Cuando le saludo, ni siquiera pestañea. Se hace el estrecho. Percibo, enseguida, que le entra el complejo de politicastro pillado in fraganti en la línea de fuego. Su absurda psicosis muta luego en resquemor a que alguien más le identifique y la cosa derive en un sindiós agobiante, multitudinario, general. A mí, su actitud me pilla un poco a contrapelo. Así que rebusco en mi bolsa veraniega para poder poner en orden mis ideas hasta que encuentro el móvil y pido permiso a sus guardaespaldas para hacernos un selfie. Pero declinan mi oferta. Lo veo desaparecer, junto a su querida Begoña. Muy digna ella. Muy digno él.
Ocurre con la misma naturalidad con que os lo cuento. Hace menos de una semana. En una Almería propia de spaghetti western. Cuando Pedro Sánchez ya estaba inmerso en el bloqueo político del que él mismo es protagonista con su ‘no’ a Rajoy. Se pierden todos ellos por las empinadas callejuelas del pueblo. Pedro va rodeado de palmeros, de amigos, de enemigos.
Solo, en mitad de la calle, medito sobre por qué habrá seguido este Pdr la estela de ZP y otros ilustres sociatas que eligieron la costa almeriense antes que él como lugar de descanso. Siempre a rebufo, este Pedro. Hasta que, sudando despaaaacio, regresan los guardaespaldas para darme una explicación. Parecen hípsters en bermudas y llevan chanclas que lucen crueldad de uñas negras en sus pies. Cualquiera juraría, al verlos así, frente a mí, que llevan los Magnums 45 ocultos en las riñoneras de Hello Kitty, siniestramente fucsias, confiscadas a sus hijas ochoañeras. Resultan graciosos estos gorilas. Hellokittianos y hobbiteros.
“¡Disculpe, pero el señor Pedro Sánchez estaba disfrutando de su intimidad con su familia! ¡No puede ser molestado!”, me advierte, muy serio, el más alto de todos ellos. “Ah, ¿pero entonces no era el escritor Mario ‘Viagras’ Llosa?”, les pregunto. “Lo siento. Los he confundido”, me disculpo. Y veo surgir el horror marlonbrandiano en sus pasmadas caras de losers armados.
Compruebo hoy que Pedro Sánchez sigue sin querer hacerse selfies con la gente. Es pura negativa, este Míster No. Un Sin perdón. El William Munny de un espagueti western electoral. Frente a su arisca y desgarbada estampa, la única estrategia posible es replantearse la intención de voto.
Moriremos todos en Mojácar. Con aguacero de ñoñez. Lloverán Pedros Preciosos que, como si fueran los diamantes del breakfast, acabarán con esta sequía descerebrada. Pedros Pómez siempre a punto de ser devorados por los cocodrilos mansos de sus polos de Lacoste.