Parece que Gran Bretaña, tras el referéndum del brexit, en vez de acobardarse por el resultado, le ha cogido gusto a dar la nota. Así, ha seguido en un crescendo que ha culminado (¡por ahora!) en el nombramiento como ministro de Exteriores de Boris Johnson, el bufón rubio, el Trump inglés, ese King Kong contra la Unión Europea que ha sabido ver mi colega Tomás Serrano: un gorila que estudió en Oxford y que podría hacer payasadas también en latín.
Se conoce que, arruinada la tradición del sentido común, al Reino Unido ya solo le quedaba la otra, la de la excentricidad, y a ella se ha entregado decididamente. Ahora el país es una especie de dandy colegiado, dedicado a la autodestrucción esteticista. Según esta lógica, le está saliendo bonito. Es como tener un familiar estrafalario que arruinará su hacienda entera y de paso parte de la nuestra. Pero no de manera insulsa, sino dando espectáculo.
El empeño del dandy no es la atracción, sino la repulsión. Pretende, mediante sus efectos, molestar, irritar y, en consecuencia, quedarse aislado. A ningún británico le cuadra esto hoy más que a Boris Johnson. Que le hayan encargado dirigir la diplomacia a él, que se ha pasado los últimos años haciendo chistecillos sobre los gobernantes con los que ahora deberá tratar, es una manera muy efectiva de tocar las pelotas.
El periódico alemán Die Welt ha señalado en un mapa todos los países con políticos víctimas de Johnson: muy completito. De su surtido de insultos, me ha enamorado uno dedicado al turco Erdogan que John Carlin traduce como “pajero follacabras”. No sé por qué, pero en él veo a Johnson. ¡Lo veo!
Alguien ha dicho que esto es como si en España nombraran ministro de Asuntos Exteriores a Pérez-Reverte. Yo añadiría: o a Sostres. Hay otro ejemplo a mano, no hipotético sino que ya tuvo lugar: el argentino Héctor Timerman, ministro de Cristina Kirchner al que el gran Lanata parodiaba en su programa como “Timerpunk, canciller poco diplomático”. La propia Unión Europea debería financiar un equipo de televisión que siguiera a Johnson en todas sus acciones “diplomáticas”. Saldría de ahí un fabuloso reality cómico: instructivo aunque con visos de irrealidad. Y de irracionalidad.
Aunque sí que hay una línea racional posible, si atendemos los intereses de la nueva primera ministra que lo ha nombrado, Theresa May. Según los analistas, con ese puesto lo tendrá apartado, sin tiempo para conspirar y cociéndose en la salsa del brexit que él mismo promovió. Podría verse incluso como una condena ejemplarizante. ¿Y si al final Johnson lidera el retorno a la UE?