. Desde Moncloa y varios ministerios se deslizan maledicencias sobre sus errores en la evaluación del riesgo, sus patinazos en la comunicación o su renuencia a recibir ayuda; en las redes se le llama ya directamente asesino; y en la calle se convocan manifestaciones para pedir su dimisión.
Para plantar cara a este gigante no bastaba un sastrecillo valiente. Este no era un monstruo al que pudiera parar un presidente autonómico
A la ponzoña sucede la vileza y a la vileza sucederá el escrache con pretensión de aplastamiento.
Que Mazón se equivocó al creer al delegado de la AEMET cuando dijo el martes al mediodía que la DANA se desplazaba ya hacia el norte, es evidente. También lo hizo la delegada del Gobierno, aunque no le diera como él timbre de certeza.
Que Mazón se equivocó al asumir el criterio de los técnicos de su comité autonómico de emergencias -CECOPI- y no lanzar la alerta a los móviles sino cuando ya era demasiado tarde, es evidente. En esa reunión también estaban la AEMET, la Confederación Hidrográfica y la propia delegada del Gobierno.
Mazón es de lo mejor que ha llegado a la política dentro de su generación. Pero ni un híbrido perfecto entre estadista y alto ejecutivo habría tenido mejores posibilidades de acertar con la información y los resortes de los que disponía. Para plantar cara a este gigante no bastaba un sastrecillo valiente. Este no era un monstruo al que pudiera parar un presidente autonómico.
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El principal error que cometió Mazón fue el no solicitar el propio martes por la noche o el miércoles por la mañana la declaración de Emergencia de Interés Nacional prevista en la ley de Protección Civil.
Eso hubiera obligado al ministro del Interior a asumir el control político de la lucha contra una catástrofe de "dimensión nacional" que afectaba al menos a tres comunidades. Y hubiera puesto automáticamente al jefe de la UME en el mando operativo de una crisis que requería de un rápido y completo despliegue del Ejército.
¿No lo hizo por exceso de confianza, por falta de información, por el prurito de no ceder el bastón al adversario o por una mezcla de las tres cosas?
En todo caso la responsabilidad final no era suya, ni por supuesto de la delegada del Gobierno que también podía haber activado ese mecanismo. La ley permitía y permite al ministro del Interior hacerlo "por propia iniciativa".
La inmensa mayoría de los valencianos, como la inmensa mayoría de los españoles, quieren que España emerja de sus entrañas con toda su autoridad constitucional
Y era Marlaska quien podía y debía tener más elementos de juicio pues de su ministerio depende el Centro Nacional de Seguimiento y Control de Emergencias "siempre activado en modo de alerta permanente" e interconectado con todas las administraciones "para la detección y valoración de posibles riesgos de protección civil".
Es obvio que la decisión la tomó Sánchez. Desde Moncloa se explica que no se quiso arrebatar la competencia a un presidente autonómico que creía poder gestionar la situación. Incluso se alega que podía haber sido interpretado como una especie de "artículo 155" sobre una comunidad gobernada por el PP.
Qué dislate. La inmensa mayoría de los valencianos, como la inmensa mayoría de los españoles, quieren que España emerja de sus entrañas con toda su autoridad constitucional, con todos sus recursos y con su más brillante armadura siempre que se la necesite.
Hagamos un esfuerzo de ingenuidad y aceptemos que, de repente, el Gobierno tuvo un ataque de escrupuloso respeto a las competencias de una de las comunidades a las que lleva más de un año tratando de socavar. Como mínimo habrá que levantar acta de la flagrante contradicción que supone describir a un Mazón timorato, condicionado por presiones empresariales y desbordado por los acontecimientos y no poner remedio a la situación en los cuatro días transcurridos.
Ahora se da la paradoja de que Marlaska forma parte de un órgano de coordinación que en realidad le correspondería presidir y que siete ministros actuarán subordinados a cinco consellers de la Generalitat. Eso carece de lógica alguna.
Es cierto que tras los primeros titubeos la Generalitat ha logrado este sábado organizar el formidable flujo de voluntarios desde Valencia a las zonas afectadas y que Mazón ha tenido los reflejos para cogerle la palabra a Sánchez y presentar de inmediato su larga lista de demandas.
Pero cuando los desaparecidos siguen midiéndose por centenares, cuando se habla de semanas para la mera retirada de los vehículos varados y achatarrados, cuando las observaciones visuales de los técnicos de la Dirección General de Carreteras concluyen que habrá pueblos sin acceso vial durante meses y cuando se requieren 5.000 soldados más para las tareas de rescate y abastecimiento, si la figura de la Emergencia Nacional existe, es para aplicarla.
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La intervención de Sánchez de ayer corrobora definitivamente esta tesis. Es él quien "ordena" el envío de los 5.000 soldados, quien "ordena" el envío de otros 5.000 policías y guardias civiles, quien "ordena" el envío del buque anfibio y de todos los demás medios. Pero lo hace para "ayudar" a Mazón. Y por si hubiera alguna duda añade: "Si necesita algo, que lo pida".
En resumen: todos los reproches sobre la mala gestión de lo poco menos que imposible de gestionar bien desde un gobierno regional caerán en organizada tromba sobre Mazón y toda la gratitud por acudir en socorro de los valencianos -víctimas tanto de la DANA como de su ejecutivo autonómico- la recibirá Sánchez. Pues también es Sánchez el que da cuenta del número de vehículos retirados, el porcentaje de conexión eléctrica restablecido y los túneles exactos desbloqueados.
Es evidente que, a corto plazo, esta manera de entender España está siendo útil para Pedro Sánchez; pero no creo que a medio plazo lo sea
Entre tanto quedará consagrada una nueva interpretación constitucional de las catástrofes: el Estado está para "ayudar" subsidiariamente a las Comunidades Autónomas en lo que "necesiten". Como si la soberanía recayera en los habitantes de cada región y fuera su autogobierno el que cubriera todos sus derechos, a menos que el presidente concernido pida un rescate a un ente supranacional, de momento federal y tal vez pronto confederal.
Entre el "España nos roba" y el "España nos ayuda", ahí fuera, en algún lugar del limbo, queda el gobierno del Estado.
Es evidente que, a corto plazo, esta manera de entender España, tan grata a los separatistas, viene resultándole útil a Sánchez; pero no creo que a medio plazo lo sea para los españoles.
Veremos si el vuelo del Falcon no es contestado pronto con el mismo gesto que la médica del helipuerto del Hospital Memorial de Nueva Orleans dedicó al Air Force One.