A lo largo de los años, terminas aprendiendo que aunque la mayoría piensa que la innovación depende de un momento mágico de inspiración, de una chispa de genialidad o de un instante de clarividencia, la gran realidad es que el verdadero recurso que es capaz de mantener esa llama encendida es la información con la que la alimentas.
Nunca somos tan innovadores como cuando nos sometemos a procesos que alimentan nuestro cerebro con ideas y situaciones nuevas: cuando viajamos, cuando vivimos en otro país, cuando nos sometemos a (buena) formación, cuando conocemos a personas muy distintas a nosotros... para alimentar la máquina, necesitamos información nueva, pensamientos diferentes, elementos que nos sorprendan o que nos hagan reflexionar por comparación, por admiración, por contraste.
En ese contexto, la forma en la que nos informamos juega un papel fundamental. Nuestra capacidad para innovar parte de la base de la cantidad de información nueva que podemos aportar a nuestro cerebro. De ahí que, en un entorno con cada vez más tendencia a la sobrecarga informativa, la infoxicación, la infobesidad y, en contraste, al predominio de hábitos de lectura superficiales, debamos, en aquellos temas donde el sentido común nos dice que es importante mantenerse al día, plantearnos algún tipo de estrategia consciente.
No, leer un par de periódicos distraídamente mientras desayunamos en el bar, escuchar la radio mientras conducimos o sentarse pasivamente ante la televisión para ver un informativo ya no sirve para sentirse bien informado, y mucho menos para alimentar los elementos necesarios en un pensamiento innovador. Si quieres plantearte innovación en un tema, necesitas bombardear a tu cerebro hasta que chirríe, procesar información de manera eficiente, mantener listas de lectura dinámicas y tener además los medios necesarios para rescatarla de un repositorio cada vez que la evoques en tu memoria.
En entornos corporativos, resulta paradójico ver cómo algo que podría plantearse fantásticamente bien con las herramientas disponibles se pospone hasta la eternidad. Una compañía competitiva debería ser un sistema capaz de digerir información a gran velocidad con decenas o cientos de pares de ojos, destilar la verdaderamente buena, y comentarla y suplementarla con discusiones relevantes cuando ello ayude a generar la tan cotizada inspiración.
Deberíamos ver qué leen y subrayan nuestros compañeros, nuestro jefe, que es lo más leído en un departamento determinado - lectura relevante, me refiero- y considerarnos verdaderos expertos en nuestro trabajo, en nuestros productos, en nuestra industria. El trabajador del futuro trabajará en temas que le apasionen hasta el punto de querer saber más que nadie de ellos. Sin ese ambiente, sin esa gimnasia informativa, estaremos condenados a la mediocridad.