Qué les voy a contar de cómo está el patio y de lo harta que está la gente de Sus Señorías. Bien es verdad que hay gente más harta que otra… o incluso que se harta con más gracia. Cogí la otra noche yo en Madrid un taxi y el taxista me salió un poco Juan de Mairena. Despellejábamos ambos con pasión a la clase política que nos ocupa, como quien despelleja pipas, y a mí en aquel fragor de cáscaras no se me ocurre otra cosa que decir, “pues ahí están, cobrando sus dietas, con sus aviones y sus taxis gratis”…Lógicamente ahí fue Troya. “¡Qué me va usted a contar!”, sulfuróse el profesional de la cosa.
¿Y la de abusos que empezó a largar? Diputados y diputadas infatigablemente acarreados de bar en bar, de club en club, hasta la hez de la noche a costa del contribuyente que no la puede apurar (la tal hez) porque al día siguiente madruga para desriñonarse y seguir pagando los impuestos que alimentan, entre muchas otras cosas, los caprichos locomotores de los representantes de la soberanía popular. O los de sus retoños: “la de niñatos que he tenido que recoger de madrugada a la puerta de la discoteca, con la tarjeta del taxi del papá diputado o de la mamá diputada en la boca”.
Existe la condena judicial, existe la del voto (cada vez más retorcidamente salomónica, por cierto), existe la condena del telediario… y empieza a coger cuerpo y entidad la condena del taxi. Al fin y al cabo no quedan en su sitio tantas correas de transmisión entre lo político y lo humano. Entre lo virtual y lo real.
Va y me confiesa este taxista que una vez, hace muchos años, vio enfilar hacia su vehículo con inequívoca decisión de abordaje a Iñaki Anasagasti. ¿Le tienen presente, a él y a su tupé? El taxista va y me dice: “Inmediatamente bajé las cuatro ventanillas de mi taxi, pensando, te vas a enterar… Pero él se dio cuenta y antes de montarse me exigió que las volviera a subir”.
Lo contaba con la aparatosa desilusión de un niño pequeño que ha visto frustrada su trastada. Ya se imaginaba él al hombre del PNV con el cráneo como un culito al aire... “Además no sé a qué viene tanta tontería, tanto quererse tapar con un pelo que no existe… ¿no se dan cuenta de que los calvos también ligan?”, concluyó mi Juan de Mairena rodante. Puede. Pero si además de calvos, encima, son políticos… uf. Si es que ya son lo más antierótico que hay.