Dice el punto nueve del catálogo del amor que cuando te sientes solo o triste y miras una fotografía del ser querido puedes sentirte mejor. ¡Ja! Lo que olvida explicar es qué pasa cuando te encuentras la foto de tu “ex ser querido” sin avisar.
Las redes sociales las carga el diablo. Existe, por supuesto que existe. Habita en Instagram. Allí duerme satanás matando moscas con el rabo, esperando a mostrarte una foto de tu amor el día menos pensado y sin anunciarse. Para eso es el diablo.
Veamos lo que pasa, modo random. Tú vas viendo desayunos, gatos y paisajes, pies en la playa, runners en acción y blogueras con sus poses imposibles, retorcidas como esculpidas por Bernini, hasta que de pronto… ¡aparece! ¡Ahí está! Su foto. Pum. Muerto. La foto de que no esperabas te vuelve a encontrar. Cuando habías superado el duelo, habías apagado los celos en hombros amigos y las lágrimas brotaban ya solamente en la cocina, cuando habías descendido al fondo de tu dignidad y de los recuerdos, ¡chas! ¡Hola, soy una foto de tu ex! ¿Qué tal?
El amor es una fuente de problemas respiratorios. Creías haberte acostumbrado a un ritmo de pisada ágil, deambulando ante tu vida, cuando -otra vez- vuelve a fallarte la respiración. Exagero sí, pero si no exagero esto no mola. Un poquito de escorzo le viene bien.
El único remedio en ese momento frente a la foto es buscar defectos. Te gustaría ser educado y civilizado, pero no lo puedes ser. ¿Para qué? Eres un zombi que la emprende a gritos. Exagero, sí. Pero esto sucede. Cuando asumes que los defectos no existen, recurres a apagar Instagram y hacerte el valiente. Tampoco sirve. Vuelves a ver la foto y revisas su historial. Oh, por Dios. Te sublevas como los tercios de Flandes y alzas la barbilla para esconder papada y aparentar dignidad. No te importa. Tampoco te importa que tenga pareja, que posen en barcos, que tengan selfies en tumbonas y brinden con cocteles de esos de sombrillitas chinas y rodajas de piña. No te importa porque es pasado y el pasado…
La escena a continuación es conmovedora: el amor se acaba realmente cuando aparece esa foto. Se besan. Reina en ese momento la incomprensión, la tristeza y el despecho. Qué te queda. Fingir que te importa un bledo. Aparentar felicidad y poner una foto que mejore la suya para que te encuentre también por azar. Al fin y al cabo, el diablo no toma partido y si ha de matar moscas matará en los dos lados, piensas.
La vida es una sitcom: una sucesión de escenas que protagonizas tú y tus personajes. La aparición de la foto es el nudo del capítulo. Suena la música, te das por vencido y evitas dar like a la foto. Hay que joderse. Cuando todo estaba superado te toca apechugar. Los guionistas de la vida nunca tienen suficiente.