“Todos los hombres somos violadores en potencia” decía un tipo hace unos días en una entrevista seguramente merecida. Ya se sabe que el que sólo bebe cerveza se lo merece y el entrevistado que sólo dice tonterías, también. Pero a mí lo que me interesa es lo de “todos”. Por lo visto no se salva ni uno. Todos violadores, incluidos los asexuales, que según diversos estudios son el 1% de la población.
Pero ojo que el tipo dijo “violadores en potencia”. Que tú dices que todos los hombres somos Michael Fassbender en potencia y se te ríen en la cara. Pero lo de violador… ahí ya ancha es Castilla y leña al mono que es de goma. Si al final del día no violamos y nos quedamos en la potencialidad es porque tenemos miedo de acabar en prisión. O al qué dirán. Al aislamiento social, en definitiva. Aunque no entiendo de qué aislamiento social hablamos cuando “todos” los hombres somos violadores en potencia. Según esta novedosa teoría, hay muchos más violadores (en potencia) fuera de las prisiones que violadores (reales) en su interior.
Como en la entrevista no se citaba ningún estudio sobre el tema entiendo que el tipo estaba extrapolando su propia experiencia. Ya saben, la de alguien que debe reprimirse las ganas de violar a diario a sus amigas, saludadas y conocidas. Yo debo de vivir en el autoengaño porque jamás se me ha pasado por la cabeza violar a nadie. Tampoco he fantaseado o soñado con ello. Y esto último lo digo para aquellos que aún creen que los sueños son la manifestación del inconsciente reprimido en vez de procesos rutinarios de consolidación de memoria y olvido sin relación alguna con nuestros deseos.
El caso es que he estado dándole vueltas al tema. Me choca que la frase “todos los hombres son violadores en potencia” sea aceptada tan mansamente por una parte del feminismo (minoritaria eso es cierto) y en cambio la frase “todos los musulmanes son terroristas en potencia” provoque tantos sarpullidos. Entiéndanme: lo que me sorprende es lo primero, no lo segundo, porque las dos afirmaciones son igual de estúpidas.
En cualquier caso, no creo que haya ninguna persona medianamente inteligente que sostenga con total seriedad la segunda afirmación. O lo que es lo mismo. Que sostenga que los musulmanes tienen una predisposición genética para la violencia terrorista. En todo caso lo que dirán algunos es que el islam es una religión que, por razones geográficas, sociales e históricas, quizá azarosas en su mayoría, alberga una potencialidad de violencia terrorista más alta que otras religiones o ideologías. Pongamos el cristianismo, la socialdemocracia o el ecologismo. Es decir que el escepticismo no se plantea respecto a la persona sino respecto a su religión y al encaje de esta en las sociedades democráticas y liberales.
No es el caso del “todos los hombres son violadores en potencia”. Porque ahí no se está atacando ninguna ideología o religión. Ni siquiera, aunque pueda parecerlo, se está atacando ninguna “construcción social” como la del “heteropatriarcado”. Se está acusando a los hombres, en tanto que hombres, a todos ellos, sin excepción, sea cual sea su cultura y haya sido cual haya sido su proceso de socialización, de albergar en su interior el gen de la violación. Un gen que no puede ser eliminado sino tan solo reprimido por medio de reeducación, marginación o castigo. Para el postmodernismo todo es una construcción social menos la potencialidad de violencia sexual en los hombres, que es genética.
Pero yo podría pactar una solución intermedia con aquellos que defienden que todos los hombres estamos predispuestos genéticamente para la violencia sexual. ¿Qué tal la castración química no ya para violadores (reales) sino también para maltratadores domésticos, matones de barra de bar, gallitos de discoteca y rijosos de San Fermín? Ya veríamos cuántas madres, hermanas y novias aceptarían eso para sus hijos, maridos, hermanos y novios. Si el problema son los genes, cortemos las líneas genéticas que se han demostrado más violentas y Santas Pascuas. Hemos convertido a los lobos en perros. Incluso en chihuahuas. Podremos convertir a nuestros trogloditas en seres humanos del siglo XXI.