Yo, que soy poco fino para las disputas teológico-ideológicas de la escolástica marxista, solo alcanzo a distinguir dos facciones en Podemos: la de los arregladitos y la de los otros, a quienes llamaremos para abreviar “los desaliñados”. (Entre las mujeres también se dan los dos tipos, aunque su adscripción no es tan clara).
El arregladito Sergio Pascual, mano derecha (¡no torrentianamente; creo!) del arregladito Íñigo Errejón, ha visto cómo cuidarse la barba se penaliza en el partido: los desaliñados se han permitido terminarle el trabajo que empezó él, mediante un afeitado completo. El inconveniente ahora de Errejón es que no puede poner a remojar la suya porque es lampiño.
Se conoce que el camino para asaltar los cielos carecía de alicientes y se han puesto a asaltarse entre ellos mismos. Había que amenizar la larga marcha con unas purguitas, que además vienen fenomenal para este curso acelerado de años treinta que nos están dando los políticos del futuro. La gente siempre se ha peleado, y ellos, que son más gente que nadie, no iban a ser menos.
El ejemplo habitual del guerracivilismo cotidiano es el de las reuniones de vecinos. Pero hay otro ámbito donde vuelan las navajas, normalmente a espaldas de quienes las reciben: el de los profesores de universidad. El otro día le escuché historietas a un catedrático de la Complutense y comprendí que los que han accedido a una plaza tienen más cicatrices que El Juli. Es un currículum cosido a la piel. No podían tardar en aflorar las puñaladas en un partido de profesores.
El caso es que Sergio Pascual, al que yo veía como un Stalincito, ha sido purgado por ese Polpotito que es Pablo Iglesias. ¡Un Stalincito que no purga sino que es purgado! Me parece que no hay más que alegar en favor de su destitución: no estaba hecho para el puesto y punto. (Puede que ahora, con la depre, se descuide la barba: pero ya será tarde).
En el momento en que escribo estas líneas sigue desaparecido Errejón. Puede que haya reaparecido para cuando el lector las lea, pero da igual: solo quiero resaltar que su desaparición no es inquietante, como lo fue, por ejemplo, la de Nin en aquellos años que Podemos mitifica. Aun en crisis, nuestro capitalismo aburguesado mantiene la inercia de que no mola despellejar a la peña; les quita hierro a los piolets. Pascual y Errejón le deben una.
Pero el que se sobreviva a las purgas no quiere decir que la intención aniquiladora del purgador sea menos implacable. Pablo Iglesias ha remachado el ataúd simbólico de Errejón con un clavo difícil de quitar: Pablo Echenique. El cabecilla de los arregladitos está más enterrado que nunca. La única posibilidad que le queda es aprovechar el tirón del próximo domingo, el de resurrección. Por esa vía, por lo demás, sí que llegaba al cielo.